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Por la comarca de Tierras de Berlanga al encuentro de un caimán, una ermita y los ‘picassos’ de Caltojar

El lagarto de Fray Tomás en Berlanga de Duero, la exótica ermita mozárabe de San Baudelio y el arte urbano de Caltojar son tres de las muchas sorpresas que asaltan a quien recorre este histórico y solitario territorio del suroeste soriano

Tierras de Berlanga Soria
Las vistas desde el mirador de Rello, conocido también como mirador de las Angustias, en la comarca de Tierras de Berlanga, en la provincia de Soria.ANDRÉS CAMPOS

Hay muchos motivos para ir a Berlanga de Duero: el último, que acaba de ser admitido en el club de los pueblos más bonitos de España. Y hay también muchos caminos, pero dos especialmente evocadores. El primero, por orden de antigüedad, es el que siguió Almanzor tras ser derrotado y malherido en Calatañazor, en 1002. El segundo, el que cabalgó el Cid con 12 de los suyos —”polvo, sudor y hierro”— cuando el rey lo echó de Castilla en 1081. El Victorioso por Alá cruzó por última vez el Duero en Andaluz, a ocho kilómetros al noreste de Berlanga. El Campeador lo hizo al pie de la tremenda fortaleza califal de Gormaz, a 13 kilómetros a poniente. El último camino de Almanzor y el del destierro del Cid se encuentran en la puerta de Aguilera, en Berlanga de Duero. Si ambos paladines hubieran vivido y llegado al mismo tiempo, hubiese ardido Troya. O tal vez no, porque desdichas y caminos hacen amigos.

Nada de lo que se ve en Berlanga, ni la puerta misma, existía en sus tiempos. El castillo, que es lo primero que se ve y que hay que visitar, data de los siglos XV y XVI y la muralla larguísima que rodea el cerro sobre el que se alza, del XII. Antes había una fortaleza musulmana, pero a saber cómo era. Lo mejor es la vista casi aérea del pueblo desde la torre del Homenaje, aunque tampoco desmerece la que hay desde el mirador que se asoma como un trampolín al barranco del Escalote, afluente del Duero que sirve de foso al castillo. Al pie del cerro, los marqueses de Berlanga tuvieron un palacio con espléndidos jardines renacentistas. Tras la francesada apenas quedó nada de él: una fachada hueca y la torre donde hoy están la entrada al castillo y la oficina de turismo.

Vista aérea del castillo de Berlanga de Duero, en la provincia de Soria.
Vista aérea del castillo de Berlanga de Duero, en la provincia de Soria.antonio ciero reina (Alamy / CORDON PRESS)

Segunda parada: la colegiata de Santa María del Mercado. O, mejor dicho, para ver el lagarto de Fray Tomás, que es lo que todo el mundo se queda mirando largo rato junto a la puerta de entrada, en el interior del templo. Este ilustre vecino de Berlanga un caimán de cuatro metros de Panamá, donde el fraile fue obispo de 1531 a 1545. Y se lo trajo vivo y coleando, y así anduvo el cocodrilo varios días por el pueblo, hasta que su sangre fría, acostumbrada al agua templada del río Chagres, se congeló con el primer escarchazo. Fray Tomás también se trajo de América la fabulosa historia de cómo viajó a Lima en 1535 por encargo del rey para mediar entre Pizarro y Almagro y se extravió durante la travesía, descubriendo las islas Galápagos. Todas estas historias —y también la leyenda de cómo el ardacho se zampaba a los muertos del cementerio y a las doncellas vivas—, mejor que en la colegiata, se saborean a gusto paseando bajo los soportales de la plaza Mayor y comiendo los dulces lagartos que allí mismo elabora la confitería El Torero.

El interior de la colegiata de Santa María del Mercado, en la localidad soriana de Berlanga de Duero.
El interior de la colegiata de Santa María del Mercado, en la localidad soriana de Berlanga de Duero.

Una estatua de Fray Tomás con un caimán y un galápago sobre una peana semiesférica preside la plaza que está delante del palacio. Al lado, en el antiguo matadero, hay un centro de interpretación donde se explica la mayor maravilla de la comarca: la ermita de San Baudelio, construida a finales del siglo XI sobre un alcor a nueve kilómetros de Berlanga y por sus frescos conocida como “la Capilla Sixtina del arte mozárabe”. Aquí, de forma virtual, se ven mejor las pinturas que en la propia ermita, por la sencilla razón de que estas fueron arrancadas y vendidas a varios museos estadounidenses. Justo se cumplen cien años de aquel disparate. En el centro se cuenta con detalle el expolio: cómo el anticuario judío León Levi pagó por ellas 65.000 pesetas a unos vecinos de la cercana aldea de Casillas de Berlanga y cómo nadie en España pudo evitar que acabaran en otro país. Y quien pudo, no quiso. Solo por una de las 23 pinturas, el Museo de Bellas Artes de Boston dio 75.000 dólares, medio millón de pesetas de las de 1925. Había un halconero, un guerrero moro, un dromedario, un ibis, un elefante… “Fue solo un sueño, hijo mío”, se quejaba poéticamente Gerardo Diego: “Que no, que estaban allí, / yo los vi, / los elefantes. / Ya no están y estaban antes. / (Y se los llevó un judío, / perfil de maravedí)”.

La estatua dedicada a Fray Tomás, en Berlanga de Duero.
La estatua dedicada a Fray Tomás, en Berlanga de Duero.Domingo Leiva (GETTY IMAGES)

Lo siguiente es ir a ver lo poco o lo mucho que se salvó del expolio. A 10 minutos escasos en coche, sobre una colina pelada —como toda esta comarca—, se encuentra la ermita de San Baudelio, que por fuera parece un tinado, un cobertizo cuadradote y simplón. Porque eso era cuando Levi metió su nariz de raposo en ella: “Una cabaña / con ovejas trashumantes”, como dijo Diego. Pero una vez dentro, el visitante alucina al descubrir una palmera, una robusta columna central que sostiene todo con ocho arcos como ocho ramas. Y debajo de la palmera, la mezquitilla, un bosquete de 20 columnas y 30 arcos de herradura que hay que atravesar para asomarse a la cueva excavada en la roca donde habitó el primitivo eremita que fundó el lugar. Y por doquier, las improntas de las pinturas arrancadas, especialmente llamativas las profanas y, más que ninguna, la de aquel elefante blanco con un castillo a cuestas que parece salido de un cuento oriental. Son tan exóticas, tan mestizas, tan antiguas y tan modernas…: vívidas instantáneas de una tierra de frontera, de nadie y de todos, de moros y cristianos, de Almanzor y del Cid. “¿Y qué hace, aquí, una palmera, a orillas del Escalote, en este clima riguroso?”, se preguntaba el premio Cervantes José Jiménez Lozano en su Guía espiritual de Castilla.

El interior de la ermita de San Baudelio.
El interior de la ermita de San Baudelio.Enrique P. Sans (Alamy / CORDON PRESS)

¿Y qué hacen aquí Las señoritas de Avignon?, se pregunta el viajero. Bueno, las señoritas y otros 60 picassos que hay pintados en los muros de Caltojar, el siguiente pueblo al que se llega conduciendo por la carretera SO-152, a los cinco minutos de salir de San Baudelio. En el tímpano de la portada de la iglesia románica de Caltojar, elevando su diestra y blandiendo con la otra mano la lanza, el arcángel San Miguel parece estar diciendo: “¡Vade retro, arte moderno!”. En 1981, Caltojar tenía 207 habitantes, muchos de ellos niños que, para celebrar el centenario del nacimiento de Picasso, pintaron los murales que aún se ven. En 2014, los mismos chavales, ya cuarentones, los restauraron y, el año pasado, el Guernica, que estaba hecho polvo, lo han vuelto a pintar a la salida del pueblo, bien grandote, como el original. Hoy Caltojar tiene solo 30 habitantes y casi ningún niño, pero posee la mejor colección de picassos del mundo, la más entrañable.

Mural del 'Guernica' en una de las calles de la localidad soriana de Caltojar.
Mural del 'Guernica' en una de las calles de la localidad soriana de Caltojar.ANDRÉS CAMPOS

Tras callejear por Caltojar, toca conducir de nuevo: ahora, por la carreterilla de cinco kilómetros que lleva a la pedanía de Bordecorex. Por el camino, se ven las atalayas islámicas de La Veruela (a mano izquierda) y de Ojaraca (a mano derecha), ambas del siglo X, igual que las pudo ver Almanzor en 1002, de no haber ido agonizando en una litera cubierta por un baldaquino, oculto tras las cortinas de las miradas contritas de sus soldados. Paseando por Bordecorex no se ve un alma, no se oye un coche en media hora —eso se tarda en recorrer el menguado caserío y en fotografiarlo desde arriba, enfocando el precioso ábside de la iglesia románica de San Miguel—. Es un silencio sepulcral. Nada cuesta imaginarse que fue esta mañana, y no otra de hace 1022 años, cuando Almanzor expiró en Bordecorex. Hasta Medinaceli, donde fue enterrado con el polvo recogido de sus ropas después de cada batalla, fue llevado a hombros por sus generales.

Vista de la pedanía de Bordecorex.
Vista de la pedanía de Bordecorex.ANDRÉS CAMPOS

Otro lugar para morirse, de lo bonito y sugeridor, es Rello. Para admirarlo, hay que volver a Caltojar, seguir por la carretera SO-152 hasta La Riba de Escalote y bajar por la SO-132 hasta ver indicada una senda peatonal que, tras caminar cinco minutos cuesta arriba, lleva al mirador de Rello. Desde el mirador de las Angustias, que así se conoce también por la ermita que hay al lado, el pueblo aparece colgado sobre una hoz acantilada del Escalote, con sus casas y su muralla medieval al borde del cortado calizo, su torre albarrana del Agua —que servía para cogerla del río con seguridad, en caso de sitio— y su cielo lleno de buitres leonados.

Si se pasea por el pueblo, mucha atención al rollo de justicia, porque es una bombarda del siglo XVI y la única picota metálica de España. Y si aún no se ha comido, nada mejor que un pícnic panorámico en las mesas que rodean la ermita o en la fuente-lavadero que hay poco más abajo. Eso, o volver a Berlanga de Duero y probar la cocina castellana actualizada —con mucha seta, carne de caza y trufa negra—de Casa Vallecas o la más sencilla y económica de Senderos del Cid, de los mejores restaurantes de la comarca. Para dormir, no hay duda: el hotel Villa de Berlanga está en el sitio ideal, con vistas al castillo y, por el otro lado, a la colegiata. A 30 metros justos, duerme el lagarto de Fray Tomás.

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