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En marcha por Santa María de Trassierra: cascadas y leyendas de elefantes a solo 12 kilómetros de la mezquita de Córdoba

La poética piscina natural de los Baños de Popea, unas minas romanas y una fuente califal adornada con la escultura de un paquidermo jalonan un magnífico recorrido a pie por los montes de las vecindades de la ciudad andaluza

Tres excursionistas en la boca de la cavidad principal de las minas romanas de calcopirita, en Santa María de Trassierra (Córdoba).
Tres excursionistas en la boca de la cavidad principal de las minas romanas de calcopirita, en Santa María de Trassierra (Córdoba).ANDRÉS CAMPOS

Le dicen Córdoba La Llana, pero en realidad es (y era) Córdoba Alyana —el paraíso, en árabe, porque a solo 12 kilómetros de la mezquita están las montañas de Sierra Morena y, en ellas, la barriada de Santa María de Trassierra, rodeada de manantiales, cascadas, molinos y bosques tan frondosos que cuesta creer que ahí al lado se encuentre una de las ciudades más tórridas de España. En esta húmeda selva hay hasta elefantes.

Para verlos, dejaremos el coche o el autobús urbano que sube de Córdoba (línea T de Aucorsa) junto a la escultura de la Virgen que hay a la entrada de Santa María de Trassierra y nos echaremos a andar por la calle Camino del Río, que es prácticamente peatonal, pues solo conducen por ella los dueños de los chalés que hay emboscados entre los altos pinos piñoneros. En 15 minutos, diremos adiós al asfalto y a las últimas casas y, cinco minutos después, llegaremos al final de la calle y al inicio de un sendero que baja culebreando por la espesura ribereña del arroyo del Molino hasta los Baños de Popea.

“¡Mirad chicos: como Popea en el baño!”, dicen que exclamó el poeta cordobés Ricardo Molina al sorprender a unas jóvenes refrescándose en esta preciosa poza orlada de musgo, yedra y acantos. En 1932 se había estrenado la película de Cecil B. DeMille El signo de la cruz, en la que la señora de Nerón interpretada por Claudette Colbert aparecía bañándose en leche de burra, y su recuerdo aún estaba fresco en 1947, cuando Ricardo Molina y sus amigos del Grupo Cántico andaban triscando por estas soledades, lejos de miradas ceñudas, pues eran homosexuales. A las jóvenes les hizo tanta gracia la comparación que la divulgaron y, con ese nombre, Baños de Popea, se quedó la poza. Cuando diluvia, se forma una cascada de cuatro metros en su cabecera. Pero aun sin esa peineta blanca, esta balsa de color verde botella es bella y poética a más no poder.

Un poco más adelante, las ruinas del molino del Molinillo hablan de los tiempos no muy lejanos en los que este arroyo bajaba alegre y bullidor, no enmudecido por las captaciones ilegales del acuífero para llenar las piscinas de Santa María de Trassierra, donde casi 20.000 cordobeses pasan lo peor del año. En cambio, el Guadiato —un afluente del Guadalquivir que nace a 80 kilómetros de aquí, en Fuente Obejuna, y que se bebe la poca o ninguna agua que lleva el anterior—, baja hecho un Amazonas, como tendremos ocasión de comprobar a una hora del comienzo de la excursión, cuando el arroyo del Molino y nuestro camino desemboquen en este magnífico río.

Las ruinas del molino del Molinillo, en Santa María de Trassierra (Córdoba).
Las ruinas del molino del Molinillo, en Santa María de Trassierra (Córdoba).ANDRÉS CAMPOS

Ni cinco minutos disfrutaremos del Guadiato, porque tras avanzar 300 metros a su vera aguas abajo, lo abandonaremos para subir por el valle del arroyo Bejarano, un curso que, aunque mucho más modesto, también es digno de admiración, con rápidos, brincos y remansos donde nadan el cacho y el calandino —eso dice un panel informativo cerca de su cabecera—. Dos cosas llamarán vivamente la atención ascendiendo por su orilla. Una, la exuberante vegetación ribereña de olmos, sauces, alisos, quejijos, encinas, madroños, cornicabras, agracejos y avellanos, que obligará a comprobar nuestra posición con el GPS del móvil para confirmar que estamos en Córdoba y no mucho más al norte o soñando. Y dos, las minas romanas de calcopirita: un talud rocoso que los paisanos de Popea dejaron como un gruyer, con tres cavidades importantes. La mayor tiene 75 metros de largo y un fondo anegado por las aguas freáticas, lo que seguramente motivó su abandono. Hace 50 años aún se extraía cobre —como en tiempos de Nerón—, zinc y plomo, y se llamaba Mina del Duende.

Los siguientes hitos de la ruta serán las ruinas de un martinete de batir cobre o de abatanar y los de una fábrica de paños. ¿Serían sus promotores oriundos de la villa salmantina de Béjar, famosa desde antiguo por su actividad textil? ¿Quizá criptojudíos huidos de la persecución inquisitorial, que en Béjar fue recia? De ser así, el nombre del arroyo Bejarano, que movía todos esos ingenios, cobraría sentido.

La poza y cascada de los Baños de Popea después de intensas lluvias.
La poza y cascada de los Baños de Popea después de intensas lluvias.José Carlos Diéguez

A estas alturas, llevaremos recorrida algo más de la mitad de la ruta (seis kilómetros y unas dos horas de camino) y veremos cómo la vegetación, casi impenetrable en la zona baja del arroyo Bejarano, se torna en la alta una dehesa cada vez más llana y abierta de encinas y alcornoques grandecitos, en la que pacen vacas y cerdos ibéricos. Allí encontraremos, bien señalizado con letreros, el venero del Bejarano, un manantial único en la sierra por el gran volumen de agua que aporta en cualquier época del año —¡entre 20.000 y 35.000 metros cúbicos diarios!— y que los romanos supieron captar.

Desde el venero, varios caminos amplios llevan de vuelta a Santa María de Trassierra, completando una gira de 11 kilómetros y alrededor de cuatro horas de duración. Daremos poco antes de acabar con la milenaria fuente del Elefante, la cual estuvo presidida en su día por uno de piedra caliza de época califal (siglo X), de algo más de un metro de altura, que echaba agua por los colmillos laterales. Hoy hay otro paquidermo idéntico de fibra de vidrio, obra del escultor Martín Lagares. La fuente formaba parte del Aqua Vetus Augusta, un acueducto romano que suministraba agua a Corduba y mil años después lo haría a la ciudad palatina omeya de Medina Azahara, sita en las faldas de esta misma sierra. Aunque el elefante es una réplica —el original se encuentra desde 1988 en el patio de San Eulogio del Palacio Episcopal de Córdoba, actualmente cerrado por obras—, descubrirlo emociona lo mismo que si fuera el de verdad. ¡Y pensar que este tataradeudo de los leones de la Alhambra —¡cuatro siglos más viejo!— lleva 1.100 años abrevando en una alberca rectangular y verdinosa de 4x10 metros que, además de parte de un acueducto romano, lo fue de una almunia o palacio de recreo de Abderramán III!

La fuente del elefante, en Santa María de Trassierra.
La fuente del elefante, en Santa María de Trassierra.ANDRÉS CAMPOS

En Leyendas de Medina Azahara, Manuel Pimentel le atribuye un parentesco aún más lejano: con los elefantes de guerra que los romanos usaron para aplastar a los rebeldes que apoyaban a Viriato. Al finalizar la campaña, los reunieron en Córdoba, la capital de la Bética, pero como no cabían en las caballerizas, y alimentarlos era un lío, los subieron a pastar a la sierra. Mas entonces sobrevino una sequía espantosa y los pobres hubieran muerto de sed, de no haber sido porque el más grande de ellos hizo brotar por azar, al partir unas rocas con su peso descomunal, la fuente, que por eso se llamó como se llama. Y no solo eso: salvó de morir ahogado al centurión responsable de ellos, que había caído accidentalmente en sus aguas copiosísimas. Más de mil años después, el alarife de Medina Azahara, Maslama ben Abdallah, que de joven había oído contar todo esto a un viejo eremita que vivía cerca de la fuente, decidió usarla para abastecer a la ciudad palatina y ordenó labrar el elefante a uno de sus escultores para que nunca se olvidaran al noble bruto y al ermitaño que le refirió esta bonita historia.

En Santa María de Trassierra hay otra copia del elefante que, haya sequía o no, escupe sus dos chorros de agua en la fuente de un parque público, frente a La Tabernita de Trassierra. Buen lugar para refrescarse al final de la ruta. La taberna, no la fuente.

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