Un lago a 1.500 metros de altura en los Alpes, una piscina termal en los fiordos de Islandia y otros grandes chapuzones en plena naturaleza
Ya sea nadar entre un gigantesco acueducto romano, explorar las ruinas de ciudades sumergidas o bucear en la mítica cueva de Ulises, aquí van nueve rincones en Europa para un satisfacer los gustos de nadadores empedernidos
En pleno verano, ríos, lagos, bahías y pequeñas calas invitan a darse un refrescante chapuzón. Nadadores empedernidos, veraneantes en busca de un momento refrescante, viajeros necesitados de un refrescante chapuzón en el camino… estos son nueve rincones por toda Europa que invitan a un baño en plena naturaleza.
Lago di Braies (Tirol del Sur, Italia): inmersión en los Alpes
Los Dolomitas italianos son uno de los lugares preferidos por deportistas y aventureros europeos: en invierno sus pistas negras están llenas de esquiadores; en verano, los escaladores suben su vertiginosa vía ferrata. Pero tal vez los más valientes son los nadadores que se atreven a sumergirse en las heladas aguas de los lagos de montaña, alimentados por el deshielo de las cumbres nevadas que los rodean.
En el lago di Braies se permite nadar, aunque al estar situado a una altura de casi 1.500 metros todas las inmersiones aquí serán necesariamente cortas, intensas y muy tonificantes. Pese a ello, resulta uno de los mejores lugares para nadar en todos los Alpes. Por ejemplo desde un desvencijado muelle de madera que sobresale en sus aguas tranquilas, casi como un espejo, con pequeña capilla sobre una playa de guijarros, todo rodeado por un bosque de coníferas que se aferran a los acantilados. Estamos en medio de una cadena de montañas que se ciernen sobre el lago a modo de caldero sobre el que se reflejan. Los picos de caliza de los Dolomitas no son los más altos de los Alpes, pero son realmente espectaculares (y para muchos, los más espectaculares de Europa).
Quien se anime a darse este chapuzón helado, deberá mirar hacia atrás para contemplar el solitario Hotel Lago di Braies, escenario de un capítulo oscuro de la historia europea. En los últimos días de la II Guerra Mundial, este edificio fue requisado por los nazis para ser utilizado como centro de concentración.
Aperlae (Costa de Licia, Turquía): una ciudad sumergida en la Costa Turquesa
Desde la Atlántida de Platón hasta el reino submarino de La Sirenita de Hans Christian Andersen, la idea de una ciudad sumergida ha llenado desde la Antigüedad la imaginación colectiva. Justo al lado de la costa mediterránea de Turquía, la fantasía se hace realidad. Desde los siglos III y IV antes de Cristo, Aperlae formó parte de la próspera civilización costera de Licia, pero al comienzo de las conquistas musulmanas en el siglo VII fue abandonada y cayó en ruinas. Terremotos posteriores desplazaron la ciudad bajo las olas, cada vez más hacia abajo, donde hoy espera ser descubierta por aspirantes a Ariel y tal vez tritones.
Si llegamos en barco fuera de la temporada alta, tal vez encontremos muy pocos turistas. La primera visión de Aperlae es un puente construido con ladrillos que se desmorona en una ensenada en la costa. Luego, se ve un sarcófago casi intacto, que se yergue orgulloso en las aguas poco profundas como un centinela dando la bienvenida. A lo largo de la costa, más ruinas dispersas entre olivares y campos de tomillo silvestre permiten imaginar la escala del asentamiento.
Debajo de la superficie brillante del agua se descubre todo un mundo, incluso una red de paredes y caminos. Donde durante 1.300 años la gente paseaba y hablaba, dormía y comía, ahora solo revolotean besugos, bonitos y peces león. Se ven claramente los restos de un puerto y los cimientos de grandes edificios, un recordatorio de la prosperidad que en otros tiempos tuvo Aperlae, una ciudad que se enriqueció gracias a la producción de púrpura de Tiro, un tinte extraído de los caracoles de mar Murex. Sus conchas todavía se encuentran en grandes cantidades en los alrededores. A esta zona de Turquía también se la conoce como la Costa Turquesa: aquí se puede pasar horas nadando y explorando en el agua sin riesgo a enfriarse, pues las temperaturas son cálidas y su salinidad extrema hace que sea muy fácil mantenerse a flote.
A Aperlae se llega desde Kas, un lugar lleno de otros magníficos puntos para nadar y disfrutar del mar y de la costa. Frente a Kas, la isla griega de Kastelórizo, a solo dos kilómetros de la costa turca. Cada junio hay una carrera para nadar de Kas a Kastellorizo, una competencia transfronteriza de 7,1 kilómetros que se lleva a cabo para promover la amistad entre los dos vecinos. Es posible nadar la ruta fuera de este evento, pero antes es conveniente contratar los servicios de un bote de seguridad local.
Puente del Gard (Languedoc, Francia): nadar con los antiguos romanos
Bajo el Puente del Gard en verano reina un ambiente tranquilo, de veraneo familiar, con niños que chapotean en las aguas profundas sobre fondos de guijarros, y en sus orillas, sombreadas por árboles, las cigarras van elevando su tono conforme avanza el calor. Ambiente de verano feliz, tal vez el mismo que el de hace 2.000 años, cuando los romanos construyeron sobre las aguas tranquilas y sedosas del Gard un poderoso acueducto que todavía se mantiene en pie.
El gigantesco Pont du Gard es un icono de Francia, un acueducto que se eleva casi 50 metros sobre el río Gardon (o Gard) en la región de Languedoc. Fue construido en apenas cinco años para transportar agua dulce 50 kilómetros, desde la fuente de Eure cerca de Uzès hasta la colonia romana de Nemausus (Nimes). Cuando se completó en el siglo I., obtuvo el título de “rl acueducto más alto del Imperio Romano”; y ahora es el único acueducto de tres niveles del mundo antiguo que permanece en pie. Nadar bajo los arcos monumentales extraordinariamente bien conservados de este tesoro patrimonio mundial de la Unesco desde 1985 es una experiencia casi salvaje que enseña a sentirse realmente pequeño e insignificante.
Los arquitectos romanos diseñaron el puente original, de 360 metros de largo para que encajara perfectamente en el entorno natural: un recodo bucólico en el apacible río, entre pinos aromáticos y el matorral típico mediterráneo. Un sitio de lo más refrescante y auténtico en plena Francia para refrescarse nadando en la naturaleza. Antes de eso, tampoco está de más explorar el Museo Pont du Gard dentro del centro de visitantes en Rive Gauche (orilla izquierda) para conocer la historia romana local.
Cueva de Ulises (Mljet, Croacia): chapuzón en una gruta mítica
En sus famosos viajes, Ulises tuvo que luchar contra gigantes, desafiar sirenas y enfrentarse a monstruos de seis cabezas. Pero su odisea comenzó, según cuenta la historia, nadando bajo la custodia de la ninfa Calipso, quien lo mantuvo prisionero en la isla de Ogigia durante siete años. Se cuestiona la geografía de las travesuras marineras de Ulises, pero los croatas creen que Ogigia es en realidad Mljet, la más meridional de las principales islas dálmatas.
En su extremo occidental se encuentra el parque nacional Mljet, donde se puede nadar en lagunas rodeadas por bosques de pino carrasco. En el borde más oriental de la isla, donde las amplias playas se abren al Adriático, el recuerdo de Ulises convive con el de otro náufrago famoso: se rumorea que San Pablo se detuvo aquí de camino a Roma. La supuesta guarida de Calipso en Mljet es uno de los lugares más remotos para darse un chapuzón. Hay que llegar por una carretera solitaria que serpentea entre villas de terracota, viñedos y olivares, y después ascender por un camino empinado por la ladera, hasta encontrar la cueva, una formación geológica compleja, donde el mar surge a través de un estrecho agujero en el acantilado costero, derramándose en una laguna ovalada. Muy cerca, se extiende todo el Adriático, la costa italiana de Apulia, llena de lugares magníficos.
Rambergstranda (islas Lofoten, Noruega): un baño en el Círculo Polar Ártico
El archipiélago de las Lofoten, en la costa noruega, resulta de una belleza casi irreal. Cada isla está cubierta por imponentes montañas de granito, que empequeñecen las diminutas cabañas rojas situadas a lo largo de la orilla. Muchas de estas pequeñas casas (rorbuer) sirven ahora como casas de huéspedes, pero tradicionalmente eran viviendas de pescadores. El pescado está presente por todas partes, desde las estructuras gigantes en forma de A que se usan para secar la captura hasta la omnipresencia del bacalao en los menús de los restaurantes.
El océano, igualmente, es ineludible: la costa se ve en cada curva de la carretera que conecta las islas a través de una serie de puentes y calzadas. Los profundos fiordos permiten que las aguas saladas se adentren en las islas y la marea alta crea amplias piscinas tranquilas como lagos. Aunque Rambergstranda, en la isla de Flakstadøya, es inequívocamente una playa, aunque también tiene algo irreal: sus arenas blancas vírgenes y su mar turquesa en calma parecen sacados del Caribe. Solo una vez que entras en el agua se rompe la ilusión: la temperatura dista mucho de ser tropical. Y cuidado: para bañarse en el Ártico es recomendable hacerlo a paso lento. Dicen que lo mejor es luego sumergirse, desaparecer brevemente bajo la superficie como lo hacen a veces los araos y los cormoranes que vuelan en círculos sobre su cabeza. Esta es una terapia de frío que estabiliza tu respiración mientras el cuerpo se aclimata. Pero si después queremos presumir de haber nadado en el Ártico, tampoco tenemos por qué contar que en realidad este es uno de los chapuzones más fáciles en esta latitud: las aguas de las Lofoten son calentadas por la Corriente del Golfo.
Lago Bled (Eslovenia): rumbo a una isla sagrada
Nadar en el lago Bled es una experiencia única. Convertido en uno de los paisajes-icono de Eslovenia, es enorme y azul. En sus aguas se reflejan los Alpes Julianos, coronados por la nieve del invierno. Custodiando la orilla hay un castillo medieval, encaramado en un acantilado. Pero la pieza central del paisaje es la isla verde en el centro del lago, presidida por una iglesia barroca a la que se peregrina desde hace siglos. Ahora hay una moderna peregrinación en forma de miles de turistas que vienen cada año a la región de los lagos eslovenos. Todo en el lago y los alrededores está pensado para contemplar la isla de Bled, objeto de postales y folletos un símbolo de facto para la nación. La mayoría de los visitantes realizan excursiones de un día en góndolas de madera para ver de cerca esta pequeña masa de tierra. Pero son pocos, muy pocos, los que se atreven a nadar en las aguas alpinas del lago hasta el pequeño santuario en su corazón. Es una aventura que reconcilia a los nadadores con el magnífico paisaje.
El lugar para emprender la aventura nadando dependerá de la confianza y entrenamiento que uno tenga: en el punto más alejado de la ciudad de Bled, la isla está a 1,6 kilóemtros de la costa. Hay un tramo mucho más fácil de 350 metros desde el boscoso lado oeste del lago. Un pequeño muelle del Camping Bled ofrece un punto perfecto desde el que sumergirse. El marcador de la ruta será siempre el campanario de la isla, atentos al tráfico de barcos. Nadar aquí es una larga tradición: a mediados del siglo XIX había un balneario de estilo suizo en la orilla, con pacientes en horarios estrictos alternando entre el gélido lago y baños de vapor templados. Después tuvo como visitantes asiduos a la familia real yugoslava y más tarde al líder comunista el mariscal Tito, cuyo palacio presidencial hoy es un hotel.
A medida que uno se acerca la isla de Bled puede verse una escalera barroca que sale majestuosa del agua. La leyenda local estipula que cualquiera que se case aquí debe cargar a su novia por los 99 escalones y tocar la campana para garantizar la felicidad conyugal. Incluso con los brazos doloridos, hay pocos lugares más perfectos para casarse que la iglesia de la Asunción de María, una capilla con un altar dorado, envuelto con coloridos frescos.
El vecino del lago Bled es el lago Bohinj: aquí no hay islas a las que nadar, pero el telón de fondo es aún más impresionante, con acantilados que se elevan escarpados desde la orilla y el Triglav, el pico más alto de Eslovenia, que se cierne más allá. Ubicado en el punto más oriental del lago, Restavracija Kramar es un buen lugar para nadar antes del almuerzo, con un pequeño embarcadero que sobresale en el agua.
Fiordos del Oeste (Islandia): en unas piscinas termales
Conectados con el resto de Islandia por un estrecho istmo de tierra, los Fiordos del Oeste son uno de los lugares más remotos y fascinantes de Europa. Solo el 2% de los islandeses vive en esta aislada península del noroeste, donde altas montañas de cima plana se precipitan sobre los fiordos estrechos y profundos. En un viaje por carretera por esta región aislada se pasa por muchos puntos de baño al aire libre que se remontan a los vikingos, magníficos para sumergirse en estos paisajes primitivos. Se puede descender a piscinas de roca natural con aguas calientes excavadas en los acantilados o nadar al final de solitarios fiordos, con el enérgico océano Atlántico Norte a modo de piscina.
El viaje de 232 kilómetros desde la capital del país, Reikiavik, hasta la ciudad de Hólmavík, la puerta de entrada a los Fiordos del Oeste, es tranquilo, llano e increíblemente pintoresco. Después de eso, la verdadera aventura comienza cuando el asfalto da paso a pistas de grava llenas de baches. Cuando los caminos no serpentean sobre los pasos de montaña, rozan el borde del agua tan cerca que casi se puede tocar.
Cada piscina termal destaca a su manera. Un chapuzón en Hellulaug, en los confines más recónditos de la reserva natural de Vatnsfjörður, es casi un acto furtivo: nos sumergiremos en aguas a 38°C justo al lado de la carretera, pero fuera de la vista de los conductores. Y al sumergirnos en Reykjafjarðarlaug, un arroyo de 45°C represado para crear una serie de ollas calientes naturales sobre una piscina de hormigón, uno se siente especialmente expuestos al duro clima. Otra opción es bañarse en Galtahryggjarlaug, una piscina natural revestida de piedra en un prado, que es una inmersión absoluta en la naturaleza, verde por todas partes. Si decidimos concluir el circuito de Westfjords (conocido como Ring Road 2), en Hólmavík, podremos terminar con una inolvidable piscina infinita en Krossneslaug, con vistas al Atlántico Norte. Aunque es una piscina artificial, nadar aquí es algo indiscutiblemente salvaje: contemplando el océano, solo hay que pensar que desde aquí hasta las Svalbard hay 1.600 kilómetros de mar gris oscuro. Estamos realmente nadando en los confines de la tierra.
Bagni de la Regina Giovanna (Sorrento, Italia): refrescarse como una reina napolitana
El baño de la reina Juana es un lugar salvaje y natural para nadar en el sur de Italia que ha sido un secreto sorprendentemente bien guardado durante más de dos milenios. A pesar de ser tan pintoresco y estar a la vuelta del promontorio de la popular Sorrento y la costa de Amalfi, el camino empinado para encontrarlo significa que Bagni de la Regina Giovanna sigue prácticamente sin descubrirse. Excepto en el mes de agosto, cuando llegan los veraneantes, es un oasis de calma lejos de las playas más comerciales con sus tumbonas y sombrillas.
El lugar es una piscina aislada entre rocas, con el Golfo de Nápoles enfrente. Hay una pequeña playa de cantos rodados resguardada del viento y las olas, y aguas tranquilas y cristalinas. En medio de la laguna, una roca plana permite a los nadadores recuperar el aliento y tomar el sol. Es un hermoso lugar para nadar durante todo el año, pero especialmente en septiembre, cuando el agua está más caliente después del largo verano italiano. Una forma divertida de llegar es en kayak desde Marina Grande, remando a través de la pequeña abertura del acantilado y recorriendo la costa de la reserva marina de Punta Campanella.
Debe su nombre a la reina Giovanna de Nápoles, que en el siglo XIV, supuestamente, se escapaba hasta aquí para encontrarse con sus amantes. Se sabe poco de ella: reinó desde 1343 hasta 1382, tuvo cuatro maridos y fue asesinada en Aviñón. Mucho antes que la reina napolitana, el aristócrata romano Pollio Felice construyó aquí su villa en el siglo I. Desde el agua, todavía se pueden ver las ruinas sobre el acantilado.
Los nadadores más aventureros pueden pasar por debajo del arco y a través de un estrecho pasadizo hasta el mar, luego trepar por las rocas y saltar de nuevo al agua. Después solo queda darnos una lenta caminata a Sorrento para tomar un aperitivo.
Lago Balatón: el mar húngaro
Los centroeuropeos sueñan con el mar. O bien se van hacia el sur, hasta las islas del Adriático, o hacia el norte, hasta las playas del Báltico. Pero existe una tercera opción: el lago Balatón. Este lago húngaro es el más grande de Europa Central: un mar interior que mide 598 kilómetros cuadrados. Rodeado de bosques y viñedos, ha servido como destino de vacaciones desde que los aristócratas del siglo XIX llegaron a sus costas para pasar los veranos. Justo en el corazón del continente, se puede nadar en aguas de una inmensidad aparentemente oceánica, lo suficientemente grande como para que el otro lado a veces desaparezca en la neblina.
Balatón está rodeado de centrosturísticos a lo largo de sus costas: Siófok es el más grande, Zamárdi es sede de animados festivales, Balatonfüred es un centro de navegación, pero el más bonito es el pequeño Keszthely, una ciudad encaramada en su esquina más occidental, con parques frondosos y un palacio barroco. Hay muchos lugares para darse un chapuzón junto al lago, pero en pleno verano muchos se acercan a Városi Strand para nadar entre cisnes e hidropedales, en una orilla sombreada por sauces. No falta un hermoso muelle y pequeños embarcaderos donde los pescadores lanzan sus redes con la esperanza de atrapar una de las famosas carpas de Balatón. Con temperaturas del agua que rondan los 25°C en pleno verano, es un lugar agradable para bañarse con buenas vistas.
Dicho esto, hay lugares más cálidos para nadar en este rincón de Hungría. Por ejemplo el lago Hévíz: el segundo lago termal más grande del mundo (y, de hecho, el más grande que está abierto a los bañistas). Aquí, el agua brota de un manantial a una maravillosa temperatura de 40°C. Incluso en pleno invierno, cuando Balatón está congelado y los pescadores de hielo recorren su superficie, el Hévíz puede ser tan cálido como un baño en casa.
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