El nido de Caterina en L’Escala
De la casa de Víctor Català y la estatua de El Principito a las ruinas de Empúries en una visita literaria, gastronómica y arqueológica a la Costa Brava
Rompe el mar contra la costa de L’Escala como si también festejara que este año se cumplen 150 del nacimiento de Caterina Albert, más conocida por el seudónimo de Víctor Català, con el que firmó una novela universal inspirada en esta geografía y que ahora tiene ruta propia: Solitud. Josep Pla, el Capitán Trueno, Massagran o El Principito son otras presencias literarias que pueden encontrarse en un puerto clave de l’Empordà que ha pasado a formar parte de la red Viles del Llibre (viladelllibre.cat).
Al surf, el buceo y las anchoas se ha sumado la literatura como producto de proximidad escalenca que tiene en la ruta de Víctor Català su oferta estelar. El recorrido empieza en la casa donde nació la escritora, en pleno entramado de callejas marineras, con vistas al balcón del que fue su estudio, un espacio de recogimiento y creación al que dedicó la narración Mi nido reivindicando precursoras ideas sobre la autonomía femenina.
Alfolí de la Sal es el antiguo centro neurálgico del comercio de la sal y el vino. Y La Sardana, una tribuna al mar
L’Escala desciende en pendiente hacia el mar y por el antiguo Carrer Major se llega a la iglesia de Sant Pere de l’Escala, cuya sacristía guarda las reliquias de santa Màxima, patrona de la villa. Un escenario propicio para leer textos de Català antes de seguir hasta el Alfolí de la Sal, antiguo centro neurálgico del comercio de la sal y el vino que más tarde ha acogido a varias asociaciones. Este año, en el marco del festival Vila del Llibre, L’Alfolí habilitó un rincón para que pudiera verse el manuscrito original de Solitud. Se mantiene en plena forma, al margen de alguna hoja teñida por unos hongos que los expertos ya neutralizaron.
El negocio de la sal ha alimentado a sagas familiares desde que a finales del siglo XIX se establecieran las primeras fábricas del ramo. La tienda de los Callol i Serrats permite comprar potes de anchoas recién manufacturados echando un vistazo al interior de la nave donde se trabajaba el pescado. Es el prólogo ideal a la plaza de la Sardana, una tan discreta como hermosa tribuna al Mediterráneo rematada por La Punta, el brazo de tierra desde donde se avistan los alrededores del mítico hostal Empúries o el cogollo urbano de Roses, que al anochecer reverbera como un cónclave de luciérnagas. La Punta procura un máster en vientos, que aquí soplan la tramontana, el garbí y alguna vez el gregal, aunque temiendo más que nada al levante, que en 1900 mató a cuatro pescadores causando una conmoción sobre la que Català también escribió, y por eso en este punto se leen otros textos de ella.
Hoy sopla un aire moderado. Siguiendo la costa al norte, algunos surfistas amortizan las olas en ese tramo espléndido para las planchas que empieza junto al hotel Riomar. En verano, jinetes —hay una hípica— y surfistas coinciden en esta playa con gaviotas y cormoranes asiduos a los vecinos humedales de l’Empordà, un tesoro biológico que atrae a ornitólogos y aficionados al birdwatching.
Josep Pla no era muy proclive a lo salvaje y, aunque se preocupó por la dieta del ruiseñor, se definió más bien partidario de “los paisajes razonados” hechos de viñas, higueras y olivos como los que se extienden a las afueras del pueblo. Pensó a fondo, eso sí, en los pescadores, a quienes definió como sus “profesores de soledad”. El propio Pla navegó esta costa en barquita localizando cuevas como Les Cambres, viejo almacén de jabón, sal y contrabandos como el tabaco.
Jardín modernista
Siguiendo con la ruta Català, se emboca el paseo marítimo hasta el Clos del Pastor, la finca que la adinerada Antònia Bartomeu i Baró regaló a Caterina por los buenos libros y momentos que le había ofrecido. En su jardín modernista se celebraron memorables tertulias literarias. La finca se está restaurando para abrirla en 2020 adaptada como espacio cultural.
Y enseguida, el cementerio marinero, un espectáculo de nichos rematados con tímpanos triangulares que se encalan cada año. La mayoría de las tumbas no tienen nombres en las lápidas porque muchos habitantes no podían pagar el cincelado. El nombre de Caterina Albert sí está. Gracias, entre otras cosas, a que la sociedad civil se movilizó contra los especuladores que en la década de 1970 pretendieron derribarlo. Escritores como Terenci Moix, Maria Àngels Anglada o Josep Maria Espinàs defendieron el camposanto.
L’Escala es enclave rico en luchas y aventuras legendarias. A simple vista se tienden las ruinas de Sant Martí d’Empúries, donde Víctor Mora hizo nacer al comiquero Capitán Trueno, y por eso Mora tiene en la escalenca calle de Gràcia su fundación.
Josep Maria Folch i Torres perfiló las aventuras de ese intrépido Massagran clavado en la fantasía de tantos niños, y su casa familiar, El Gavià, que es un pequeño castillo con forma de barco, está abierta al público mientras la memoria de Saint-Exupéry se cultiva con un murete sobre el que se sienta su inolvidable creación: El Principito. Inspiró la escultura la hija de un arquitecto. Paseaban los dos frente a una pequeña pared de piedra junto al mar cuando la niña dijo que le recordaba al sitio donde El Principito se despide de la serpiente. El padre se emocionó e intervino el lugar para ella.
Historias entrañables que podrían culminarse con una excursión al vecino castillo de Montgrí, donde Caterina subió una vez. Suficiente para sentir la vibración de la montaña e inspirarle Solitud.
Gabi Martínez es autor de la novela Las defensas (Seix Barral).
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