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Blogs / El Viajero
El blog de viajes
Por Paco Nadal

Cinco joyas en los Pirineos por si este verano eliges ir de vacaciones a la montaña

El paisaje del Rincón de Belagua, las iglesias del Serrablo, el burgo medieval de Montañana, el tren cremallera de la Vall de Núria y los pueblos del Pallars Sobirá son aciertos viajeros

Vacaciones Pirineos
Puente románico de Tavasca, del siglo XIII. Hasta 1960 fue el único puente que cruzaba el río Tavascan y unía los dos barrios.Sergi Boixader (Alamy / CORDON PRESS)
Paco Nadal

Para quienes en el eterno debate de dónde ir en verano elijan montaña en vez de playa, aquí van cinco lugares del Pirineo en el lado español. Parajes escondidos, poco transitados y deliciosos para redescubrir la gran cordillera más allá de los manidos y archisaturados lugares de siempre.

1. Rincón de Belagua (Navarra)

En lo más alto del valle de Roncal existe un pequeño valle lateral excavado por los glaciares. Su acceso es angosto, pero enseguida se ensancha en prados de ensueño y bosques sugerentes. Es el Rincón de Belagua, una de esas pequeñas joyas perdidas en los pliegues del Pirineo. La parte más alta del valle la ocupa el karst de Larra, uno de los parajes de caliza más impresionantes de Europa. La erosión talló en esta masa de roca mil grietas y oquedades hasta formar un paraje imposible. Una de estas grietas da acceso a la celebérrima Piedra de San Martín, que con sus 1.410 metros de profundidad fue durante muchos años la sima más profunda explorada por el ser humano. Muy cerca de la boca de la Piedra de San Martín, en el mojón número 262 de la muga hispano-francesa, se celebra cada 13 de julio el tributo de las Tres Vacas. Los alcaldes del Roncal, vestidos a la usanza tradicional, reciben de los del valle francés de Baretous tres vacas como tributo de una sentencia arbitral que selló en 1375 la enésima disputa por los pastos. Es el lugar ideal para iniciar buenas excursiones senderistas, como la que sube a la Mesa de los Tres Reyes.

Una vaca pastando en el Valle de Belagua, en Navarra.
Una vaca pastando en el Valle de Belagua, en Navarra.Manel Vinuesa (GETTY IMAGES)

2. Las iglesias del Serrablo (Huesca)

Desde mediados del siglo X y hasta finales del XI, la comarca del Alto Gállego, en la provincia de Huesca, sufrió un periodo de ebullición, preludio de la creación del reino de Aragón y del fin de la dominación musulmana. En esa etapa de mestizaje, y por tanto de trasvase de ideas y estilos, se empiezan a construir por todo el valle pequeñas iglesias de una sola nave y ábside circular en las que se funde todo ese amalgama de culturas y de estilos: arcos de herradura, frisos de baquetones, arquerías ciegas, ventanas ajimezadas.... Una mezcla de influencias entre el románico lombardo que empezaba a llegar de Europa y el arte musulmán local que alumbró un nuevo estilo, el mozárabe, del que las iglesias del Serrablo son uno de sus mejores exponentes. Destacan las de Santa María de Isún de Basa, Satué, San Juan de Busa o la de San Bartolomé de Gavín. Aunque la más bella y trabajada de todas las iglesias del Serrablo es la de San Pedro de Lárrede. Olvidadas durante siglos, las iglesias fueron rescatadas por la labor de algunos historiadores, como Rafael Sánchez Ventura, Francisco Íñiguez y Antonio Durán Gudiol, y, sobre todo, por la actuación entusiasta y constante de la Asociación de Amigos del Serrablo, verdadera dinamizadora de la recuperación de esta comarca oscense.

Iglesia de Santa Eulalia de arte Mozarabe que forma parte de las Iglesias de Serrablo (iglesias cristianas del siglo X al XI) en Oros Bajo, Biescas, Huesca.
Iglesia de Santa Eulalia de arte Mozarabe que forma parte de las Iglesias de Serrablo (iglesias cristianas del siglo X al XI) en Oros Bajo, Biescas, Huesca. D. Carreno (Alamy / CORDON PRESS)

3. Montañana (Huesca)

La histórica comarca de la Ribagorza, una de las piezas fundacionales del reino de Aragón, cuenta en su zona sur con muchas poblaciones ricas en patrimonio e historia, donde vuelven a aflorar las ermitas románicas y las fortalezas altomedievales que tanta importancia tuvieron en la consolidación de la casa real aragonesa. Una de las más singulares es Montañana, el burgo medieval con más encanto de toda la baja Ribagorza, perdido del mundanal ruido en el fondo de un barranco lateral del río Noguera Ribagorzana, a un par de kilómetros de la carretera N-230. Al trasladarse la población paulatinamente a Puente de Montañana, la villa quedó en el olvido, lo que propició la caída de tejados y el deterioro de sus inmuebles, pero también que no se cometieran tropelías urbanísticas ni ampliaciones aberrantes que hubieran acabado con su estampa casi de cuento. Lo forman dos barrios a ambos lados del torrente unidos por un puente de piedra y rodeados por un denso entramado de torres y puestos de vigía que avisaban a los moradores de peligros en ciernes. La abundante restauración emprendida por particulares ha devuelto su esplendor a un pueblo cuyas calles, llenas de arcos y rincones abovedados, no son accesibles en coche. Sobre la peña que domina el lugar destaca la torre de la Cárcel, que perteneció a la antigua fortaleza, y la iglesia de Nuestra Señora de Baldós, cuyo aire fortificado evidencia que antes de templo fue baluarte.

Pueblo Montañana en Ribagorza, Huesca.
Pueblo Montañana en Ribagorza, Huesca.Xavier Fores y Joana Roncero (Alamy / CORDON PRESS)

4. Vall de Núria (Girona)

En Ribes de Freser, el Pirineo catalán empieza a tomar hechuras de alta montaña y el paisaje se llena de picos bravíos, densos bosques y multitud de arroyos. Es el lugar apropiado para dejar el coche y seguir remontando el río hacia Núria en el único tren cremallera de España. Núria es un circo glaciar rodeado de montañas que superan los 2.500 metros de altitud, enclavado en una de las zonas más vírgenes del Pirineo catalán. Sus laderas suaves, cubiertas de verdes praderas en verano, confluyen en una explanada herbácea donde se levanta desde época visigoda el monasterio de la Mare de Déu de Núria, el segundo lugar de peregrinación más frecuentado de Cataluña tras el de Montserrat. La leyenda atribuye su fundación a San Gil, que llegó a este remoto lugar hacia el año 700 huyendo de las persecuciones del rey godo Witiza.

Vall de Núria (Girona) con canoas aparcadas en el lago.
Vall de Núria (Girona) con canoas aparcadas en el lago. Digoarpi / GETTY IMAGES

En 1928, antes de que llegara la fiebre del automóvil, se proyectó un tren cremallera que permitiera acceder al santuario de una manera más ágil que en burro por la vieja senda de herradura que remontaba el río desde Ribes. Mejorado y restaurado, el tren de Núria es una de las más saludables iniciativas pirenaicas. Salva mil metros de desnivel y 12,5 kilómetros de distancia entre Ribes y el santuario, con parada en Queralbs, otro núcleo característico pirenaico. Junto al templo se encuentran un hotel, un albergue, cafetería, restaurantes, tiendas y un centro de acogida para los numerosos peregrinos que llegan a este lugar emblemático.

5. Pueblos del Pallars Sobirá (Lleida)

El Pallars Sobirá leridano es una de las comarcas pirenaicas más remotas y abruptas, que incluye la cima de Cataluña, la Pica d’Estats (3.143 metros). Pura alta montaña entre prados verdes y picos de roca desnuda que guardan en sus umbrías pequeños neveros hasta bien entrado el verano. Su difícil acceso por el único paso natural que hay al sur, el desfiladero de Collegats, en el valle del Noguera Pallaresa, no ha impedido que pueblos como Esterri d’Àneu, Llavorsí y Sort se masifiquen cada primavera y verano, sobre todo por el impacto que tienen los deportes de aguas bravas en el río Noguera Pallaresa. Pero perdidas por los rincones del valle hay otras muchas localidades de pura arquitectura montañesa que conservan aún el encanto de antaño. Pueblos como Áreu, en la vall de Ferrera; Burg, con sus callejuelas empedradas; Esterri de Cardós y el valle homónimo, donde aún queda ganadería, e incluso Gerri de la Sal, en el Baix Pallars, con su famoso puente medieval y la iglesia del antiguo monasterio de Santa María de Gerri.

Una manada de caballos salvajes en libertad en una pradera del Pirineo catalán en Pallars Sobirà, Cataluña.
Una manada de caballos salvajes en libertad en una pradera del Pirineo catalán en Pallars Sobirà, Cataluña. Manel Vinuesa (GETTY IMAGES)

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