El sonido del bosque en tu móvil
La berrea en Cabañeros o gotas de lluvia sobre la laurisilva. En el libro ‘Viaje visual y sonoro por los bosques de España’ se escucha lo que se lee
Para describir un ululo, zureo o bisbiseo existen onomatopeyas y analogías. Pero antes que el léxico, lo que hace falta es conocer y saber estar en la naturaleza. Carlos de Hita hace con el sonido lo mismo que muchos columnistas con la vida: caza un detalle y cuenta una historia. “Una lluvia que empapa y no suena, más allá de un murmullo imperceptible de millones de gotas que caen de los árboles. Es la lluvia horizontal que destila niebla persistente, el aire convertido en agua”, es la macrofotografía sonora que el sonidista y autor de Viaje visual y sonoro por los bosques de España (editorial Anaya Touring) captura del bosque de los tilos y barranco del agua en la isla canaria de La Palma. El suyo es un libro estéreo. A través del escaneado de unos códigos QR con un teléfono móvil, el lector puede escuchar lo que lee. Estos registros visuales y acústicos los realiza equipado con micrófonos y un grabador digital. Cuanto más cerca está de la fuente, más lucen sus sonogramas. Una representación gráfica del sonido contenida en 74 códigos QR y dibujos abstractos de los tonos y del volumen del entresijo de un canto forestal.
Carlos de Hita absorbe con su micro hasta el silencio de los hayedos de Liébana, en Cantabria
La distancia calla al sonido. Hasta el silencio blanco de los hayedos cántabros de Liébana absorbe su micro montado en un reflector parabólico. Un artilugio que recuerda al cono invertido que llevan algunos perros tras haber sido intervenidos quirúrgicamente. Carlos de Hita (Madrid, 1959) sabe que un copo de nieve es casi mudo, pero la caída de muchos de ellos, sumado al crujido de las ramas tronchadas, el silbido y martilleo de los mirlos, el carraspeo de un carbonero común y, de fondo, los chasquidos de un bando de chovas piquirrojas, es un estruendo. De Hita es el Miguel Delibes de las ondas sonoras. Él registra y describe el sonido que le envuelve; el novelista vallisoletano escribió sobre la vida en el campo. Uno escucha, el otro escuchó, los diálogos de la tierra con y entre sus habitantes. Lo que hacen e hicieron se apoya en un léxico rico, sencillo y enraizado. Sus palabras suenan a un mundo extinguido, a un ecosistema poblado y sobrevolado por aves que llevan en sus nombres las onomatopeyas de los sonidos que emiten: las tórtolas arrullan tur tur, los búhos asustan con sus bu bu, los autillos parecen ingleses al pronunciar aut aut y los pinzones silban pin pin. Vocabulario que emana de la atención que solía poner la gente respecto a las cosas que le rodeaban. Gente creativa y juguetona, igual que la voz de un pájaro herrerillo, es la que dio nombre a la contradictoria toponimia del bosque de Valsaín, en la vertiente norte de la sierra de Guadarrama. Carlos de Hita vive, conoce y recita este valle de pinos segoviano: “De Navalparaíso al arroyo de Valdeinfierno solo hay un trecho. De los Buenos Aires y la cuesta Sabrosa al puerto Reventón y el collado de Quebrantaherraduras, una excursión. Pasando por los Llanos del Accidente, los Corrales de los Desesperados, los arroyos del Miedo y del Alma del Diablo”.
En los bosques, salas de conciertos al aire libre, se ocultan tenores invisibles: lobos, linces, urogallos y osos. Aullidos, maullidos, cacareos y gruñidos no siempre posibles de escuchar. Sin paciencia no hay micrófono ni grabadora que los capte para su reproducción. Más fácil, en cambio, es asistir como público a la berrea en la raña de Cabañeros, en Ciudad Real. Bramidos ensordecedores y entrelazados de los ciervos machos en celo. Discusiones a voces y a cornadas delante de las hembras que tosen broncamente para disimular.
De Hita pasa más tiempo montando todo lo grabado en su estudio que a la intemperie. Bajo el cielo, al raso, entre árboles y rocas, lleva 30 años al acecho de zumbidos, melopeas, crocitares y cualquier sonido que se propague en esas arboladas cajas de resonancia que son los bosques. Los habitantes de los mismos son a la vez músicos, instrumentos y proveedores: leña, carbón, madera y corcho. Navarra y Gipuzkoa comparten la sierra de Aralar y el valle de Sakana, bosques flotantes y restos de naufragios. Con la madera de sus robles, pinos albares, olmos, encinas, hayas y abetos se construían quillas, rodas, codastes, cuadernas, varengas, remos y la mastelería de los navíos que surcaban los mares cuando España era lo que hoy unos pocos añoran. Y los cabos los hacían con el cáñamo. De la superficie mullida de los alcornoques del gaditano monte de La Almoraima proviene el corcho con el que los bodegueros catalanes hacen los tapones de las botellas de cava.
Cada bosque tiene sus sonidos y momentos. El tamborileo del percusionista pájaro carpintero, un trueno que estalla en el cielo y retumba por las laderas rellenando todos los espacios y recovecos, o los roces de cuernas contra las ramas y las gotas de agua escurriéndose por las hojas son algunos de los grandes éxitos de la naturaleza. Son sonidos estridentes, rápidos, líquidos, rechinantes y otros muchos más adjetivos. La oscuridad, la humedad y el frescor de la atmósfera facilitan su propagación. También la niebla hace que todo suene mejor, sordo y silencioso. Un concierto coral, desafinado, descompasado y sin batuta que dé entrada a la orquesta. Ruido que se convierte en música, cada vez más monocorde, a oídos de naturalistas como De Hita, Joaquín Araújo o el desaparecido Félix Rodríguez de la Fuente.
Carlos de Hita reflexiona escuchando. El resultado es un libro en el que las páginas aúllan, berrean, charlotean y emiten cientos de sonidos más. Al cerrar los ojos las voces de la naturaleza nos sitúan en un espacio estéreo que vemos de oídas. Sin la existencia de los bosques que ha grabado, ni se hubiera podido hacer su libro ni respiraríamos.
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