Diez cementerios que merecen una visita
Del evocador entorno de Niembro, en Asturias, a la necrópolis romana en la sevillana Carmona, camposantos españoles realmente cautivadores
En enterrar bonito, Galicia gana por goleada al resto de España. Pero fuera de esta comunidad también hay cementerios tan cautivadores como el asturiano de Niembro, que con la marea alta se asemeja a un barco fantasma. O tan evocadores como el del Espino, en Soria, donde está enterrado lo que más quería Antonio Machado. Con el Día de los Muertos a la vuelta de la esquina, proponemos 10 bellos camposantos en los que merece la pena detenerse.
Espejismo en Niembro
Llanes (Asturias)
Este cementerio del concejo de Llanes está ubicado en un sitio tan romántico, abrazado por las aguas de una ría, en una península que crece y mengua con las mareas, que aquí uno está casi a punto de sentir envidia de los muertos. Cuando la pleamar lame sus muros y las cruces se reflejan en las aguas, parece un lugar ingrávido, espectral, ultraterreno, como un barco fantasma. Varias series y películas, incluida El abuelo, de José Luis Garci, se han rodado aquí.
Cementerio del Espino
Soria (Castilla y León)
El 1 de agosto de 1912, la muerte asestó el último guadañazo a Leonor, la tísica y jovencísima mujer de Antonio Machado, y se la llevó a jugar con los ángeles de piedra del cementerio del Espino. “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía. / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar”. Aquí hay una lápida de mármol blanco con un sucinto epitafio (“A Leonor, Antonio”) y, junto a la iglesia, un olmo seco, como el del poema A un olmo seco. Para Leonor, herida por la tuberculosis, no hubo “otro milagro de la primavera”.
Necrópolis de Carmona
Sevilla (Andalucía)
Viendo lo bien que vivían los muertos en la Carmona romana —a media hora en coche de Sevilla—, cabe inferir que los vivos no pasaban grandes penas. Al lado de las ruinas del anfiteatro se descubren, excavadas en la roca, tumbas tan magníficas como la de Servilia, que era una auténtica mansión con pinturas murales y patio porticado. En la del Elefante, además de una escultura de un paquidermo, había piscina, cocina y dos grandes mesas de piedra para banquetes. A lo mejor, entre bocado y bocado, los familiares del finado lloraban mucho, quién sabe.
Poética Iria Flavia
Padrón (A Coruña, Galicia)
Una lápida en el cementerio de Adina, en la parroquia de Iria Flavia, al norte de Padrón, señala el lugar en que fue enterrada Rosalía de Castro, cumpliendo su última voluntad. Seis años después, en 1891, el cuerpo de la escritora sería trasladado a Santiago de Compostela, cumpliendo la voluntad de otros. “O cemiterio de Adina / n’hai duda que é encantador / con seus olivos oscuros / de vella recordación”. Paseando por este poético camposanto, a la sombra de olivos milenarios y de las torres de la colegiata románica de Iria Flavia, es difícil no sentir la tentación de escribir algunos versos que rimen con Rosalía. Por doquier hay flores nuevas y quien viene a regarlas. El que sigue enterrado aquí es el iriense, y premio Nobel de Literatura, Camilo José Cela.
Cementerio Alemán de Cuacos de Yuste
Cáceres (Extremadura)
En el monasterio de Yuste vivió sus últimos días, murió y quiso ser enterrado Carlos I. Pero su hijo Felipe II lo sepultó en El Escorial. Los que sí que descansan en paz ahí al lado, bajo 180 cruces de granito oscuro, son otros tantos soldados, marinos y aviadores alemanes que acabaron en las costas y las tierras de España tras naufragar o ser derribados durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. El Gobierno alemán los reunió aquí hace 40 años, en un prado de la cacereña comarca de La Vera, con vistas a la sierra de Gredos y rodeados de cerezos que en primavera hacen que estos montes sean aún más blancos que en invierno.
Necrópolis de Santa María de la Piscina´
San Vicente de la Sonsierra (La Rioja)
En España se han hallado cientos de necrópolis medievales, llenas de tumbas antropomorfas excavadas en la roca. Solamente en la Sonsierra riojana hay 13. La más espectacular es la que puede verse junto a la preciosa ermita de Santa María de la Piscina, a cuatro kilómetros de San Vicente de la Sonsierra, que es el edificio más completo y mejor conservado del románico en La Rioja. Al este del templo, en escalones tallados en la roca caliza, hay 53 tumbas, dos de ellas reutilizadas posteriormente como lagar para exprimir el mosto.
Fotogénico Luarca
Asturias
En el promontorio de la Atalaya, junto al faro de Luarca, se halla uno de los cementerios más bellos y fotografiados de España, donde descansa Severo Ochoa —otro premio Nobel, de Medicina— en una tumba que contrasta, por su sencillez, con los panteones de los indianos y de otros muertos acaudalados. Casi lamiendo los mármoles (y sin casi, cuando hay galerna), está el Cantábrico, trasunto de aquel otro mar igualador donde van a parar todos los ríos, los chicos y los grandes.
Tres paradas en A Costa da Morte
A Coruña (Galicia)
Un kilómetro antes del faro de Finisterre, escondido en la empinada ladera del cabo, sin una señal que lo delate, está uno de los cementerios más vanguardistas del país. Y también uno de los más polémicos. El cementerio civil de Fisterra, del arquitecto César Portela, fue finalista del premio de arquitectura Mies van der Rohe en 2003, pero sus 14 cubos de granito, con 12 nichos cada uno, orientados hacia el océano, no gustaron a los vecinos. Dos décadas después siguen sin alojar a nadie. A nadie muerto, al menos. El único inquilino ha sido un peregrino que se instaló varios meses en el cementerio en 2011. Más solo no podía estar.
Otro camposanto que choca hallar en la Costa da Morte, por lo moderno y alegre que es, es el de Dumbría, cuyos nichos de vivos colores semejan cuadros de Mondrian. Una obra no menos llamativa de la misma arquitecta, Rosana Pichel, es el albergue de peregrinos.
Donde no intervino ningún arquitecto fue en el cementerio de los Ingleses, que no es más que un pequeño cercado de granito en la salvaje ensenada do Trece, a ocho kilómetros de Camariñas y a otros tantos del faro de Cabo Vilán. La noche del 10 de noviembre de 1890, el torpedero británico Serpent, que no vio el faro, embarrancó y de la ira de Neptuno solo se libraron tres tripulantes; los demás, 172, fueron arrastrados hechos pedazos hasta esta ensenada y enterrados por los vecinos de Camariñas ahí mismo, a la vista de la duna rampante del monte Branco, frente a un océano que ruge loco de viento, formando olas que a veces alcanzan los 20 metros de altura.
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