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Vilnius a través de la memoria de la Brigada de Papel y los libros salvados de las garras de los nazis

La capital lituana albergó la biblioteca más importante de la comunidad judía askenazí. Durante la II Guerra Mundial, un grupo de libreros y jóvenes poetas y partisanos logró esconder los fondos más importantes, y las huellas de su hazaña perviven en la ciudad

El Viajero Vilnius Lithuania
Vista del casco histórico de Vilnius (Lituania) al atardecer desde lo alto de la colina del castillo.Alamy Stock Photo
Analía Iglesias

Vilnius, una de las capitales bálticas que emergió con luz propia tras el desmembramiento de la antigua Unión Soviética, es también sinónimo de tesoro cultural para la comunidad judía askenazí, proveniente de Europa central y del Este. Antes de la II Guerra Mundial, la capital de Lituania fue el refugio de esas familias que se comunicaban en yidis, una variante dialectal del alemán antiguo y que desde el siglo XV fue el idioma materno de una buena parte de la diáspora judía en el mundo. De ahí la fundación, en esta ciudad, del YIVO Institute for Jewish Research (instituto para la investigación científica judía), en 1925, que estuvo en funcionamiento hasta 1940, albergando la que fuera la biblioteca más importante de la época en materia literaria, teológica y científica de esa comunidad.

El proyecto se truncó con el encierro de los ciudadanos judíos en dos guetos, según estuviesen destinados directamente al exterminio (el pequeño gueto) o se pudiese extraer de ellos mano de obra esclava para la causa del expansionismo nacionalsocialista (el gran gueto). Ambas zonas estaban separadas por la Deutschegasse o calle Niemiecka (también llamada Vokieciu), que no podían cruzar ni los bibliotecarios que con coraje consiguieron salvar vidas y textos que transmitirían valor al futuro.

Nosotros, en cambio, podemos entrar y salir del gran gueto (señalizado en la nueva Vilnius), ir a cada uno de los espacios de exhibición del Museo Estatal Judío de Vilna Gaon (en honor al erudito rabino del siglo XVIII, cuya tumba se encuentra en el cementerio Dembovka). También, recorrer la calle Pylimo, en la que se hallan varias instituciones que albergan fotos y objetos de aquel tiempo de confinamiento (de 1941 a 1943), durante el que los portadores del pase amarillo (trabajadores) podían moverse a pie por el perímetro e incluso reunirse. De hecho, en los tiempos entre deportaciones, los vecinos encontraban cierto consuelo asistiendo a funciones teatrales, de música y poesía en el viejo teatro (el Ghetto Theatre), un edificio que aún está en pie y que es posible visitar.

Exposición de fotos familiares encontradas entre las ruinas del gueto judío de Vilnius en las ventanas de la antigua Casa de la Cultura, en la calle Zemaitijos de la capital lituana.
Exposición de fotos familiares encontradas entre las ruinas del gueto judío de Vilnius en las ventanas de la antigua Casa de la Cultura, en la calle Zemaitijos de la capital lituana.slowcentury (Getty Images)

Estudiar al enemigo

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Quizá la más heroica de las hazañas del gran gueto la protagonizaron los activistas que consiguieron rescatar miles de ejemplares entre los 50.000 fondos con los que llegó a contar la biblioteca. Por eso, visitar Vilnius hoy significa acercarse a una de esas aventuras vitalistas que quedaron a pie de página del capítulo más grande y cruel de la historia contemporánea, como fue la persecución del Tercer Reich. La aventura de la llamada Brigada de Papel permite conocer, además, el modus operandi de los jerarcas nazis con la cultura del “enemigo”, que se habían propuesto estudiar, a través del expolio de sus obras, quién sabe si por el placer del exterminio o por una secreta admiración.

Para cuando se desmanteló la biblioteca de Vilnius, Alfred Rosenberg era el ideólogo nazi encargado de seleccionar bienes culturales que no debían ser destruidos. Esa empresa de recuperación (además del simple y ruin robo sistemático que sufrieron las víctimas) requería de habilidades para las que los propios militares nazis no estaban formados, por lo que se sirvieron de mano de obra intelectual del gueto. Necesitaban gente que conociera el valor de cada libro, que supiera leer en hebreo y en yidis, a fin de seleccionar una porción significativa que se enviaría a Alemania y de descartar el resto.

Placa en honor al erudito rabino Vilna Gaon en las ruinas de la Gran Sinagoga de Vilnius.
Placa en honor al erudito rabino Vilna Gaon en las ruinas de la Gran Sinagoga de Vilnius. Alamy Stock Photo

Así fue como, entre 1941 y 1942, reclutaron a bibliotecarios, lingüistas y poetas, que estarían a las órdenes del librero polaco Herman Kruk. Entre ellos se encontraban los representantes del movimiento de jóvenes poetas Yung Vilne, que también lideraban la resistencia armada de los bosques de Ponar, como el bravo Shmerke Kaczerginski. Resistían con arsenal y con libros, que fueron escondiendo entre sus ropas y sacándolos de la biblioteca hacia el gueto, donde los enterraban en sótanos o tras paredes de conventos y casas cuyas direcciones fueron anotando en libretas numeradas, pensando en los que vendrían.

Hacia los bosques de Bielorrusia

La Strashun Bibliotek, que llevaba el nombre de Mattiyahu Strashun —un bibliófilo ruso que había legado los 7.000 libros de su colección— llegó a contar con rollos antiguos de la Tora —el libro sagrado del judaísmo—, manuscritos literarios, cartas de Tolstói y bocetos de Marc Chagall, entre otros tesoros. Hay un excelente documental de Diane Perelsztejn titulado The Paper Brigade (2018), que cuenta este germen, con la voz de algunos protagonistas o de sus descendientes, como es el caso de Liliana Cordova-Kaczerginski, la hija de Shmerke, quien en el filme lee unos versos de su padre en los que anima a los supervivientes agotados que iban quedando en las calles valladas de Vilnius. El texto, musicalizado, formó parte de una de las casi cien representaciones del teatro durante la ocupación.

Foto en blanco y negro del antiguo cementerio judío de Vilnius.
Foto en blanco y negro del antiguo cementerio judío de Vilnius. Alamy Stock Photo

De los 60.000 judíos censados en la ciudad al comenzar la ocupación, sobrevivieron en el territorio menos de 3.000. En aquellos días de amenazas e ingenio para encontrar escondites todavía había tiempo para hacer dibujar a los niños en algunas de las hojas en blanco de los viejos libros de menos valor que los partisanos rescataban de la pila de descartados. Si algún soldado descubría papeles escondidos entre sus ropas, los cautivos argüían que era combustible para encender hogueras con las que calentarse por las noches. Mientras tanto, la población judía iba mermando y apenas quedaban manos para los trabajos forzados. Todos sabían que sería difícil salir de allí con vida. Cuando se hubo salvado lo salvable de la biblioteca, los más jóvenes, entre ellos los poetas de la Yung Vilne, tramaron la huida, que se concretó por las alcantarillas de la ciudad, en julio de 1943, hacia los bosques de Bielorrusia.

Interior de la Sinagoga Coral de Vilnius.
Interior de la Sinagoga Coral de Vilnius.sergio delle vedove (Getty Images)

Entre Moscú y Nueva York

Pocos meses le quedaban de vida al último gueto de Vilnius, que se desmanteló en noviembre de 1943. Al jefe del grupo, Herman Kruk, lo trasladaron a un campo de concentración en Estonia y lo asesinaron un año más tarde. Sin embargo, la tarea por la que arriesgó sus últimos años de vida dio sus frutos tras la liberación, en 1945, cuando los brigadistas indicaron —entre los escombros— los lugares en los que había libros y documentos que fueron rescatados y llevados a Moscú. Al mismo tiempo, la columna estadounidense descubrió en Fráncfort el material expoliado por los nazis, y así fue como la biblioteca de Vilnius se mudó a Nueva York, donde aún se conserva el archivo de YIVO, que está siendo enteramente digitalizado y se encuentra disponible en internet.

En Vilnius, el museo que contenía la parte de la colección salvada de los derrumbes se cerró en 1949, pero hoy pueden consultarse algunos de aquellos tesoros en el centro judaico de la Biblioteca Nacional de Lituania. También es posible acceder a la Sinagoga Coral, llamada Tohorat Hakodesh (calle Pylimo, 39). Construida en 1903, es la única sinagoga que sobrevivió al asedio nazi —porque el edificio sirvió de depósito de medicamentos durante la guerra— entre los más de 100 templos que un día hubo en la “Jerusalén del Este”, como se conocía a la capital lituana. Sin embargo, el viejo edificio de la biblioteca de la calle Vivulskio, testigo de las hazañas de la Brigada de Papel, fue demolido en tiempos soviéticos. Desde hace unos meses, hay en el solar una placa que destaca la importancia del Instituto YIVO y otros lugares de la herencia judía en Lituania, como la estatua del novelista y diplomático francés Romain Gary o el monumento conmemorativo de la masacre de Ponar, un bosque cercano a la capital lituana ahora llamado Paneriai donde fueron fusiladas unas 100.000 personas, en su mayoría judíos, así como intelectuales polacos y lituanos.

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Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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