Winterthur, una caja de sorpresas para amantes del arte y los paisajes de cuento
Gracias a su amplia oferta cultural y a su ambiente relajado, esta ciudad suiza acaba seduciendo a los visitantes a su discreta y elegante manera. Además, es el punto de partida perfecto para acercarse en tren a la abadía de St. Gallen o a las cataratas del Rin
Si la vida nos lleva al cantón de Zúrich, no podemos dejar de visitar Winterthur. Es más, la ciudad suiza merece que la convirtamos en cuartel general de las excursiones y recorridos por la zona. Con su amplia oferta cultural y su ambiente relajado, Winterthur acabará seduciéndonos a su discreta y elegante manera. Con la ventaja, además, de que aquí el verano no alcanza temperaturas tórridas.
A Winterthur la llaman “la ciudad de los museos”, así que lo más sabio es dedicar tiempo a visitar los que podamos. Ineludible es el Kunst Museum, que alberga su amplia colección en tres edificios repartidos por la ciudad: el Beim Stadthaus, el Reinhart am Stadtgarten y la Villa Flora, recién reabierta este año tras su renovación. En sus salas no hay largas colas, pero bien podría o debería haberlas, pues en ellas se exhiben obras de Van Gogh, Monet, Klee, Bonnard y muchos otros pintores de los siglos XIX, XX y XXI.
Como la naturaleza es uno de los hilos conductores de Suiza, en Winterthur no puede faltar un exquisito cóctel entre arte y paisaje: se trata de la colección Oskar Reinhart, expuesta en la deslumbrante villa, con sus lámparas de araña y su suelo de buen parqué, construida en 1915 y situada junto a un bosque. Desde el centro de la ciudad se llega a ella en una caminata energética de unos 20 minutos, tras la que se nos aparecerá la mansión que Oskar Reinhart (1885-1965) adquirió en 1924 y que hoy conserva los fondos que fue atesorando a lo largo de su vida. El coleccionista estaba enamorado de los pintores impresionistas y de sus predecesores, de ahí la abundancia de cuadros de maestros franceses como Cézanne, Manet o Corot, si bien también se encuentran otros tesoros de artistas como Goya, del cual se exhibe una bellísima naturaleza muerta compuesta por rodajas de salmón. Después, o quizá incluso antes de ver la colección, es indispensable sentarse un rato en su café con vistas al bosque, ya sea dentro, en su salón relajante y luminoso que nos hace pensar en una película de Wes Anderson, o en su terraza, cuando el tiempo lo permite.
Si buscamos la escena de arte y ocio alternativos de Winterthur, la encontraremos en una zona industrial en desuso, en concreto en torno a un antiguo gasómetro que le da su nombre: Kulturzentrum Gaswerk. A cualquier hora del día se dejan caer por allí cinéfilos, amantes del arte conceptual y, no nos engañemos, también personas con ganas de comer y beber. Es en el encantador Portier, un bar situado en un pequeño edificio que podría haber sido ideado por un Le Corbusier de buen humor, donde la gente se reúne para escuchar música en directo los lunes, o incluso para comer una calçotada, tal como se anuncia en un colorido póster. Y si surge, antes o después ven una película en el cine Kino Nische, una filmoteca que programa retrospectivas de gran calidad. En la misma zona se encuentra la sala de arte Museum Schaffen, con exposiciones centradas en el mundo del trabajo, y restaurantes tan pintorescos como Les Wagons, situado en el interior de unos viejos vagones de tren.
Volvamos al centro histórico de Winterthur: su calle comercial principal, la Marktgasse, rebosa de viandantes mientras las tiendas están abiertas. Allí se encuentra también el restaurante Zur Sonne, en el que probar sus muchas variantes de rösti, las célebres tortitas de patata rallada que se sirven con muchos otros ingredientes. Muy cerca, y también en otras tres ubicaciones de la ciudad, nos espera Vollenweider, una chocolatería artesanal donde lo obligatorio es beberse el chocolate caliente de la casa que deja ese bigotillo marrón del que muchos presumirán después en redes sociales.
Los martes y los viernes, aquellos que madruguen serán recompensados con productos frescos de temporada de los puestos del mercado local, que funciona entre las calles Steinberggasse y Metzggasse entre las seis y las once de la mañana, aunque los rezagados aún podrán encontrar algo que echar en la cesta si llegan algo más tarde.
Otros dos lugares imperdibles del centro: el Coalmine, un café cuyas paredes están recubiertas de libros hasta el techo y donde también se proyecta cine actual, y el simpático Copi, sun bar italiano fundado como “cooperativa de gusto e cultura” en 1906 y donde el dialecto suizoalemán se sustituye momentáneamente por la lengua de Petrarca, especialmente en sus frecuentes recitales de canción italiana.
Y para comer a mediodía, tomarse un café matutino o asistir a un concierto, el secreto mejor guardado de la ciudad es el Kulturhaus Villa Sträuli, un centro cultural y residencia para artistas situado, cómo no, en el interior de una casona de aspecto decimonónico. Villa Sträuli cuenta con The Bistro, atendido por el chef Luca Verardi, que ofrece menús del día tanto omnívoros como vegetarianos. En sus acogedores salones tienen lugar actos de cualquier disciplina artística, dependiendo de los residentes que se alojen en ese momento.
Explorando las cercanías
De Winterthur no nos vamos a cansar, pero para cambiar de aires un rato viene bien tomar un puntualísimo tren (estamos en Suiza, recuerden) que en menos de una hora nos deje en St. Gallen (San Galo), la coqueta ciudad donde se encuentra la abadía de igual nombre, fundada en el siglo VIII y reconocida como patrimonio mundial de la Unesco desde 1983. El interior de su biblioteca, que conserva manuscritos de gran valor histórico, es uno de los espacios más barrocos de Europa. Entrar en ella con las reglamentarias pantuflas que nos darán a la entrada para no rayar su suelo de madera es una experiencia inolvidable. Al salir de la abadía también merece la pena visitar el Museo Textil de St. Gallen, célebre por su amplia colección de bordados artesanales.
Si tenemos buen calzado y ganas de respirar aire fresco, hay que ascender hasta la zona de los estanques (Drei Weieren), construidos hace siglos por los monjes como depósito de agua y situados en una meseta en las faldas del monte Freudenberg. En verano se puede nadar en ellos y en invierno patinar sobre hielo. No obstante, en cualquier época del año se puede gozar de las vistas panorámicas de la ciudad que se obtienen desde allí, dignas de convertirse en el fondo de pantalla del escritorio del ordenador.
¿Y el río Rin no estaba por aquí cerca? Si tomamos un tren desde Winterthur hasta Stein am Rhein, en el cantón de Schaffhausen, nos podremos sentar a sus orillas y, provistos de un cuaderno y unas acuarelas, hasta pintar el bucólico paisaje que se divisa desde ambas, digno de un lienzo de Caspar David Friedrich. El pueblo es delicioso para una excursión, pues en su plaza principal, la Rathausplatz, se encuentran las fachadas más bellas de la región, todas ellas decoradas con pinturas al fresco de época renacentista y barroca, y muchas con sus correspondientes miradores. No hay que olvidarse tampoco del monasterio benedictino de San Jorge, abierto al público entre abril y octubre. Con sus murales del siglo XV y su jardín, es otro de los puntos fuertes de este pueblo.
Los planes ideales para quienes viajen con niños se encuentran también a tiro de piedra: uno de los más exitosos es la visita a una fábrica de chocolate, donde se podrá emular a Charlie, el protagonista del libro de Roald Dahl. Chocolarium, perteneciente a la marca Munz & Minor y situada en el pueblo de Flawil, garantiza una experiencia participativa en la que, además de recorrer la fábrica, toda la familia aprenderá a elaborar muñecos de chocolate.
Y si queremos que la naturaleza nos impresione de verdad, no podemos dejar de visitar la cascada más grande de Europa: es la Rheinfall o cataratas del Rin. Como casi todo en esta región, se encuentra a menos de una hora de Winterthur en tren. Su lado norte se puede admirar al bajarse en la estación de Neuhausen am Rheinfall. En cambio, para apreciar su lado sur, hay que bajar en la parada Schloss Laufen am Rheinfall. En ambas áreas hay mesas y bancos de madera donde organizar un pícnic con la banda sonora que proporcionan los saltos de agua. Al regresar a Winterthur, la ciudad nos volverá a acoger para acabar el día en locales como el Albani Music Club, donde por las noches suena música en directo.
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