Bolonia, siempre a cubierto: un paseo artístico y gastronómico por la ciudad
Un recorrido que se detiene en sus pórticos reconocidos por la Unesco, sus museos, tiendas 'gourmet' y restaurantes
Bolonia está contenta: este 2021, sus 40 kilómetros de pórticos han sido incluidos en la lista de patrimonio mundial de la Unesco. La ciudad de Giorgio Morandi y Lucio Dalla, ambos con casas-museo en su lugar de nacimiento, lo celebra de mil maneras; por ejemplo, comiendo de maravilla, ya que la región de la Emilia-Romaña es de las más afamadas de Italia por su gastronomía. Pasear por la ciudad es siempre una grata experiencia incluso si es un día lluvioso y se nos olvida el paraguas, pues sus kilómetros de soportales protegen a los paseantes de la lluvia y en verano sirven para proporcionar sombra. Museos, tiendas, restaurantes y librerías son también el perfecto refugio. Y cuando los boloñeses buscan estar a cielo abierto tienen espacios tan espléndidos como la Piazza Maggiore, frecuentada a todas horas.
La ciudad de las dos torres, sobrenombre por sus dos torres medievales, Asinelli y Garisenda, es también una urbe cinéfila. Aquí tiene lugar un labor esencial: la recuperación del patrimonio cinematográfico a cargo de la prestigiosa Cineteca di Bologna. Para celebrar la restauración de películas clásicas, todos los veranos se proyecta cine en la Piazza Maggiore al anochecer dentro del ciclo Il Cinema Ritrovato, que trae al corazón de la localidad filmes esenciales y, en ocasiones, a sus directores y protagonistas. En su cercana sede del palacio de Re Enzo la cineteca ha instalado su librería, y para asistir a proyecciones durante los meses no estivales la institución cuenta con el cine Lumière.
Si solo pudiéramos visitar un museo en Bolonia, ¿a cuál iríamos? Sin duda, al MAMBo, el museo de arte contemporáneo que extiende sus amigables tentáculos por distintas sedes. En la del número 14 de la Via Minzoni es donde se encuentra casi toda la obra de Giorgio Morandi. Sus naturalezas muertas, reconocibles por sus colores tenues y sus botellas, se muestran locuaces. Tras ver su obra, es inevitable sentir curiosidad por el taller donde trabajaba concienzudamente el pintor, en el número 36 de Via Fondazza, hoy convertido en museo y perteneciente al MAMBo.
Esta es también una de las ciudades de Europa donde el paisaje comercial tradicional se mantiene vivo. Aunque solo estemos de paso, merece la pena acercarse a sus panaderías y tiendas de pasta fresca como Atti, donde los tortellini y sus hermanos mayores, los tortelloni, son cosa seria. En charcuterías (salumerie) de toda la vida como Simoni o Tamburini se encuentra la omnipresente mortadela, a veces de tamaño descomunal. Y, si no queremos abandonar las buenas tradiciones, hay que cenar en restaurantes como Donatello o Diana. En este último, su afamado bollito misto (el equivalente al cocido o puchero) se sirve a los comensales desde un carrito.
Pasión por los libros
Para comprar productos italianos de calidad, Eataly es el paraíso. Instalado en un antiguo mercado de varias plantas, comparte espacio con la enorme librería Coop Ambasciatori, ya que la bibliofilia es moneda corriente en la ciudad donde Umberto Eco fue profesor durante décadas. Dejarse caer por la vetusta librería Nanni, la más antigua (se remonta a 1825), con sus puestos en la Via de’ Musei siempre resguardados bajo pórticos, es otra delicia. También lo es visitar la biblioteca del Archiginnasio, dentro del palacio de igual nombre, un tesoro arquitectónico del siglo XVI donde se pueden admirar sus frescos heráldicos pintados en techos y paredes, una enorme colección de incunables y su teatro anatómico, donde tenían lugar las disecciones en las clases de medicina.
No nos olvidemos de la música, pues por su vínculo con este arte la Unesco la considera ciudad de la música. Desde el cantautor Lucio Dalla hasta antiguos maestros como el contratenor Farinelli y el compositor Rossini, Bolonia tuvo (y tiene) tal tradición musical que el joven Wolfgang Amadeus Mozart acudió a ella en 1770 para estudiar con el compositor Giuseppe Martini. La historia musical boloñesa revive en el Museo Internacional de la Música, donde se pueden ver manuscritos, partituras, documentos curiosos e instrumentos de todo tipo.
Quien necesite alejarse del centro histórico en busca de rincones inesperados ha de pasear por Bolognina. Al otro lado de la estación de tren, este barrio obrero histórico suena cada vez más en las conversaciones de los vecinos por su ambiente alternativo y diverso. Sus fachadas con numerosos murales y consignas políticas son material legible para ver cómo palpita la ciudad. Y su mercado cubierto Francesco Albani, instalado a lo largo de la calle homónima, resume a la perfección la identidad del barrio en sus variados puestos.
Para darse un festín en la Bolognina hay que acudir a Le Golosità di Nonna Aurora (Via Fioravanti, 45). Es un restaurante familiar y, como tal, los trofeos de pesca de uno de los dueños adornan las paredes con naturalidad. Aquí sirven la celebérrima salsa boloñesa —llamada originalmente ragú—, cuyo aspecto y sabor son mucho más apetitosos que los de otras versiones del famoso plato.
Alejándonos aún más del centro encontramos un tesoro que sorprende tanto a los foráneos como a los residentes: se trata de la fundación MAST, un museo inaugurado en 2013 y centrado en tecnología, arte e innovación. Su edificio, diseñado por el estudio de arquitectura Labics, deja tan boquiabierto como sus exposiciones de fotografía y arte contemporáneo. Un lugar del que cuesta salir.
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