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Taormina, la costa feliz de Sicilia

Las aguas transparentes de Isola Bella, el amanecer desde el Teatro Griego y tranquilas terrazas donde se ralentiza el tiempo. La bella ciudad italiana en toda su plenitud

Panorámica de Isola Bella (Isla Bella) desde la zona de Mazzaro, perteneciente al municipio de Taormina, en la costa este de Sicilia (Italia).
Panorámica de Isola Bella (Isla Bella) desde la zona de Mazzaro, perteneciente al municipio de Taormina, en la costa este de Sicilia (Italia).
Juan Cruz
COVA FDEZ.

Sentado, envuelto en un albornoz blanco, mirando al horizonte nítido del mar de Taormina, en “la costa griega” de Sicilia, Nuccio Ordine, autor de La utilidad de lo inútil (Acantilado), un homenaje a la cultura clásica como modo de conocimiento, invoca a Cavafis como el poeta que mejor hubiera disfrutado del viaje por estas aguas transparentes.

Dice Ordine, que parece un sabio griego anclado en la orilla preferida de los herederos de Homero: “Acaso Cavafis pensó en este mar de los griegos para escribir su poema sobre la esencia del viaje, que no es llegar sino hacerlo”. Llegar a Taormina, en la costa este de Sicilia, por tierra o por mar, supone afrontar el riesgo de encandilarse con una belleza que parece fuera del mundo. Como la de sus calles de cuento de hadas, enriscadas y sombrías, pero luminosas, llenas de bares y de paciencia, como si la era moderna no les hubiera robado el silencio. Restaurantes como el centenario Mocambo, en el Corso Umberto I, vía principal de la localidad, mantienen ese aire de sosiego que encandiló a Truman Capote, a Thomas Mann y a otros homosexuales que ya están en la historia y que vinieron a Taormina, desde el siglo XIX, a ver cómo vivían desnudos los jóvenes pescadores, algunos de ellos bambini. De noche y de día, ese litoral es un conjunto de luces, naturales, como la del sol, o artificiales, como esos fuegos tranquilos que hacen de la inmensa bahía, hasta Naxos, uno de los más lujosos paisajes iluminados de la tierra. Contemplar ambas variedades de la luz es como beber el aire de Taormina, cálido, estimulante como un amor reciente.

La terraza de la suite 'TrumanCapote', en la Villa Britannia.
La terraza de la suite 'TrumanCapote', en la Villa Britannia.SUSAN WRIGHT (CONTACTOPHOTO)

Ante Ordine solo hay paz, un mar que apenas se mueve y que deja transparentar las piedras redondas, como lágrimas de placer, en una playa en la que parece que la posibilidad de ser dichoso no conoce otra alternativa. Este es, dice el laureado profesor de Calabria, “un buen país para ser feliz”. Cinco kilómetros cuadrados de tierra, aire, conversación y belleza. “Una belleza de la naturaleza. Eso es Taormina”. Tiene el aspecto encerrado de una isla —“una isla dentro de la isla que es Sicilia”, dice Nuccio—, y podría haber sido, por su encantamiento, como Capri. En Capri se juntaron artistas como Rilke, como Neruda, y su cresta rural y aislada se hubiera mantenido como un paraíso a tiro de melancolía desde Nápoles, un lugar como para que circulen las leyendas y el vértigo de sus abismos. Pero fue adoptada por los ricos del mundo y desde hace tiempo es un monumento al comercio de lujo en el que persisten villas que dieron cobijo a los poetas y cuyos acantilados siguen siendo lo más puro de lo que construyó la naturaleza.

Taormina, que también parece una isla de vaivenes impresionantes, ha mantenido, sin embargo, el aire que tienen los pueblos bulliciosos de Italia, con su elegancia como de peplo griego, un territorio vestido para salir de fiesta. A pesar de la presión que el dinero y el bienestar de muchos de sus visitantes han ejercido sobre sus calles estrechas y sus tranquilas, escalinatas, Taormina conserva la conversación callejera, el saludo como modo de asegurar una convivencia tranquila, y los comercios chicos en los que se atiende aún como si no se hubieran inventado los supermercados. Que están ahí, cómo no, pero que se hallan difuminados ante la potencia que conserva todavía el por menor de los mostradores.

Para muestra de ese esplendor comercial que la asemeja a Capri basta quedarse por la avenida central, que lleva el nombre del rey Umberto, y en cuyos extremos están las puertas más célebres de su callejero: Mesina y Catania, vectores de entrada y de salida hacia los territorios de sus vecinos mayores. Es como un microclima urbano, repleto de restaurantes, de bares y de negocios que en los meses de verano conocen sin reposo avalanchas de extranjeros entre los que sobresalen jóvenes repletos de ganas de alcohol y jarana. El propio alcalde, el profesor Mario Bolognari, nos dijo que, en el estío, Taormina deja de ser este océano pacífico en el que subsisten, en medio del ruido de los visitantes, las tradiciones que constituyen lo que él mismo llama “la Nostra Taormina”.

Vista aérea de Isola Bella.
Vista aérea de Isola Bella.ILDO FRAZAO (getty images)

El profesor Ordine se maravilla siempre que viene, “porque Taormina ha mantenido un ritmo de vida muy humano, alejado del que es propio de los países industrializados”. Lo dice mientras come el pescado fresco de esta hermosa bahía que amaron los griegos, servido en la trattoria Da Nino (trattoriadaninotaormina.com) por Nino Ardizzone, cuya bodega parece una cueva de tesoros que valen lo que las joyas de Capri. El sabor italiano ya se conoce, pero aquí parece la naturaleza misma del lugar dispuesta sobre platos blancos en los que a veces también hay todo tipo de pasta, como una firma del país de Leonardo Sciascia.

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Por la mañana, cuando estuvimos de visita por los vericuetos del lugar, el joven profesor milanés Alberto Mingardi se empeñó en mostrarle a Mario Vargas Llosa, que se hallaba en Taormina premiado por el festival literario Taobuk, y al resto de sus acompañantes, las escalinatas empinadas que parten de los innumerables hoteles de la localidad hacia rincones que no pertenecen solamente a los ávidos turistas. El profesor estaba empeñado en tomar granita, y en que todos la tomáramos. Es una especie de desayuno helado, compuesto de almendras y leche, que parece formar parte también del paisaje medieval de esta joya siciliana. Como si las almendras fueran, revueltas en el líquido, otra clase de fruto seco que, agitado, da la impresión de ser un resto prehistórico conservado en hielo a través de los siglos. Es tal su pasión por este desayuno insólito, que Mingardi nos conduce hasta el gran templo local de la granita, el Bam Bar (Via di Giovanni 45), situado en una de las escalinatas bulliciosas de la ciudad. “Estas granitas son realmente como de otro mundo. Las mejores que he probado, imposibles de conseguir en otro sitio, incluso difíciles de encontrar en Milán”, asegura. “Es cierto que resultan algo minúsculo en comparación con otros placeres de la gastronomía italiana, pero ya se sabe que la comida se queda en la memoria y connota un lugar. Y para mi Taormina son sus granitas”.

El Teatro Griego de Taormina.
El Teatro Griego de Taormina.M. RELLINI (AWL)

Placer ferroviario

El otro tesoro del lugar es, para este ilustre visitante milanés, la estación de tren Taormina-Giardini Naxos. “Es una joya. Su mobiliario de finales del siglo XIX es tan hermoso como la estructura de la estación. Los turistas ricos”, explica Mingardi, “llegan a Taormina en coche, tomando un taxi en el aeropuerto de Catania. Yo uso el tren, por el puro placer que me da visitar la estación”. Al final de ese día, ya oscurecido, después de que en el impresionante Teatro Griego su amigo peruano y la también Nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich hubieran compartido sus impresiones sobre el futuro de un mundo triste, en el marco luminoso del festival de Taobuk, Mingardi reemprendió el regreso a su hotel por vericuetos distintos que, no por azar, él hizo que desembocaran de nuevo en el Bam Bar. Y allí, como si desayunara al revés, sobre las 11 de la noche, convenció a los camareros para que le sirvieran una última granita, como si quisiera llevarse a Milán el sabor que deja en el gaznate la huella medieval que transpira este pueblo, viejo y moderno como la Odisea.

Vicky Brunetti, cantante, como su madre hace años, vive cerca, en Acitrezza —“un lugar para mí mágico, donde están mis raíces”—, en cuyo mar perdió una vez una esmeralda que había heredado, como cada una de las mujeres de su familia. La reencontró “y me protege con su energía, igual que me protegen mi abuela y mi madre”. Esa magia de las pequeñas cosas, del mar y de sus luces nocturnas, es parte de la conversación de estos italianos felices que en la costa de Sicilia se hallan ante un paisaje donde nunca han dejado de florecer los mitos. Una chica que sirve en un bar con terraza en Corso Umberto I es también del Giardini Naxos vecino; y lo reitera tanto para diferenciarse de Taormina que no queda otro remedio que sentir que, como ocurre en las disputas históricas, la envidia es solo una prolongación del amor por la belleza propia…

Es singular Taormina, un lugar en lo alto del mundo y también en la orilla de la antigüedad griega, mar y roca, un marco al que le va como anillo al dedo el calificativo de incomparable. ¿Se puede mirar al margen de Sicilia, la isla que le da amparo? Matteo Collura, escritor, que fue amigo de Sciascia y acaba de publicar In Sicilia. Un viaggio geografico e letterario tra mito, destino e realtà (editorial TEA), avisa: “Si un extranjero en Sicilia visita solo Taormina, no conoce Sicilia”. Porque Taormina no es Sicilia, es otra cosa, explica Collura. “Es la única realidad siciliana que ha sabido hacer del turismo una industria, pero con una particularidad: aunque está abierta al progreso, a la realidad actual más aclamada, a la modernidad, conserva un corazón muy antiguo, también en los comportamientos familiares, en las personas. Hay un equilibrio extraño que hace que este microcosmos sea uno de los más interesantes del mundo; Taormina conserva una antigua alma siciliana mucho más profunda que Palermo, Catania o Mesina, pero se abre a la modernidad más evidente”, dice el escritor.

Una heladería artesana de Taormina.
Una heladería artesana de Taormina.getty images

Y añade Collura otra particularidad más: “Aquí hay mar, está la Isola Bella, el mar Jónico, pero lo que prevalece es la piedra, la roca. Sicilia no es mar, es isla, pero es piedra. Lo dice Tomasi di Lampedusa en El gatopardo, todos los grandes escritores lo dicen. El mar no es un viaje, no es un desafío, es una condena; Sicilia, como Taormina, es la piedra, las dificultades, la piedra se raspa, es la realidad”. Así que el mar no lleva a ninguna parte. “Así es. Aquí se llega. Desde los griegos, que llegaron a Giardini Naxos, debajo de Taormina, en torno al año 370 antes de Cristo, a los romanos y a los españoles… Aquí se llega, no se sale. Solo se sale con la emigración o el destierro, sufridos como pena terrible en los siglos XIX y XX”. De modo que a Taormina viene el extranjero como D. H. Lawrence, Goethe u Oscar Wilde, “que aquí se consideran extraños, estrambóticos, turistas que vienen en busca de sexo”, dice Collura. La piedra canta en Taormina, según el escritor. ¿Pero a qué hora este lugar es más bello? “Al alba, cuando nace el día”, responde Collura. “Son momentos mágicos. Sandina [Ferrara] me manda las fotos que saca entonces. Es como si la naturaleza improvisara un canto siempre nuevo. Un coro que se eleva cada día, pero no del mar, se eleva de la piedra. La piedra habla, canta, suena…”

Piezas de cerámica.
Piezas de cerámica.GONZALO AZUMENDI

Sandina Ferrara es la madre de Antonella Ferrara, la directora del Festival Taobuk (taobuk.it), que este año ha cumplido el décimo aniversario bajo el Etna. Un volcán activo de letras y discusiones, orgullo ahora de La Nostra Taormina. Con su marido, diplomático, Sandina vivió en España de 2000 a 2005 y nos oye hablar con Collura en un hotel que, apropiadamente, se llama Paradiso. ¿Cómo ha mantenido Taormina su personalidad intacta, sin ser contaminada por tanto turismo, Sandina? “La gente de Taormina no se contagia, tiene la particularidad de ser acogedora, pero su personalidad no se diluye… El extranjero es alguien que viene, disfruta y se va. La única manera de integrarse es observando a la gente y quedándose maravillado ante la belleza del lugar. Yo misma, que viví 35 años viajando por el mundo, volví y observé que mis amigos no eran como antes. Me imagino cómo se encontrará un extranjero que no tiene amigos. Disfruta del sitio, pero la integración es muy difícil”. Imagine que vengo a Taormina y no tengo información. ¿Dónde voy a sentir el alma del lugar? “Despiértate pronto, vete al Teatro Griego y mira el panorama, el sol que nace. Y mira las piedras, los lugares..., todo eso cuenta más que la gente. Si quieres encontrar a alguien que te comunique algo no hallarás nada, porque eso no es Taormina. Aquí la gente se ha hecho impermeable para defenderse. Llegan muchos que en realidad no se llevan el alma, sino la cáscara. Ve al Teatro Griego al alba, siéntate allí, y en lo alto hallarás la emoción de Taormina… Siempre voy, me da paz. Es una chispa de Dios en una tierra que no se siente ni griega, ni romana, ni italiana, ni siquiera siciliana. Se siente de Taormina”. El Teatro Griego (parconaxostaormina.com), es también romano; se piensa que fue levantado sobre una base griega, aunque la arquitectura es totalmente romana.

La Nostra Taormina, como dice el alcalde Bolognari, descubierta en el XIX como destino de homosexuales que querían ver pescadores desnudos sin las restricciones que hallaban en sus países de origen, acogió en 2019, tantos años después, 1.150.000 pernoctaciones en pensiones u hoteles lujosos (hay 11 con cinco estrellas, gestionados por multinacionales). 6.000 camas abiertas todo el año esperando un turismo que, en agosto, supera la humedad y el sudor bebiendo, por ejemplo, la helada granita.

Parque nacional del Etna.
Parque nacional del Etna.getty images

El influjo del Etna

Viejos conventos son ahora albergues de lujo donde se hospedan quienes ya no tienen el impulso de la desnudez de los muchachos, sino la naturaleza, el mar o los bienes culturales y gastronómicos. Van ya ciento y pico años de turistas en Taormina y, sin embargo, “los que llevan décadas se saludan como los de aquí, constituyen una comunidad verdadera, nadie ha tenido la tentación de considerar Taormina como Disneyland”. El alcalde pasea por las calles, hasta con mascarilla lo conocen. Es tan de Taormina que no ha dejado de serlo ni cuando estudió en Trento, en Padua o en Calabria. “Mi mujer nunca dejó la ciudad y siempre que viví fuera he vuelto los fines de semana. Para nosotros Taormina es el mundo”.

Una calle de Taormina.
Una calle de Taormina.AWL

Mario Bolognari siente la suerte de despertarse cada día bajo el influjo del Etna. Como Umberto Vivaldi, promotor de restaurantes, empresario tranquilo, que vive su medio siglo de edad como si Taormina y Mesina (donde reside) fueran el centro del mundo. Está sentado en el legendario Mocambo, ve pasar y saluda a casi todos los que a esa hora de la tarde van y vienen por una calle que se llama como él. Le maravilla, como a Sandina, el Teatro Griego, “cómo aquella civilización estudió de tal modo la acústica para precisar el lugar desde el que se oirían mejor los sonidos de la voz y de la música…” A él le fascina cómo esta tierra logró asirse a los monumentos que fueron dejando las sucesivas civilizaciones, “incluidas la normanda, la bizantina, la española”, y las distintas sangres que aquí han coexistido. “Taormina es rica porque ha aceptado la mezcla de muchos pueblos”. Quizá por eso es “un pueblo muy caliente, acogedor… Ulises es símbolo de su mar, y es la inspiración de grandes escritores que vieron este lugar como una posición estratégica para inventar desde aquí todas las leyendas” explica Vivaldi. Y el Etna. “El Etna es fundamental, también para hacer uno de los grandes vinos del mundo”. Taormina fue mordida, según Vivaldi, “por la fama y la riqueza”, ni la covid ha logrado doblegarla.

Nuccio Ordine, el filósofo que ha estudiado la poesía de la vida que hay en los clásicos, mira al horizonte de Taormina y señala, con su dedo romano de calabrés el lugar por donde debió partir Ulises más allá de la luz griega de este mar transparente. Taormina es el viaje de la piedra, el mar es parte de la piedra, dice Collura. Esas músicas mezcladas dicen la palabra Taormina, un país feliz para vivir.

Guía práctica de Taormina

Medidas anti covid Los viajeros procedentes de España deben presentar el resultado de una prueba molecular (PCR) o antigénica emitido en las 72 horas previas al viaje a Italia. Para evitar una nueva escalada de la pandemia, el gobierno italiano aprobó el pasado lunes, 26 de octubre, nuevas medidas restrictivas, válidas en principio hasta el 24 de noviembre en todo el país, que incluyen el cierre de todos los restaurantes, bares, cafés y heladerías a partir de las 18.00 (con un número máximo de cuatro personas en la misma mesa). Los gimnasios, piscinas, spas, clubes nocturnos, teatros, cines, salas de conciertos y locales similares permanecerán cerrados todo el día. Los museos, en cambio, estárán abiertos con las mismas normas que hasta ahora.

Cómo llegar Iberia (iberia.com) y Alitalia (alitalia.com) vuelan a Catania con escala en Roma desde 166 euros, ida y vuelta. Vueling (vueling. com) ofrece vuelos directos desde Barcelona a Catania y Palermo a partir de 78 euros,ida y vuelta.

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