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Mucho que ver en la sierra de Andújar

Águilas, mochuelos, gamos y el majestuoso lince ibérico. Descubrimos un territorio privilegiado en Jaén para los amantes de la fotografía de naturaleza, los paseos entre encinares y el cicloturismo

Un mochuelo fotografiado en la sierra de Andújar (Jaén).
Un mochuelo fotografiado en la sierra de Andújar (Jaén).vicente laguna
Javier Arroyo
COVA FDEZ

Por tierra, agua y aire, la sierra de Andújar es un alarde de biodiversidad. No es difícil toparse con aves de todo tamaño y pelaje, desde el pequeño petirrojo hasta la gran águila imperial, mientras sobrevuelan a ciervos, gamos, toros, zorros o al fenomenal y escurridizo lince ibérico, especie todavía en peligro de extinción que, entre jaras, lentiscos y encinas, ha encontrado en esta sierra de Jaén un paraíso protector. Y por el agua, nutrias que a primera hora de la mañana se dejan ver jugueteando en el río Jándula.

Enclavada en la cuerda de Sierra Morena, la sierra de Andújar, un extenso territorio verde que alterna dehesas de encinas con enormes pinares, ofrece un entorno donde disfrutar del paseo, la bicicleta o, por qué no, de la simple contemplación. De hecho, se ha convertido en un destino predilecto para los amantes de la fotografía de naturaleza. Vicente Laguna, abogado de profesión y fotógrafo por afición, la conoce bien. La visita prácticamente cada fin de semana y sabe qué puede retratarse en cada uno de sus rincones. Laguna, hasta hace unos días presidente de la Asociación Fotográfica de Andújar, nos recibe en el restaurante Los Pinos (carretera de Andújar al santuario de la Virgen de la Cabeza, kilómetro 14). Es una mañana de principios de febrero, y nos va a guiar por una ruta fotográfica que quiere completar en el territorio del lince. Incluso verlo. Pero aún queda mucho hasta llegar a él.

Un ciervo, en la sierra de Andújar.
Un ciervo, en la sierra de Andújar.vicente laguna

Dejamos Los Pinos —que también ofrece alojamiento para pasar la noche— en dirección a la basílica de la Virgen de la Cabeza y en apenas 100 metros aparece el desvío hacia la carretera de La Lancha, que nos lleva durante algo menos de 10 kilómetros por un terreno donde las maravillas salpican el viaje. En cualquier momento habrá que parar y bajarse a mirar (o a fotografiar).

El trazado, a ratos bacheado, recorre una preciosa dehesa. Hay que ir atentos, pues esta primera parte, asfaltada, es rápida. La carretera de La Lancha llega a un cruce de caminos. Entre ambos, una plaza de toros que en tiempos sirvió de tentadero. Hacia la izquierda, el sendero de Los Escoriales (9,6 kilómetros fáciles que pueden completarse a pie en dos horas y media) lleva al viajero, poco a poco, hasta el collado del Aire, a unos seis kilómetros. Este lugar, y sus cercanías, es el que mayores posibilidades de éxito brinda para ver al lince. Esta decena de kilómetros hay que transitarlos despacio porque a las muchas opciones de ver animales se unen baches que en ocasiones parecen piscinas. La visita comienza temprano y la niebla aún sobrevuela esta sierra de encinas —chaparros los llaman aquí—, alcornoques y enormes rocas de granito con amplia gama de tonalidades verdes debido al musgo de distinta antigüedad que las cubre. Impresiona. Como impresionan los toros bravos que asoman sobre una loma. Observan como si fueran los guardianes de la dehesa. Varios kilómetros más allá, ya en potencial territorio lince, media docena de venados sestean y miran en la distancia a los forasteros.

Un picogordo, con su cría.
Un picogordo, con su cría.

Durante el recorrido, siempre por caminos públicos flanqueados por grandes fincas privadas, aparecen todo tipo de aves aquí y allá: petirrojos (o pechuguitas), un mochuelo mimetizado en el horizonte, un grupo de cinco perdices que decide no correr y mantener el tipo, rabilargos por doquier, urracas, pinzones, abubillas, un colirrojo tizón posado en un peñasco, mirlos… La lista es larga. Este es también un sitio especial para los pajariteros (birdwatchers, en inglés). Josemari Salazar, de Bilbao, los conoce todos. Ha parado en el camino porque ha visto dos pájaros carpinteros a los que ha intentado fotografiar. Viaja con su esposa. “Desde hace 14 años venimos cada año. Somos pajariteros”, explica, “pero venimos porque nos encanta fotografiar al lince. Solo un año nos hemos vuelto sin conseguirlo”.

El sendero de Los Escoriales, además de flora y fauna, incorpora vestigios de actividad humana de muchos siglos atrás. Es el caso de un conjunto de tumbas antropomórficas labradas en enormes bolos graníticos de antigüedad desconocida. La data más cercana habla de mozárabes, de hace unos 10 siglos; la más lejana se remonta a los túrdulos (antes de Cristo).

Al llegar al collado del Aire esperan ya una docena de fotógrafos —cámaras impresionantes, telescopios terrestres— y también visitantes que solo quieren observar. Los fotógrafos de naturaleza se enorgullecen de cuidarla. Por eso, tienen su código ético. La Asociación Fotográfica de Andújar (Afoan), que reúne a más de 80 socios, obliga a sus integrantes a respetar dichas normas, como anteponer la conservación de la naturaleza a la fotografía misma, no modificar artificialmente las condiciones (atrayendo a los animales con comida o sonidos reclamo, por ejemplo) y prestar especial atención a los seres vivos más vulnerables (crías o flora especialmente delicada). Vicente Laguna añade alguna otra (aplicable no solo a fotógrafos), como no geolocalizar las fotos y no deambular cerca de los nidos porque las madres pueden asustarse y abandonar a las crías. “Un buen fotógrafo de naturaleza es, ante todo, una persona especialmente sensible con ella”, comenta Laguna.

Un lince ibérico, retratado el pasado fin de semana en la sierra de Andújar.
Un lince ibérico, retratado el pasado fin de semana en la sierra de Andújar.VICENTE LAGUNA

El rey de la sierra

El maullido de un animal en celo y el vuelo alborotado de las urracas en torno al collado del Aire presagian una jornada de éxito. La niebla, que daba ese aire mágico a la sierra, se marchó hace tiempo. Ya solo queda que llegue la estrella deseada. Y, silencio, al fin aparece. Un lince hembra surge tras un lentisco. Ha tardado unos 10 minutos en dejarse ver, pero ahí está. Sale despacio, quizá sabiendo que quienes la observan necesitan de su lentitud, su estilo al caminar, su majestuosidad. La aparición es emocionante, te pellizca.

El lince ibérico (Lynx pardinus) vuelve a reinar en la sierra de Andújar y fotógrafos de todo el mundo lo buscan a diario. En el peor de los recuentos, a finales del siglo XX, la cifra rondaba el centenar de ejemplares en España, que se repartían entre Doñana y la sierra de Andújar. Ahora, cuando la cifra total supera los 700 animales en la península Ibérica, según cifras oficiales del proyecto LIFE+Iberlince, casi tres cuartas partes de ellos —algo más de 200— viven en la sierra de Andújar y su limítrofe de Cardeña. Y mientras haya conejos suficientes para alimentarse, todo hace indicar que aquí se quedarán.

En esta excursión ha habido suerte. El lince se ha mostrado sin miedo. Primero en un paseo de 20 o 30 metros a cuerpo descubierto y sin prisa. Luego ha desaparecido para volver a asomarse. Esta vez, el animal salta al camino, lo cruza pausadamente y se deja caer ladera abajo. Hay varios minutos para seguirlo. Transmite tranquilidad. Decide pararse de nuevo y se camufla en unos matorrales. A veces se levanta y muestra su cabeza para después desaparecer del todo. En ocasiones, solo se adivinan sus pincelines (los pelos que rematan sus orejas). Finalmente, se desvanece.

Un grupo, en un recorrido por la sierra de Andújar.
Un grupo, en un recorrido por la sierra de Andújar.JAVIER ARROYO

Apenas ha salido de escena el lince, un grupo de buitres negros sobrevuela la zona cada cierto tiempo. Cuando todavía continúa la emoción por haber contemplado al rey de la sierra, a lo lejos, alguien ha descubierto un águila imperial sobre la copa de un árbol. Resulta ser una pareja. “Eso anuncia cópula”, dice Myriam Pérez, una fotógrafa local. No ha pasado un minuto cuando el macho se anima y vuela hacia la hembra. La cópula dura pocos segundos, pero el objetivo de Vicente Laguna lo ha capturado. Segundo triunfo del día; pocas cámaras han fotografiado un momento así.

No hay tiempo para celebrar. Alguien ha oído algo. Otro aullido, quizá de nuestro lince. En un silencioso alboroto, el grupo camina hacia allá, no parece llegar nunca el momento de guardar la cámara. Ese es el imán del lince. Y de la naturaleza. Nunca es suficiente. Siempre hay una posible mejor foto. Y si no es hoy, será otro día.

Josemari Salazar y su esposa han venido solos. Conocen la ruta y no necesitan ayuda. El holandés Wam Woster, en cambio, ha llegado hasta aquí con un amigo sudafricano gracias a una de las empresas que guían la visita. Es su primera vez en esta sierra. Se define como “un fanático de la vida salvaje” y un aficionado a la fotografía de naturaleza que, considera, puede ayudar a su conservación. Woster ha pasado 10 días en la zona. “Y en cuatro de ellos hemos avistado linces”, explica mientras muestra satisfecho algunas de las fotos de dichas jornadas. Junto a él, Miguel Ángel Jiménez, el guía de la empresa Iberian Lynx Land que los acompaña, los va advirtiendo de los lugares donde, intuye, puede aparecer un ejemplar. Jiménez llegó a esta sierra hace dos años, pero antes había trabajado en Doñana. Sabe interpretar las señales que pasan inadvertidas al profano.

Un zorro al trote, en el enclave natural de Jaén.
Un zorro al trote, en el enclave natural de Jaén.

Enero y parte de febrero es la época de celo del lince. De ahí los aullidos que delatan al animal y que así sea más fácil observarlo —aunque se ve durante casi todo el año—, porque machos y hembras se muestran más de lo habitual para el apareamiento. Pero lo que realmente da pistas de la cercanía del lince ibérico son las urracas. Pájaros de mala fama que son, sin embargo, también aves de fina estampa en vuelo, y de pocas tonterías. “Las urracas, como carroñeras, no quieren competencia y los linces lo son para ellas”, comenta Jiménez, “por eso, cuando ven uno dan vueltas a su alrededor para importunarlo y echarlo”. A veces, explica, incluso llegan a dar picotazos a los animales que creen pueden hacerles sombra. Todo por no compartir comida. Y en esta zona, ese revoloteo es una señal de que el lince está cerca.

Una nutria, en la presa del Encinarejo.
Una nutria, en la presa del Encinarejo.

El Encinarejo

La jornada ha estado repleta de avistamientos por tierra y aire, pero aún faltan los acuáticos. Para eso hay que deshacer el camino de Los Escoriales y conducir algo más de media hora. Tras retornar por la carretera de La Lancha hasta la vía principal, es momento de dirigirse hacia el santuario de la Virgen de la Cabeza. Apenas ocho kilómetros después aparece el río Jándula. Justo a la salida del puente de hierro que permite cruzarlo está, a la derecha, el área recreativa del Encinarejo. Y a otros tres kilómetros más, que se pueden hacer en vehículo o caminando sin ninguna dificultad a través de una pista forestal, aparece la presa del Encinarejo, construida en 1932. Durante este último tramo, a primera hora de la mañana se pueden observar a las nutrias corretear, nadar, saltar de las piedras al agua y vuelta. Al final, junto a la presa, un puente permite observar sus juegos.

Reserva 'starlight', oscuridad certificada

Sierra Morena, a la que pertenece la sierra de Andújar, está reconocida desde 2014 como Reserva Astronómica Starlight, es decir, como un espacio especialmente apto para observar y fotografiar estrellas gracias a la pureza del aire y a su lejanía de zonas lumínicamente contaminadas. Pasados seis kilómetros desde el santuario de la Virgen de la Cabeza en dirección a Puertollano (Ciudad Real), el Mirador Astronómico de Mingorramos, de cierto aspecto lunar gracias a sus muchas encinas y los grandes conglomerados de rocas de granito (berrocales), ofrece un espacio privilegiado, y muy frecuentado, por los apasionados de la observación y fotografía astronómica.

Más allá de la presa, el paseo puede continuar cuanto uno quiera porque el río Jándula se presta a ello. Se puede seguir el camino que nos trajo hasta aquí, al borde del embalse del Encinarejo, o cruzar el puente y tomar una senda por la que, en apenas cinco minutos, se llega a un poblado fantasma sorprendente. Treinta o cuarenta viviendas —más una iglesia— en mitad de la sierra. Aquí vivían las varias decenas de trabajadores que mantenían la central eléctrica que acompaña al pantano. No es la única masa de agua de la zona. La carretera de La Lancha —la del lince— recibe su nombre por el embalse homónimo que aguarda al final de ella. Para su construcción (y la de una línea férrea que se diseñó para comunicar Sevilla con Madrid, pero que nunca progresó) se levantó otro poblado que dio albergue a varios miles de trabajadores. De dicho asentamiento apenas quedan ya los esqueletos de algunas casas. Las del Encinarejo, en cambio, se mantienen en pie con dignidad. Tras el periodo de ocupación, el poblado tuvo uso como escuela de verano, pero hoy languidece en soledad.

El santuario de la Virgen de la Cabeza. 
El santuario de la Virgen de la Cabeza. 

A pie o en bicicleta

A la sierra de Andújar se puede acudir con cámara de fotos, con la bicicleta o, sencillamente, con unas buenas botas para caminar. Antonio Torres Cuenca es un joven profesor de Andújar que ha optado por las dos ruedas. A finales de enero hizo una ruta cinematográfica: “Queríamos visitar dos lugares que aparecen en la película Entre lobos”, y en algo más de cinco horas recorrieron 40 kilómetros. Subieron en coche al santuario de la Virgen de la Cabeza, para adentrarse después por “senderos estrechos que atravesaban un bosque sin rastro de huella humana. Vimos muchísimos gamos, ciervos, muflones. También encinas que podrían tener más de 100 años y unos parajes preciosos de matorral bajo con plantas típicas de esta zona, la jara y el romero”, cuenta. “Después llegamos hasta un desfiladero donde se rodó una escena de la película, con vistas impresionantes. Y a continuación bajamos por una pista hasta un río donde nos encontramos un puente que aparece en otra escena”.

Paisaje de la sierra de Andújar.
Paisaje de la sierra de Andújar.ALAMY

Otro recorrido ciclista que Torres recomienda es el GR48 o sendero de Sierra Morena, que cuenta con cinco etapas señalizadas (unos 122 kilómetros) a su paso por la provincia de Jaén. “Recorrimos senderos preciosos donde vimos algún ciervo o gamo, muchas aves y zonas con riachuelos y afluentes del Guadalquivir. Si tienes suerte y sales temprano, incluso puedes avistar algún zorro”.

Y para quienes prefieran caminar, la ruta que une Andújar con el santuario de la Virgen de la Cabeza es muy buena opción. Son 22 kilómetros que los andujareños llaman el Camino Viejo, que algunos también realizan a caballo, especialmente el fin de semana de la romería de la Virgen de la Cabeza (el último domingo de abril). En el camino, paradas como San Ginés —adonde se puede llegar en coche— o el Puente Viejo, sobre el Jándula, permiten reponer las fuerzas necesarias para, por ejemplo, afrontar la Cuesta de los Caracolillos, ya en el segundo tramo del recorrido, desde el río hasta el santuario. El esfuerzo bien vale la recompensa: una espectacular vista de la sierra que no se olvida.

Información y rutas

La sierra de Andújar no coincide con el parque natural de la Sierra de Andújar. Para los locales abarca todo lo que hay en el camino desde el pueblo hasta el santuario de la Virgen de la Cabeza, aunque la parte más cercana a Andújar no es parque natural. En cualquier caso, hay que transitar por caminos públicos o vías pecuarias. El centro de visitantes Viñas de Peñallana ofrece información sobre qué hacer en este enclave. Ctra. A-6177, km 13 (Andújar); 953 53 96 28.

Empresas como Iberian Lynx Land o Naturoots ofrecen rutas diversas (de media jornada, un día e incluso de más de una semana) tanto en zonas públicas como en fincas privadas con hides (escondites) para fotógrafos por donde los animales pasan con frecuencia. Las excursiones cuestan desde 50 a 180 euros por persona.

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