Historia y curiosidades del museo minero de Bizkaia que fundaron los propios mineros
La movilización de los vecinos de Gallarta, el pueblo que desapareció engullido por una mina y en el que nació La Pasionaria, cristalizó en el Museo de la Minería del País Vasco, un espacio para la memoria de esta importante industria en la zona
Hay dos cosas que llaman la atención cuando se visita el Museo de la Minería del País Vasco, en Bizkaia. La primero es la maqueta que hay a la entrada, y que representa esta zona minera de la zona de Gran Bilbao, en el occidente de la ciudad. En ella se ven colinas, prados y un pueblo: Gallarta. Pero entre las casas en miniatura de esta maqueta sobresalen dos asas, como las de un cajón de armario. Tirando de ellas, todo el pueblo se desprende de la maqueta y en el hueco que deja aparece una gigantesca mina a cielo abierto. Es la manera más interactiva que el museo ha encontrado para explicar al visitante cómo, en los años setenta, Agruminsa, la compañía minera que explotaba este rico yacimiento de hierro, ante la constatación que la veta de mineral pasaba por debajo del pueblo no tuvo ningún empacho en derribarlo por completo para seguir excavando, aunque eso supusiera trasladar a sus 5.000 habitantes a otro emplazamiento. La rentabilidad económica por encima del bienestar social.
“Yo nací en el 54 y nací en ese gran socavón que dejó la mina Concha Segunda y que hizo desplazarse a todo un pueblo. Fui desahuciada de mi casa en el año 75 y hay mucho dolor cuando dejas tu pueblo ahí, hundido, en ese agujero. Porque ahí se quedó todo, no se quedó solo mi casa, se quedó la escuela donde yo aprendí a leer, la plaza donde patinaba, se quedó el Ayuntamiento, el quiosco de la música donde tocaba mi abuelo que era músico, se quedó la iglesia, se quedó todo en ese agujero y ese es el gran dolor que nos ha quedado, una gran nostalgia”. Quién me cuenta esto es Amelia Ortiz, hija, nieta y bisnieta de mineros, maestra de escuela y alguien que sin haber estado abajo, en las galerías de la mina, sabe casi tanto como los que descendían a ellas porque lo he vivido desde niña. Hoy es la presidenta de la Fundación del Museo de la Minería del País Vasco, una agrupación sin ánimo de lucro formada por exmineros, trabajadores de la siderurgia y ciudadanos de Gallarta que se organizaron para que tanto la memoria de la minería en este territorio vizcaíno como los elementos de la actividad minera no cayeran en el olvido.
Porque esa es la segunda cosa que llama la atención cuando se visita este museo: esto no es una entidad al uso, en la que la Administración Pública pone tanto la iniciativa como el dinero para crearlo. Aquí todo, desde la idea hasta los elementos museísticos o los fondos documentales y audiovisuales, ha sido reunido por antiguos mineros y vecinos del pueblo, que se movilizaron para salvar lo recuperable tras el cierre de la mina.
“El museo surge, en parte, por esa nostalgia que nos quedó cuando abandonamos el pueblo y nos fuimos a vivir a las casitas nuevas o a donde cada uno pudo”, continúa diciendo Amelia. “La explotación se va cerrando, queda la mina subterránea hasta 1993, pero también esta se acaba. Y quedan muchas ruinas, maquinaria, objetos, enseres de la mina. Empieza así un movimiento impulsado por Carmelo Uriarte, que es nuestro presidente de honor, en 1986. Iba engañando a unos y a otros para que le ayudaran, que si aquí he cogido dos palas, que aquí tengo tres picos, ahora vamos a rescatar una máquina, ahora vamos a bajar a las galerías a sacar una vagoneta… Se fueron creando grupos de voluntarios que recorrían el paisaje minero en busca de cualquier cosa”, recuerda sobre sus inicios.
La primera sede de la asociación, que más que un museo era un almacén, fue una lonja que les cedió el Ayuntamiento. Hoy, convertido ya en una entidad oficial de la red de museos del País Vasco, esa historia viva de la minería en Gallarta, salvada del olvido por sus propios actores, ocupa el antiguo matadero municipal. Cuenta con diversas salas en las que se puede ver la evolución de la minería de hierro en las Encartaciones desde época romana a través de multitud de objetos de lo más dispar, desde la pizarra donde se anotaban los días sin accidentes (47 en el interior; cuatro en planta y talleres) fechada en el último día en el que se trabajó (30 de junio de 1993) hasta los antiguos uniformes que usaban los empleados de Correos. También hay objetos del cuartel de bomberos, maquinaria usada para el sondeo, la extracción, el acarreo y el posterior tratamiento del mineral de hierro, vagonetas, pericachos, cascos, geófonos, martillos neumáticos y artículos de la vida cotidiana de la época. Incluso se ha recreado en uno de los pabellones una cantina exactamente igual a las que había en el pueblo y en la que los mineros aliviaban sus penas antes o después de su turno con un trago de aguardiente.
Pero el Museo de la Minería del País Vasco no es solo la memoria de una actividad industrial. Lo es también de los movimientos asociativos y de la lucha obrera que nació en estos valles. Las condiciones de vida de aquellos mineros, llegados de otras zonas de Euskadi, y también de regiones de la España más pobre y rural de la época, eran calamitosas. Vivían en barracones, sin salubridad alguna y sin derechos laborales.
“No hay apuntes”, me comenta Amelia, “pero calculamos que desde la segunda mitad del siglo XIX más de 20.000 mineros de provincias limítrofes vinieron a trabajar aquí. En el museo contamos toda la historia de la gran emigración, que es la que ha hecho junto con la gente de aquí una cultura nueva. Nosotros somos una cultura de mestizaje, aquí nos hemos juntado todos, aquí nos hemos querido todos, aquí hemos vivido todos juntos y todos hemos avanzado en esta sociedad gracias al movimiento obrero. Porque las condiciones de vida de las minas eran realmente durísimas”.
Para dar una idea de la importancia de ese movimiento obrero en las minas de Gallarta, baste un dato: Dolores Ibarruri, La Pasionaria, nació aquí, en Gallarta, en 1895. Y en este ambiente duro de minas, injusticias y reivindicaciones obreras creció hasta que en 1931 se mudó a Madrid para seguir trabajado en la sede del Partido Comunista de España. A ella está dedicada una de las salas del museo. En una de sus paredes cuelga la típica foto de un posado escolar. Es un grupo de niñas pequeñas de la escuela de Gallarta, la imagen está fechada en 1910. En el extremo de la izquierda aparece de pie una adolescente morena y de gesto sereno. Es Dolores. El pie de foto aclara que estuvo en la escuela hasta los 15 años y que servía de ayuda a la maestra, doña Antonia Izar de la Fuente, que moriría más tarde en el bombardeo de Gernika.
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