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Carta blanca
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A mi comunidad

Dado que no podemos evitar los verdaderos dramas, los exhorto a que intentemos librarnos, al menos, de estas molestas dramatizaciones | Carta Blanca

Querida esta mi comunidad: Por medio de la presente deseo hacer de su conocimiento la necesidad, que ahora advierto urgente e inevitable, de que se proceda a una renuncia común y definitiva, en el seno de esta nuestra comunidad, al surtido de dramatizaciones innecesarias que han venido empañando, durante años, nuestras relaciones. La empresa no es fácil, pero sí del todo inexcusable si se quiere aspirar a una convivencia pacífica. Qué es dramatizar: dar carácter de drama a lo que no lo es. Dado que no podemos evitar los verdaderos dramas, los exhor­to ahora a que intentemos librarnos, al menos, de estas molestas dramatizaciones. Los distintos vecindarios, y muy particularmente este, son los lugares donde con mayor claridad pueden observarse estos desafortunados procesos, donde es posible apreciar, con una nitidez difícil de obtener por otros procedimientos, cómo lo más nimio puede llegar a convertirse, a través de las distorsiones y exageraciones propias de la dramatización, en lo más terrible. Yo misma he comprobado cómo las circunstancias más corrientes e insignificantes han llegado a transformarse, en esta nuestra comunidad, en la más devastadora de las batallas. “No puede aparcarse ahí el coche”; “hay que cortar los árboles”; “quiero sombra”; “no voy a pagar lo que usan otros”; “veo gotear tu jardinera”; “me caen hojas de la tuya”; “es completamente intolerable ese cerramiento”, en definitiva, pequeñas minucias dentro del drama de la vida que, dramatizadas, resultan extremadamente perturbadoras. Mi vecina María me contó un suceso muy revelador sobre todo este asunto: serían las siete de la mañana de un domingo cuando sonó el timbre de su casa. Se levantó demudada. Miró por la mirilla y apreció lo que parecía la figura de una persona con vestimenta sanitaria. Descorrió el cerrojo y abrió la puerta alertada, descubriendo entonces a su vecina de abajo con el rostro desencajado y una bata roja con las zapatillas a juego. “Ya está bien”, dijo con los ojos inyectados en sangre. María, en un acto reflejo de autodefensa, comenzó a cerrar la puerta. “Luego hablamos”, se atrevió a decir por primera vez. El asunto resultó ser, como otras tantas veces, muy menor, relacionado con una humedad que, una vez más, no llegó a ser culpa de María. Pero daba igual lo que ella hiciera, porque cada día aquella mujer encontraba una nueva negligencia, un comportamiento inadecuado y desconsiderado de sus vecinos que a ella le procuraba un perjuicio intolerable, injusto, que rayaba en lo delictivo. Aquel sentimiento de insulto que le había ocasionado María cerrándole la puerta la había colmado ese día de energía y odio, y había dotado, a su vez, a su insulsa existencia de un sentido, ahora lo sé. Quería protestar, denunciar, difamar, desprestigiar, y es que no debemos olvidar que hay personas agresivas que son extremadamente sensibles y que la susceptibilidad aguda es una patología oculta, pero frecuente. Lo veo en esta mi comunidad, a mi alrededor y en mí misma, quizás muchas de esas dramatizaciones tan inconvenientes nazcan de esta misma sospecha de insignificancia.

Atentamente.

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