Tiene solo 15 años, pero algún día todos hablarán de los goles de esta futbolista
Vicky López tiene un don para regatear y marcar goles. Con 13 años la vimos por primera vez y le metió cinco a un equipo de niños. Hoy juega en la selección sub 17 y apunta a estrella del fútbol femenino
Era una tarde de otoño de 2019 y un puñado de padres y madres se acomodaban en la grada de un campo de barrio para ver un partido de infantil entre el Madrid Club de Fútbol Femenino y la Agrupación Deportiva Oña Sanchinarro, niñas contra niños. Mientras peloteaban antes de empezar, un padre le gritó a su hijo, que se preparaba en el césped: “¡Ignacio, a ver si te sacas un par de teléfonos de chicas guapas!”. Setenta minutos de juego después, 35 cada parte en aquella categoría, Ignacio y sus compañeros solo habrían sacado una inclemente derrota por ocho goles a cero.
Cuando el árbitro iba a pitar el inicio, en el centro del campo la delantera del Madrid, una niña de pelo afro teñido de rubio, se ciñó bien el brazalete de capitana y se tensó las medias por encima de las rodillas.
Al abuelo de otro niño le dio tiempo a soltar un último chascarrillo: “¡Cuidado con las palomitas!”.
Las niñas, de blanco, barrieron a los niños. Lideradas por su capitana, Vicky. El primer gol tras un saque de esquina suyo, el segundo un zurdazo suyo, el tercero a pase de ella, en el cuarto fusiló por alto a un portero chiquitín, el quinto también a pase suyo, el sexto suyo, en el séptimo no participó y el octavo fue suyo y solo suyo: recibió el balón en el área, lo frenó en posición de gol y, en lugar de rematar, amagó, tumbó a la vez al portero y a un defensa y, sin más, la empujó a puerta vacía.
—Caramba con la Ronalda —se asombró el abuelo.
La comparaba con aquel portento técnico y atlético, Ronaldo Nazario, al que Valdano definió un día con su más inspirada metáfora: “Cuando ataca Ronaldo, parece que ataca una manada de búfalos”; si bien Vicky, también técnica y atlética, no se identifica con uno o multitud de búfalos, sino, lo veremos, con el león.
Sepan que el Madrid de Vicky no tiene que ver con el Real Madrid. Su Madrid se fundó en 2010, una década antes de que el otro, el del himno del “noble y bélico adalid, caballero del honor”, asumiese que era hora de tener un equipo de mujeres. El Madrid Club de Fútbol Femenino lo montó un empresario de la óptica, Alfredo Ulloa, porque a su hija Paola le gustaba jugar al fútbol y apenas había equipos de niñas donde apuntarla. Con el tiempo se ha vuelto una de las mejores canteras de chicas en España, de ahí que en el año 2019, cuando se nos ocurrió escribir sobre una niña futbolista, fuéramos a pedirles consejo. Aquello fue al principio de todo, unas semanas antes de presenciar la somanta de las niñas del Madrid a los pobres del Oña Sanchinarro.
Era una tarde cálida de septiembre y la jefa de cantera del Madrid, Alba Mellado, dirigía una pachanga entre alevines. “¡Dale, Carlota!”, “Esas tres azules, ¡qué hacéis ahí las tres juntas!”, “Edurne, ¿por qué se la pasas al enemigo?”. La destreza de algunas era llamativa. Una niña rubia, menuda como una perdiz, hizo un cambio de banda con la jerarquía de Bernd Schuster.
Mellado fichó a Vicky cuando tenía nueve años tras verla jugar en una playa de Benidorm y la formó en su infancia. Cuando le pedí el nombre de una niña talentosa, respondió sin rodeos: “Vicky. Vicky López”.
Victoria López-Serrano Félix es hija de un español y una nigeriana, Jesús López-Serrano y Joy Félix. Ellos se conocieron en Madrid en 1998 y se casaron al año siguiente. Tuvieron tres hijos. Joy montó un negocio de importación de cabello desde India y China. Cerró con la crisis de 2008. “La gente ya no se podía dar el lujo de pagar 400 euros por unas extensiones”, dijo Jesús otra tarde que estábamos viendo jugar a su hija. Clausurado el negocio, ella aprovechó para sacarse el bachillerato. Luego se matriculó en Administración y Dirección de Empresas. “Era trabajadora, empática, muy especial”. Jesús lleva su nombre tatuado en letras tribales en el brazo derecho. En 2014 a Joy le detectaron un tumor cerebral. Falleció en 2018. Tenía 43 años.
—¿Qué ha heredado de ella su hija?
—La fuerza de voluntad.
En Instagram, Vicky tiene cuatro emojis que la identifican. Los dos primeros —por este orden—, la bandera de Nigeria y la de España. El segundo, un corazón blanco por los colores de su club. El cuarto es el león.
Nacida en Madrid en 2006, es la estrella de una quinta muy destacada, la primera de su club que compitió en fútbol mixto desde benjamín, con 9 años, hasta infantil, con 14, límite en la Comunidad de Madrid para que jueguen juntos chicos y chicas. En junio de 2019, antes de que empezásemos a seguirlas, habían ganado el torneo LaLiga Promises y Vicky había sido la MVP. Cuando empezamos a recabar opiniones sobre ella, Mellado dijo: “Es de las mejores de Europa de su edad”. El responsable de la cantera del Rayo Vallecano, Jorge Cámara, la calificó de “sobrenatural”. Luego fuimos a la sede de la Federación Española de Fútbol a ver al seleccionador de la absoluta, Jorge Vilda. Tomándose un pincho de tortilla, ponderó: “Es una crack, pero aún es muy jovencita”. Tiempo después, su entrenador en la selección sub 17, Kenio Gonzalo, diría: “Lo prioritario es ir con paciencia porque aún es una jugadora en formación, pero, si sigue trabajando con humildad, no tiene techo”.
Hablé con ella por primera vez en enero de 2020. Fue al final de un tostón de partido en el que le ganaron con la gorra a otro equipo de niños. Tenía 13 años.
—Quiero escribir un reportaje sobre ti.
Se quedó callada, apenas frunció un poco la nariz y la boca. Aquello debía de darle vergüenza. Bajó la cabeza, le taparon la frente sus tirabuzones. Ese día no había jugado bien. “Ellos no eran muy buenos y así no me motivo”, se excusó. Luego dijo que le gustaba Neymar y que debería marcharse a estudiar porque tenía exámenes de Química y Lengua. Más que llevar prisa por irse a estudiar, parecía buscar un modo de escabullirse. Un niño nunca sabe qué decirle a un adulto. Y un adulto tampoco sabe nunca muy bien qué preguntarle a un niño.
—¿Te gusta Zidane…?
—Creo que apenas lo he visto en algún vídeo… —respondió, y miró a su padre—. Tengo hambre.
Unos días después la subieron de su equipo base, el infantil, al de cadete para un partido contra el Atlético de Madrid, chicas contra chicas. Salió de titular, igual que la exquisita centrocampista Cristina Librán, su socia inseparable desde benjamín. Ese día, Vicky y su padre fueron en coche al estadio sin cruzar palabra. A Jesús lo habían llamado del colegio porque la chica había tirado unos petardos en el recreo. El partido fue áspero. Ganó el Atlético. Ella no estuvo entonada. Eso sí, hizo un elegante regate de ruleta que levantó del asiento a una señora que vestía un abrigo de pieles.
—¡Joder, Vicky, hija mía!
La semana siguiente, Vicky y Cristina volvieron a jugar en infantil contra uno de los mejores equipos de su grupo, el San José del Parque, de niños. Ganaron ellos 2-0, pero fue un partido tan reñido que cuando marcaron el segundo lo celebraron con alegría furiosa.
Al salir, Vicky estaba fastidiada. Dijo que creía que podrían ganarles en el partido de vuelta si jugaban más recio. También me contó que acababa se sacar un 10 en Química y un 9 en Lengua, y que esa semana, para Historia, tenía que googlear una iglesia románica y otra gótica y explicar en qué se diferencian.
—¿Qué pasó con los petardos?
—Que me pillaron y me han dejado sin recreo una semana. Tengo que quedarme haciendo trabajos sobre el peligro de los petardos y sobre la sinceridad.
Su padre estaba enfadado y se lo hizo saber; sin embargo, no le contó que de niño él y uno de sus hermanos fabricaban pólvora con azufre, carbón y unas pastillas para el vómito, y, con la pata de una silla, disparaban al aire bolas de canica como si fuera un cañón.
El Día de San Valentín de 2020, la selección sub 15 de la Comunidad de Madrid le ganó 7-0 a Cantabria, pero Vicky estuvo floja, abúlica. En el descanso de la primera parte, dos compañeras le daban ánimos. Ella caminaba con las medias lánguidas, caídas a media canilla.
Al día siguiente vencieron a La Rioja, 5-0. En la grada estaba el seleccionador Vilda. Un ojeador del Barcelona tomaba notas con discreción. Al terminar, charlé con Cristina y Vicky. Les pregunté si veían mucho fútbol.
—Yo más femenino —respondió Cristina—. El masculino casi no me gusta. Me aburre, te lo juro.
—Yo veo más masculino, pero porque lo echan más en la tele —dijo Vicky.
—¿Cuál es el mejor gol que habéis visto?
—Uno de Ibrahimovic de chilena —eligió Vicky.
—Yo no sé, no me acuerdo de ninguno… —titubeó Cristina, y le pidió ayuda—. ¡Ay, tía, Vicky, el gol de aquel coreano o algo así!, ¿cómo se llamaba?
Les entró la risa y ahí se quedó la entrevista. El fotógrafo les enseñó fotos que les había ido sacando y esto les interesó mucho más que mis romas preguntas sobre sus gustos futbolísticos o elroldelamujereneldeporte. Absortas ante su propia imagen, preguntaron:
—¿Ya las podemos subir a Instagram?
Dos años más tarde, 8 de enero de 2022, su instagram se les había quedado pequeño. Ese día aparecerían por primera vez en la televisión jugando de titulares con el Madrid CFF en la Liga Iberdrola, primera femenina. En el minuto 83, Vicky le rompió la cintura a una lateral, centró y Cristina la picó a gol de cabeza. Perdieron 1-2 contra el Sevilla, pero da lo mismo: demostraron con solo 15 años que forman una pareja con un gran futuro. Cristina lleva el 10 y es una cosa así como un Xavi o un Pirlo, visión de juego 360 grados, toque fino, llegada; Vicky lleva el 9 y por sus virguerías podría recordar a su querido Neymar, o a Mbappé por técnica y potencia, pero jugando con el Madrid CFF, presente por todos los lados, atacando arriba, distribuyendo en el medio, defendiendo abajo, pareciera aquel señor de otro tiempo, llamado Alfredo Di Stéfano, al que el periódico L’Equipe bautizó como L’Omnipresent. Dado que el suyo es un club modesto, es probable que Vicky López y Cristina Librán no tarden demasiado en fichar por uno de los grandes, y sería sensato que las contratasen juntas porque su fútbol es como un sistema simbiótico.
Superado el caso petardos, la vida de Vicky seguía su paso corriente en invierno de 2020. Una mañana, de camino a otro partido, le preguntó a Jesús si le daría 50 euros si metía cinco goles. Él dijo que sí. Sabía que no los metería, porque iba a jugar con las de 15 y 16 años y esta vez no la pondrían de titular. Acertó. La sacaron en la segunda parte y solo pudo marcar dos. Vicky suele hacerle apuestas y casi siempre pierde, porque Jesús, pillo, solo le acepta retos excesivos. Cuando salió el iPhone X, le preguntó si se lo compraría si ganaba todas las competiciones y clasificaciones de la temporada. Algo hubo en lo que pinchó y su padre no tuvo que regalarle el aparato. Otras veces, la consiente sin necesidad de proezas. Cuando ella y su hermano le pidieron la camiseta de Nigeria del Mundial de 2018, un diseño retro que lo petó en ventas, las pasó canutas para encontrar un par. “Luego no les hicieron mucho caso, pero desde hace unas semanas han empezado a usarlas. Lo interpreto como una muestra de orgullo. Creo que con el tiempo están asimilando lo de su madre, madurándolo”, me contaría en la grada. Aquella tarde, mientras ella en el campo intentaba marcar cinco goles y embolsarse 50 pavos, miró a su hija con melancolía: “Para mí, verla moverse, tocar el balón, soltarlo, ya solo eso es bonito”.
El 13 de marzo de 2020, Pedro Sánchez decretó el estado de alarma durante 15 días. No volveríamos a ver a Vicky hasta un año después. Una tarde de marzo de 2021 la visité en su casa, un piso en el nuevo Ensanche de Vallecas donde vive con su padre; la pareja de su padre, Laura Delgado; sus hermanos mayores, María Elizabeth y Jesús, y la bebé Jimena, hija de Laura y de Jesús.
Vicky apareció por la puerta de la sala. Vestía un jersey de su colegio y calzaba unas enormes pantuflas verdes con forma de cocodrilo. Alguien cotorreaba en una tertulia de Telecinco, pero, por fortuna, la televisión estaba en voz baja.
—¿Cómo llevaste la pandemia?
—Al principio pasaba mucho tiempo en cama y no salía de la habitación, porque por la mañana tenía que hacer los deberes y por la tarde, hasta que nuestra entrenadora tuvo un planning de ejercicios, estaba viendo series y comiendo guarrerías.
—¿Qué series veías, qué guarrerías comías?
—De series, La casa de papel y Teen Wolf, que va de unos lobos, y de guarrerías, unas bolsas rosas del Mercadona que traen muchas chuches, gusanitos y eso.
—¿Lees?
—Cuando era más pequeña leía los libros de Geronimo Stilton, que van de las aventuras de unos ratones; Los Futbolísimos, que va de un equipo de fútbol, y El diario de Greg, que es de un chico que es bastante fracasado y siempre le están pasando cosas malas.
—Como qué.
—Una vez en el recreo había un queso que llevaba años pegado al suelo y, si lo tocabas, cogías como la peste, y él lo tocó y todo el mundo le hizo el vacío.
El verano anterior había cumplido 14 años. Me dijo que esos días estaba preparando un examen de Biología en el que entraba el sistema nervioso. Ya se sabía que el sistema nervioso central está compuesto por el encéfalo “y otra cosa que ahora no me acuerdo”, que el encéfalo a su vez está compuesto por el cerebro, el cerebelo “y glándulas encefálicas o algo así”, que el sistema nervioso periférico se divide en dos partes y que hay “sistema nervioso autónomo simpático y parasimpático”.
Además del examen de Biología, tenía pendiente hacer “un ejercicio de Sancho Panza y del otro”.
—¿Cómo se llamaba el libro ese? —dijo.
—El Quijote.
—Ese, El Quijote. Tengo que hacer un resumen de un vídeo que nos ha mandado la profesora.
—Deberías acordarte del título, Vicky —dijo su padre—, La Mancha es la tierra de tu abuelo.
Tres meses más tarde, en junio del año pasado, Vicky, Cristina y su Madrid Club de Fútbol Femenino se enfrentaban al Real Madrid en la última jornada por el título de preferente juvenil. Era un partido a cara o cruz. El Real Madrid llegaba con 54 puntos. El Madrid CFF, con 52. El encuentro se disputó en el Antiguo Canódromo, un campo municipal donde hace décadas se apostaba en carreras de galgos. Desde la tribuna de hormigón miraban a Vicky su padre y Laura. No la miraba Jimena. Jimena miraba un ipad mientras su madre le administraba una papilla de galleta, plátano y melocotón.
Vicky fue un huracán. En la primera parte, marcó el primero tras un pase iluminado de Cristina y, después de que todas sus compañeras la achuchasen celebrándolo, se lo dedicó a su madre levantando un dedo hacia el cielo; unos minutos más tarde, chutó al larguero desde fuera del área; luego le dio una asistencia a su compañera de ataque, Alba Rodado, para que anotase el segundo; antes del descanso, remató contra la cepa del poste y su padre se echó las manos a la cabeza porque la niña ya podría llevar un hat-trick. En la segunda parte, el Real Madrid apretó. El Madrid CFF se parapetó y siguió lanzando al contraataque a Vicky, dejándola sola dos veces ante el gol: en la primera, la portera le birló el balón; en la segunda, recibió un pase elevado de Cristina, sincronizó en carrera un control orientado con la espuela, desbordó a la portera, tiró a puerta vacía y una defensa la barrió en la línea. Cuando el árbitro pitó el final, las chicas del Madrid festejaron eufóricas otro trofeo que sumar a los cientos que acumula el dueño del club. Al principio, Alfredo Ulloa los ponía en el salón de casa. Ahora, de tanto ganar, no tiene más remedio que llevarlos al trastero.
Vicky terminó la temporada de pichichi con 65 goles en 19 partidos. En primavera, su padre y Ulloa habían acordado que siguiera en el club. Los grandes ya estaban interesados en ficharla, pero ella se siente muy ligada a su equipo y a Jesús le pareció prudente que siguiera allí al menos un par de años. Para acelerar su evolución, en agosto se incorporó al equipo de primera división, en el que la más veterana contaba 34 años, y la más joven, 18. Vicky acababa de cumplir 15 y en casa le habían regalado un bolso, una falda y un biquini de Calvin Klein.
El 5 de septiembre debutó en la máxima categoría con 15 años. Perdieron 0-2 contra el Athletic de Bilbao. “Jugué como 20 minutos y no pude hacer gran cosa, la verdad”, me dijo como si fuera cualquier cosa. Pero por primera vez había sido noticia en un medio nacional. El diario As la llamó “la perla del Madrid”.
El 24 de septiembre debutó con la selección española sub 17. Fue un partido oficial contra Irlanda del Norte en Stara Pazova, Serbia. Ganaron 3-0. El primero lo marcó Cristina, que también debutó, a pase de Vicky, y el tercero lo anotó ella: le llegó en la frontal del área un balón bombeado, que caía alto y vertical, y con un perfecto gesto biomecánico lo empalmó y entró impactando contra la base del poste. Técnica y arte, pura intuición. Una vez le pedí a Laura, que es arquitecta, que definiera la plasticidad de Vicky estéticamente. Me dijo que era de una belleza orgánica “como la de Gaudí”.
Unas semanas después de volver de Serbia, le pregunté a Vicky si había alguna cosa que se le hubiera quedado grabada de aquellos días en Stara Pazova. “Sí”, respondió, y me contó que en el cuarto que compartía con Olaya Rodríguez, delantera del Sporting de Gijón, “había un montón de mosquitos patilargos”. “Eran verdes, debían de ser típicos de Serbia”, dijo, “pero me daban mucho asco y los tuvimos que matar con una servilleta”. Dado que ella tiene fobia a los insectos, su compañera fue la encargada de cargarse a los dípteros balcánicos.
Este curso vive más bien apurada. Estudia, entrena toda la semana con el primer equipo, los fines de semana juega con el primer o el segundo equipo del Madrid CFF y de vez en cuando le toca con la selección sub 17, como el pasado 13 de enero, cuando fueron a Marbella para un amistoso contra Alemania. Se adelantó el rival en el minuto 10; empató en el 49 Paula Partido, punta del Real Madrid, y a un cuarto de hora del final Vicky se sacó un chut lejano que se fue desinflando según se acercaba a la escuadra, pero llegó con el vuelo suficiente para que la portera se lo tragase. Las españolas lo celebraron como posesas. Alemania es la némesis de España en fútbol base femenino. De las 12 Eurocopas sub 17 que se han jugado desde 2008, cada una de ellas ha ganado 7 y 4, respectivamente, y las dos aspiran a llevarse en primavera la próxima, en Bosnia-Herzegovina.
Si no hay sorpresas, allí estarán con el 9 Vicky López y con el 10 Cristina Librán. Competirían por su primer título con una selección que en todas sus categorías evoluciona aprisa, desde las inferiores —segunda y tercera Eurocopas sub 19 ganadas en 2017 y 2018; primer Mundial sub 17 conquistado en 2018— hasta la absoluta, que el año pasado entró en el top ten de la Fifa de mejores selecciones y tiene potencial para conquistar la Eurocopa de 2022 en Inglaterra. Este torneo servirá para medir la progresión del fútbol español, encabezada por el Barça. En mayo, el club catalán ganó la Champions; en diciembre, su estrella, Alexia Putellas, recibió el Balón de Oro, y hace dos semanas anunciaba que se habían agotado las entradas para el primer partido que jugarán las mujeres en el Camp Nou, en marzo en la Champions contra el Real Madrid. Aunque la realidad del fútbol femenino es infinitamente más prosaica, sin apenas público y en gran medida amateur hasta en la élite, se espera un día memorable que quizá ayude a abrir los ojos a su potencial de atracción para una sociedad y un mercado a los que ya no les bastan los ídolos masculinos.
Alba Mellado, la futbolista que se quedó boba viendo a aquella niña jugar en la playa, cree que la generación de Vicky dará un salto en popularidad y que ella será “una estrella del deporte”. Su hermano Jesús, un año mayor que ella, promete que será la mejor del mundo. A finales del año pasado me contó por Skype cómo le enseñó a golpear el balón cuando tenía cuatro años, en los soportales de su antiguo edificio en Vallecas. La pequeña aprendió pronto, y los otros niños le decían a Jesús: “Pero ¿cómo puede jugar así tu hermana?”.
Junto a él, al otro lado de la pantalla, Vicky sonreía. Llevaba unas chanclas. Me dijo que había dejado de usar las pantuflas con forma de cocodrilo.
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