En ruta tras los pasos de las mujeres golondrinas por el Pirineo navarro
Desde finales del siglo XIX y a lo largo de 85 años, cuando llegaba el otoño grupos de jóvenes cruzaban a pie la cordillera hasta Francia, donde pasaban el invierno trabajando en la industria de la alpargata. Hoy se pueden seguir sus huellas de Isaba a Mauléon por caminos que en parte se conservan como ellas los transitaron
Hay que ponerse en situación. En Isaba, último pueblo del valle navarro de Roncal, ha comenzado el otoño. Estamos a finales del siglo XIX; digamos hacia el año 1850. El día empieza a clarear y el ambiente frío va anunciando la proximidad del invierno, que a estas montañas puede llegar antes que al calendario. Por eso, un grupo aún no muy numeroso de muchachas de entre 11 y 18 años se arrebujan en sus ropas negras y se aprietan contra el costado el hatillo en el que llevan sus pocas pertenencias. En dos días, andando o a lomos de caballerías, van a cruzar la frontera con Francia por el puerto de Arrakogoiti para hacer luego un largo descenso a pie en varias jornadas más hasta el pueblo francés de Mauléon, donde pasarán el invierno trabajando en la industria de la alpargata. Coserán las puntas, las colas y las cintas de estos calzados durante meses y, si todo va bien, volverán a sus pueblos en primavera con las ganancias obtenidas en forma de dinero, vajillas, bordados u otros enseres que puedan ser transportados por ellas mismas o por las familias que saldrán a su encuentro.
Con el tiempo, se las conocerá como mujeres golondrinas por sus ropajes y porque su viaje coincidía con el de estas aves: se van cuando empieza el frío y regresan con los primeros calores. La que seguramente es una de las pocas migraciones conocidas realizadas exclusivamente por mujeres duró 85 años. Hoy podemos seguir sus pasos por caminos y senderos que en parte se conservan como ellas los transitaron.
Primer día: Isaba - Arrako (11 kilómetros)
A pesar de que hace algunos años se recuperó el Camino Real entre Isaba y Belagua, algunos tramos han quedado cubiertos por la carretera que se construyó en 1910. No obstante, se puede caminar a lo largo de estos 11 kilómetros por senderos paralelos al río Belagua que nos acercan al único valle navarro de origen glaciar de Navarra. Antes de echarse a andar se puede comprar queso en alguna de las queserías de Isaba. El de Roncal, hecho con leche cruda de oveja latxa, fue el primer queso español en obtener denominación de origen.
Aguas arriba, a dos kilómetros y medio de Isaba, el puente de Otsindundua desafía las crecidas y las heladas y se mantiene en pie desde que dos izabarras lo levantaran en 1568 por 98 ducados de oro con la solidez suficiente para soportar el trajín de rebaños y pastores durante cinco siglos y la altura necesaria para permitir el paso de las almadías bajo su ojo. Desde aquí, un desvío permite visitar la cueva del Ibón, una gran sala que en época de lluvias hace de desagüe natural del macizo de Ezkaurre.
A partir del puente, el camino remonta el valle por la izquierda orográfica del Belagua, atraviesa la carretera que nos llevaría a Zuriza y al valle de Ansó y nos deposita en las inmediaciones de un dolmen con 3.000 años de antigüedad y de la ermita de Santa Ana, puerta con puerta con la Venta de Arrako, casona más que centenaria de piedra con ventanas al sur y en aparente estado de reforma. Aquí se juntaban las chicas que venían desde Isaba o desde otros pueblos navarros con las que llegaban de Ansó o Hecho por el Paso del Oso. Y aquí, juntas, pasaban su primera noche camino de Francia.
¿Por qué solo mujeres jóvenes? El historiador local Fernando Hualde da la explicación: “Los hombres del valle eran maderistas o bajaban con el ganado a la Ribera a pasar el invierno; las mujeres habían de quedarse en las casas cuidando de los mayores, del resto de los animales, de los críos (repatanes, en terminología vernácula) y de la casa. Solo quedaban las chicas jóvenes sin ocupación especial. Era una oportunidad para ganar algo de dinero y, de paso, aliviar de gastos a la famélica economía doméstica”
Segundo día: Arrako - frontera en Arrakogoiti (3,4 kilómetros)
De madrugada, las muchachas recogían el hatillo y volvían a ponerse en marcha; tenían por delante una fuerte pendiente de 400 metros de desnivel hasta la muga en el puerto de Arrakogoiti y casi 800 de bajada para llegar a Sainte-Engrâce, ya en Francia, en donde pasaban la segunda noche. El sendero hasta el puerto se conserva prácticamente igual a como ellas lo conocieron.
Tras cruzar el barranco y río de Arrakogoiti la senda se endereza para atravesar una zona de pastos primero y luego un bosque de pinos. Al poco de empezar puede seguirse un corto desvío a la izquierda para ver la cascada de Arrako, cuyo acceso ha sido acondicionado. De regreso al camino, la traza nos lleva, 200 metros de desnivel más arriba y fuerte pendiente, hasta la Venta de Juan Pito. La tentación de pararse a tomar aquí unas migas que son de tradición centenaria es grande, pero teniendo en cuenta lo que aún queda por delante posiblemente es mejor dejarlo para el regreso. El primer ventero, en el siglo XIX, se llamaba Juan, pero no se apellidaba Pito. El remoquete le viene de su costumbre de asomarse en días de niebla y hacer sonar un instrumento de viento con el fin de orientar a los caminantes que se aventuraban por ese monte, como las golondrinas.
Atravesando helechos gigantes, umbrías de pinos y hayas y finalmente pastos de altura punteados de flores se llega al puerto de Arrakogoiti, puerto de Urdaite para los franceses o, simplemente, El Puerto a 1.416 metros de altitud. Ahora ya se ve Francia o una parte de ella, porque es habitual que un imponente mar de nubes cubra la ladera norte de estas montañas dejando asomar solo algunas cimas que parecen islas.
Podría decirse que a día de hoy este paso resulta algo aburrido; solo hay vacas, caballos y algún buitre, pero siglos atrás estuvo francamente animado. Por aquí han pasado peregrinos camino de Santiago en la Edad Media, reyes (el de Navarra usó esta senda para huir de Pamplona en el siglo XVI), ejércitos franceses en el siglo XVIII, refugiados que burlaban a los nazis ayudados por los pastores vascos, contrabandistas y, por supuesto, las golondrinas.
Hacia Francia
El camino de bajada que aquellas mujeres emprendían desde Arrakogoiti hacia Sainte-Engrâce por las laderas norte de los picos Larragoiti y Cortaplana es hoy impracticable. Numerosos desprendimientos (lurtas, se llaman en Roncal) destruyeron hace años la traza que se ha vuelto muy peligrosa con riesgo cierto de caída. Si se quiere continuar hacia Francia, lo aconsejable es continuar por el lado navarro de la montaña a media ladera hacia el Este rumbo al refugio de Belagua hasta alcanzar el Portillo de Eraiz en la frontera. Desde allí, por los llanos de Errayzé y las gargantas de Ehujarré, se puede bajar a Sainte-Engrâce en unas tres horas.
Del antiguo hospital para peregrinos y de la importante colegiata regida por el monasterio navarro de Leire desde 1085 solo queda la iglesia románica levantada con una arquitectura armoniosa, y poco común, sobre una colina tras encontrarse en ese sitio, supuestamente, restos de la santa.
En este pueblo, las golondrinas eran muy bien recibidas, entre otras cosas, porque ellas hablaban uskara roncalés y del lado francés, xiberotarra, dos lenguas arcaicas muy parecidas y ya desaparecidas. En los días siguientes continuaban hasta Mauléon, cuyos habitantes celebraban su llegada como una fiesta. Habían desafiado las dificultades del camino, el frío y hasta la amenaza de lobos y osos, pero en Francia podían ganar un jornal. Muchas no volvían porque se casaban allá. Se estima que la mitad de las familias de Mauléon son descendientes de aquellas alpargateras y en los cementerios se pueden encontrar numerosos apellidos roncaleses. Cada 15 de agosto se celebra en esta localidad la Fiesta de la Alpargata, espadrille en francés, espartinaren en euskera. A ocho kilómetros de Sainte-Engrâce puede visitarse la Sala de la Verna, cavidad de dimensiones colosales (se dice que cabrían hasta seis catedrales como la de Notre Dame de París) que forma parte de la famosísima sima de la Pierre Saint-Martin, una de las más profundas del mundo.
Aparte de seguir el camino original que hacían aquellas jóvenes valientes, existe la llamada Ruta de las Golondrinas, que ofrece excursiones circulares de tres, cuatro y cinco días por las montañas y los valles próximos, enlazando refugios, con o son guía.
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