El bilbaíno que hace compatible la privacidad y la inteligencia artificial
Xabi Uribe-Etxebarria lidera Sherpa.ai, una firma puntera en inteligencia artificial, y defiende una ingeniería de datos que garantice la privacidad de los ciudadanos. Desde su sede central en un pueblo vizcaíno, cuida la ética del algoritmo.
Habrá oído usted hablar tanto de inteligencia artificial (chupito) que entendería que dejara de leer aquí mismo, pues le traemos a otro experto en el asunto. Pero dele una oportunidad, que aparece en la lista de líderes del futuro y lleva un reloj analógico Braun. Es decir, se deja vigilar por la tecnología, pero no la lleva puesta.
Xabi Uribe-Etxebarria (Algorta, 1981) es el segundo de tres hermanos. Su padre, ingeniero técnico de minas; su madre, profesora. No es ninguna extravagancia que a un adolescente lo expulsen del instituto; que 20 años después Josu María Zabaleta, el fraile claretiano que lo echó, le pidiera disculpas en un diario que lee medio Bilbao ya es otra cosa. “No me siento nada orgulloso. Fue expulsado por esas actitudes poco normales que tiene un joven con inquietudes y que a veces los educadores no sabemos valorar”, escribió al periódico Deia. “Soy hiperactivo”, se disculpa Xabi, y no quiere insistir más en el asunto: “Mi madre todavía lo lleva regular”.
En 2012 fundó Sherpa.ai, una compañía líder en servicios de inteligencia artificial made in Bilbao que en 2020 la revista estadounidense Datamation incluyó entre las 10 empresas más relevantes de IA junto a Google, Amazon, IBM o Microsoft. El made in Bilbao se reivindica con tres relojes en la pared que marcan la hora de San Francisco —donde tienen una sede—, Nueva York —allí tiene inversores y colaboradores— y Erandio, el pueblo vizcaíno de 24.000 habitantes del que Xabi Uribe-Etxebarria no quiere mover su sede central.
Ha perdido la cuenta de las empresas que ha creado. Calcula que entre seis y ocho. Después del episodio del instituto estudió la rama electrónica de Ingeniería Industrial y luego un doctorado en Procesamiento de Lenguaje Natural que no terminó para fundar Anboto, su primera start-up, de donde salió “el Siri en español” que estuvo instalado en los teléfonos de Samsung. Ese podría ser el embrión de Sherpa.ai, o quizás haya que culpar más bien a una genética bendecida para los inventos y las interacciones raras. Su bisabuelo tuvo contactos con Leonardo Torres Quevedo, inventor de dirigibles y transbordadores, y también del telekino, el antepasado del mando a distancia. Su abuelo patentó una máquina de ladrillos, y su padre, ingeniero y “un genio de la lingüística”, ha creado “una especie de esperanto”. En el mismo polígono donde está Sherpa.ai su padre montó una librería y contrató a un joven ayudante, Joseba Irazu, que todos conocimos luego por su seudónimo literario: Bernardo Atxaga. En la década de los sesenta funcionaba en este polígono la petroquímica Dow Chemical. El día de la semana que se eliminaban residuos, un sistema de sirenas avisaba a los vecinos para que no salieran de casa. Entonces se liberaba una nube de gases desconocidos que partía por la mitad las ramas de los árboles y desintegraba las medias de seda de las mujeres. En aquel escenario distópico se trabaja ahora con inteligencia artificial. En el parking espera un Lexus rojo brillante, popular entre los capos de start-ups en Silicon Valley.
Sherpa.ai parece haber conseguido la cuadratura del círculo. Hacer compatibles la privacidad de los datos y la inteligencia artificial. Los algoritmos se entrenan con datos. Uribe-Etxebarria explica cuál es “la clave” de la cuestión: “Yo no te voy a dar mis datos, pero tu algoritmo de predicción va a ser capaz de aprender de ellos sin necesidad de que yo te los pase. Por ejemplo, si hay que entrenar a un algoritmo para diagnosticar una enfermedad y necesitamos datos de pacientes, con nuestra plataforma se podrá aprender de esos datos sin que salgan del hospital”. Sherpa.ai está construyendo la primera plataforma comercial que permite aprender de diferentes bases de datos sin tener que compartir la información. Es un servicio que darán a otras empresas porque, dice Xavi, no es “realista” pensar que en cada compañía habrá expertos en inteligencia artificial.
“Con el bum de la privacidad tenemos todo el viento a favor, llevábamos años trabajando en la plataforma Privacy Preserving. En Europa no hay ninguna plataforma comercial que permita aprender de datos que no se comparten”, asegura.
En el debate ético, él está del lado de los que no quieren una inteligencia artificial asilvestrada. “Creo que la privacidad debería escalar a derecho humano”, dice. Junto con el neurobiólogo Rafa Yuste, ideólogo del proyecto BRAIN (cuyas siglas en inglés podrían traducirse como “investigación del cerebro a través del aceleramiento de innovadoras neurotecnologías”), impulsan el juramento tecnocrático, inspirado en el hipocrático de los médicos, que define los mandamientos éticos de los que trabajan con las neurotecnologías y el análisis de datos. Sus primeras líneas rezan: “Mis conocimientos no se utilizarán para dañar a las personas; (…) buscaré el consentimiento y respetaré la voluntad de quienes han confiado en mí; (…) no infringiré la privacidad de la información confidencial de los individuos; maximizaré la transparencia de los algoritmos que genero y uso”.
En la ambición de una inteligencia artificial más ética, Sherpa.ai está al nivel de los más grandes. En 2019 fue incluida en la lista Fortune AI 100 como una de las 100 empresas más innovadoras del mundo en este campo, y en 2018 y 2019 Xabi apareció en la lista Choiseul 100, donde se anuncian los líderes del futuro de menos de 42 años.
Él muestra su poderío con los códigos clásicos de Silicon Valley: levantar millones en rondas de financiación —en la última, 8,5 millones de dólares— y fichajes estrellas como Tom Gruber, creador de Siri, y Joanna Hoffman, exdirectora de marketing de Apple, a quien ya ha traído a las fiestas de Algorta. También le gusta contar que cuando va a Estados Unidos se queda en el piso de Nueva York o en la casa de Palm Beach de John Sculley, ex CEO de Apple.
Pero la cuadrilla sigue siendo la cuadrilla. Y Uribe-Etxebarria tiene dos, la del frontón y la del rugby. Son los que lo ven sufrir cuando vienen mal dadas. “Los momentos que me hacen feliz son todos analógicos, pero la tecnología me ayuda, por ejemplo, a organizar una cena en el txoko o a ahorrar tiempo para ser libre y salir al frontón a ver quién anda por ahí —aquí no hay que quedar— para salir de fiesta…, y es entonces cuando de la nada aparece mi tía y a mis casi 40 años me grita en medio de la calle: ‘¡Formal, ehhh!”.
—¿Le da siempre a aceptar todas las cookies?
—Intento decir a todo que no, pero seguramente algo se me escapa.
—¿Qué datos nunca compartiría?
—Ninguno si pudiera, pero no creo que sea posible.
—¿Y ese reloj analógico?
—La mayor seguridad es no compartir datos.
Fuera, en el parking, alguien saca el Lexus rojo a toda velocidad
—¿Ah, que no es suyo?
—¿Mío? —se ríe—. No tengo coche, estuve 16 años con mi Ford Focus y se murió en 2020.
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