En la ciudad de las alpacas
Ana de Ramón ha creado una línea de moda, Munay, vinculada a la ciudad peruana de Arequipa, que visita con frecuencia
Ha vivido en Londres y Nueva York, pero a Ana de Ramón lo que de verdad le da la vida es Latinoamérica. Le fascina Perú y su tradición de tratar la lana de alpaca. De hecho, ha creado, junto a su hermano Borja, la línea de prendas y complementos Munay, vinculada a la ciudad peruana de Arequipa, a la que viaja con frecuencia.
¿Por qué Arequipa es su destino principal?
Porque en la ciudad hay una gran cultura industrial y a la vez muchísima tradición. Su punto fuerte es la alpaca, en concreto la lana de baby alpaca, que no se refiere a la que procede de animales recién nacidos, sino simplemente a su primer esquilado. Una de las principales fábricas, llamada Incalpaca, se puede visitar; incluso te dejan ver a las pequeñas alpacas.
¿Son animales simpáticos? Desde luego que sí. No tienen nada que ver con los guanacos; no escupen. Se acercan a saludar y comen de tu mano.
¿Y están allí mismo, en la fábrica?
En una zona especial. Para ellos es un animal muy importante y lo cuidan muy bien. Recomendaría a los viajeros que fuesen a ver cómo se hacen los tejidos, cómo se tiñe la lana. Todo es muy artesanal, a pesar de estar industrializado. Allí te explican, por ejemplo, el proceso de esquilado.
¿Le queda tiempo libre tras visitar a fabricantes y proveedores? Algo me queda. Cuando me recupero del mal de altura —el té de coca es, por cierto, la solución a ese problema—, paseo por los mercaditos artesanales del casco antiguo. Y, sobre todo, visito mi lugar favorito de Arequipa: el convento de Santa Catalina, del siglo XVI. Al atardecer ofrecen un recorrido guiado en el que enseñan las celdas de piedra y muestran cómo vivían las monjas hace siglos, dónde hacían el fuego para calentarse…
Entiendo que ahora vivirán un poco mejor. Imagino que sí, ya no están en esas celdas, aunque en el convento sigue habiendo monjas de clausura. A mí me siguen impresionando tanto el convento como Arequipa en sí porque parecen detenidos en el tiempo. Los ancianitos continúan haciendo lo que hacían sus ancestros, con el mismo ímpetu y cariño. Es emocionante.
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