Cuando Salamanca era una ciudad sin ley
La ruta de la Concordia recorre los escenarios que pusieron fin a la llamada Guerra de los Bandos, que sembró la ciudad de escaramuzas callejeras en el siglo XV
Hay diez rincones en Salamanca que invitan al viajero a un turbulento viaje por la historia de la ciudad. Evocan, concretamente, el fenómeno de la bandería, uno de los más graves problemas que debió enfrentar la villa para poder consolidarse como una ciudad tras la Reconquista. A mediados del siglo XV, las disputas políticas surgidas del seno del Concejo ya habían trascendido a todos los ámbitos de la vida urbana desencadenando la llamada Guerra de los Bandos, que enfrentó a dos facciones encabezadas por familias de la nobleza. Benitinos y los Tomesinos, así llamados porque se agrupaban en torno a las parroquias de San Benito y Santo Tomé, respectivamente, se disputaban el control de la ciudad.
Protagonizaron escenas sangrientas, rivalidades académicas, sectarismos clericales y continuas escaramuzas callejeras que sembraron el pánico en las calles durante varias décadas, convirtiendo a Salamanca en una ciudad sin ley.
Esta situación solo pudo llegar a su fin gracias a la intervención de un valiente fraile agustino, quien consiguió la firma de una Concordia convenciendo a los caballeros de uno y otro bando con acalorados sermones y prédicas que inspiraron sentimientos de perdón y generosidad. Muchas veces el religioso llegó a exponer su propia vida poniéndose delante de las espadas en las tumultuosas plazas públicas de la ciudad. Este fraile se convirtió con el tiempo en el patrono de la Ciudad: es San Juan de Sahagún.
La ruta por los escenarios de esta histórica pacificación comienza en la plaza de la Concordia, nombrada así en honor al acuerdo que puso fin a la bandería. Seguimos por la calle María Auxiliadora hasta la comercial calle Toro, donde hay que detenerse en la iglesia dedicada a San Juan de Sahagún, cuya fachada luce un enorme relieve que escenifica la pacificación. Después, tras descender hasta la plazoleta del Liceo, el recorrido toma la calle Brocense hasta la plaza de los Bandos, epicentro de los conflictos y el lugar donde estuvo ubicada la iglesia (y cuartel general) de los tomesinos. A un costado de la plaza se encuentra la casa de Doña María La Brava, matrona que vengó la muerte de sus dos hijos ofrendando sobre sus tumbas las cabezas de sus asesinos, los hermanos Manzano, a quienes decapitó después de perseguirlos y darles caza hasta Portugal.
El callejón Espoz y Mina, lateral a la casa, desemboca en la plaza de la Libertad, donde se encuentra la casa de Rodríguez del Manzano. Cruzando la plaza Mayor llegaremos hasta la anexa plaza del Corrillo, que debe su nombre al círculo de hierba que creció tras los enfrentamientos y fue la frontera entre las zonas dominadas por ambos bandos, una especie de tierra de nadie. Al girar por la calle Juan del Rey hasta la estrecha calle Prado alcanzaremos la plaza donde se encuentra la iglesia San Benito, rodeada de las casas de algunos de los benitinos más insignes, como los Maldonado y los Solís.
Tomaremos después el callejón de las Velas, donde se apostaban los vigías que velaban por la seguridad de este bando, para salir a la calle Meléndez, tomar la Compañía hasta la Casa de las Conchas y bajar hasta la calle de San Pablo donde, integrado en un edificio moderno, se encuentra el arco del antiguo portal de la casa donde se firmó la histórica paz entre las facciones. Conocido como La Puerta de la Concordia, y marcado con la inscripción latina Ira odium generat - concordia nutrit amorem (la ira produce odio, la concordia alimenta el amor), este arco de piedra marca el pacífico fin de la ruta.
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