La India es mucho más que el Taj Mahal, Delhi y Benarés
Meta codiciada de los viajeros desde tiempos inmemoriales, en el país aún hay lugares que escapan del turismo masivo. De la costa de Konkan a la imponente puerta Rumi Darwaza o el pueblo de Orchha, donde están prohibidos los coches
“A medianoche, mientras el mundo duerme, la India despertará a la vida y la libertad”. Horas antes de un día como hoy, 15 de agosto, de hace 75 años, el primer ministro indio Jawaharlal Nehru pronunció estas palabras. Una frase que anunciaba la proclamación del país como república independiente, después de más de dos siglos de dominio colonial británico.
El subcontinente situado entre las montañas del Himalaya y el océano Índico ha sido meta codiciada de los viajeros desde tiempos inmemoriales. La India maravillosa, donde hasta mediados del siglo XIX se extraían los únicos diamantes del mundo; la de las ciudades más ricas y las junglas más exuberantes; la de los palacios de los maharajás y sus elefantes enjaezados en oro y plata, la de las cobras sagradas y los tigres de Bengala y donde crece el algodón y se extrae la seda más apreciados fue visitada por los marinos mercantes desde casi antes de que empezara la historia. Junto a los buscadores de riquezas llegaron también los geógrafos árabes, persas y chinos; Marco Polo e Ibn Battuta, la Compañía Británica de las Indias y los hippies de los años sesenta del siglo pasado.
Y los turistas, que nunca han faltado, estos atraídos, sobre todo, por sus legendarios monumentos como el Taj Mahal, por playas de ensueño, para vivir en un palacio de la ciudad de Jaipur o para contemplar cómo se enfrentan los indios a la muerte en Benarés. Pero más allá de estos destinos archisabidos, la India ofrece muchas otras maravillas menos visitadas. Estas son algunas de ellas.
La costa de Konkan
El litoral que desciende suavemente en dirección sur desde Bombay hasta los confines del Estado de Goa es una maravilla turística entre los indios, pero poco visitada por los extranjeros. El Konkan comprende pueblecitos costeros como Alibag, que conserva los restos de un fuerte con mucha historia y está rodeado de buenas playas; Murud Janjira, con su espectacular fortaleza medieval, cuyas murallas ocupan todo el perímetro de una isla a las afueras, o Ganpatipule y Malvan, aldeas ambas que cuentan con extensos arenales que llegan hasta la misma línea fronteriza con Goa; de hecho, se unen a esa playa infinita que es la costa konkani goanesa. El viaje puede empezar zarpando en un cómodo ferri desde la Puerta de la India de Bombay hasta el puerto de Mandwa.
Lucknow, rica herencia cultural
Eclipsada por la fama de Agra y el Taj Mahal, pocos viajeros llegan hasta la capital del estado de Uttar Pradesh, una ciudad con muchísimo que ofrecer gracias a su rica herencia cultural. Fue un centro vital de la poesía, la música y la danza, resultantes de la fusión de elementos autóctonos con las influencias persa y árabe, hasta que el aplastamiento de la revuelta contra los británicos en 1858 envió al exilio a todos los intelectuales y artistas. Pero de ese próspero pasado han quedado bellísimos monumentos, entre ellos las imambaras (salas de oración chiítas); palacios; la Rumi Darwaza, un imponente arco ceremonial que imitaba la Sublime Puerta de Estambul; mausoleos de los nababs (gobernadores musulmanes), o la antigua Residencia donde los británicos resistieron el asedio durante la Revuelta de los Cipayos (o Guerra de la Independencia, para los indios).
Orchha, un lugar sin tráfico
En plena llanura indo-gangética, en el centro norte del país, Orchha es uno de esos pocos pueblecitos deliciosos que quedan en la India donde está prohibido el tráfico, el gran engorro para los viajeros en las ciudades del subcontinente. Con un tamaño perfectamente abarcable a pie, es pequeñita pero reúne una increíble concentración de palacios, templos y cenotafios del siglo XVI de la dinastía Bundela (los mausoleos de los rajás hinduistas incinerados, tumbas sin cadáveres) y el estupendo río Betwa para bañarse cuando aprieta el calor y observar el tránsito de las mujeres en sus saris multicolores sobre el puente.
El interior de Tamil Nadu
El hinduismo más puro, los templos más ancestrales y la cocina vegetariana casi en el cien por cien de sus restaurantes se encuentran en los enclaves más remotos para el viajero de este estado sureño. Uno puede pasarse semanas recorriendo lugares como Kanchipuram, Vellore, Tiruvannamalai, Chidambaram, Kumbakonam o Gangaikondacholapuram sin encontrarse apenas con otros extranjeros. Todas estas ciudades son centros de peregrinaje a sus sublimes templos medievales de estilo dravidia; el de Chidambaram o los dos templos gemelos de Darasuram, a las afueras de Kumbakonam, quitan el hipo. El interior de Tamil Nadu es la tierra de las gentes amables, relajadas, de las samosas, los thalis y masala dosas vegetarianos acompañados de riquísimos zumos de lima dulce.
La nueva Calcuta
Precedida generalmente de una mala reputación de lugar que concentraba las peores lacras de la India de hace décadas (superpoblación, enfermedades, hambrunas, miseria…), todo ello ha alejado a los turistas de la que hoy es una de las ciudades más pujantes del país. Capital de Bengala Occidental, Calcuta ha superado en gran parte las penurias pasadas y actualmente es una visita placentera. Es imprescindible conocer su fantástico Museo Indio; el Templo de Kali, donde reside el culto sivaíta más ancestral; los restaurantes tradicionales donde probar los curris bengalíes o vislumbrar la elegancia colonial de los antiguos clubes del Raj británico.
La fortaleza de Bidar
La antigua capital del poderoso sultanato Bahmani de la meseta del Decán en el siglo XV es actualmente una pequeña y agradable ciudad que posee la fortaleza más imponente del sur de la India. Majestuosa y alzada entre el fuerte y el centro de Bidar, la hermosísima Madrasa (escuela coránica) de Khwaja Mahmud Gawan, construida en 1472 por un visir persa al servicio del sultán, es uno de los dos monumentos del país que no contiene elemento arquitectónico indígena alguno, sus hechuras son idénticas a las de los monumentos de Samarcanda (Uzbekistán) o la iraní Isfahán. Y a las afueras, esperan los sublimes mausoleos de los sultanes de las dinastías Bahmani y Barid. Las gentes de Bidar, a las que en general les complace conocer a los pocos turistas extranjeros que vienen por aquí, contribuyen a una estancia aún más enriquecedora.
Sikkim, una atmósfera budista
Este pequeño estado situado en el extremo nororiental, encajonado entre Nepal y Bután, fue un reino independiente hasta hace bien poco: 1975. Aunque solo una cuarta parte de sus habitantes es budista, Sikkim está impregnado de esa intensa atmósfera propia del cinturón lamaísta que recorre el Himalaya. Su paisaje —arrozales cultivados en valles entre elevadas montañas— es una pintura en tonos verdes con monasterios tibetanos en las alturas, gentes pacíficas que pastorean sus rebaños de yaks, estupas que bendicen los caminos, nieves perpetuas, flores multicolores, cascadas y ríos caudalosos.
Gujarat, la India más auténtica
Por la región del Gujarat, el estado situado más al oeste del país, la mayoría de los viajeros pasa sin detenerse desde Bombay camino del muy turístico Rajastán. Y se pierden, pues, algunos de los lugares donde saborear la India más auténtica. Gran parte de Gujarat es un entorno desértico donde se hallan enclaves tan interesantes como el distrito de Kutch, fronteriza con Pakistán y cuya capital, Bhuj, es la base ideal para visitar una serie de aldeas con la reputación de elaborar las mejores artesanías de la India. Además, esta ciudad de unos 150.000 habitantes, de atmósfera misteriosa y remota, posee varios restos de palacios y murallas, testimonio de un rico pasado gracias al comercio de las caravanas. En Ahmedabad, la ciudad más importante del Estado, sus imponentes monumentos (mezquitas, tumbas de sultanes, ciudadelas y templos) resistieron el embate del terrible terremoto de 2001, cuando solo ocho de los 53 edificios declarados de interés cultural resultaron afectados. Y no hay que perderse el maravilloso Templo de Surya (el dios del Sol), del siglo XI, en Modhera, a unos cien kilómetros al norte de Ahmedabad, y el espectacular baoli, esos pozos escalonados, fotogénicos y maravillosamente tallados con deidades hindúes de Patan, un poco más al norte de Modhera.
Luis Mazarrasa es autor de ‘La ruta de los mogoles’ (editorial Almuzara) y de la ‘Guía Azul de India’.
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