‘Tea time’ en Quinta Camacho
Un barrio al norte de Bogotá que concentra, entre casas estilo Tudor, una creciente y excelente oferta de restaurantes, hoteles, galerías, librerías y anticuarios
Cuesta imaginarse un barrio de casas abrigadas por verdes enredaderas, vigas de madera blanca mezcladas con estructuras de ladrillo y techos muy empinados, como en cualquier rincón de Londres o Mánchester, pero en medio del altiplano colombiano. A 2.600 metros de altura sobre el nivel del mar, y en un paisaje urbano tan complicado de definir como el de Bogotá, Quinta Camacho se despliega entre la carrera séptima y la avenida Caracas, y entre la avenida de Chile y la calle 68, de norte a sur.
Aproximadamente la mitad de los inmuebles en Quinta Camacho están habitados. La otra mitad está poblada por despachos, restaurantes, hostales o comercios. A mediados del siglo pasado fue un lugar donde se concentraban las residencias de políticos, ex presidentes y familias tradicionales de la capital. La arquitecta y experta en urbanismo Silvia Arango cuenta que todo comenzó a finales de los años 30 y principios de los 40 del siglo pasado, cuando un estudio de arquitectura, Rocha Santander, empezó a trasladar las enseñanzas de la Architectural Association de Londres hasta Bogotá. “En el mundo entero se ponen de moda los estilos autóctonos” afirma la experta, “y aquí también se hacen casas de tipo español, normandas o suizas. En los sitios donde hay tradiciones locales más fuertes, como en México o en Perú, se hacen neo-incas, o neo-coloniales, que nacen de su propia tradición. Pero como la nuestra no era tan fuerte, calcamos los estilos locales de los demás”.
Asimismo, Bogotá tenía unas condiciones que se prestaban para la construcción en ladrillo: el suelo gredoso; el aire frío y las tardes ventosas, por eso la chimenea fue un elemento que formó parte de las casonas tradicionales. Las lluvias, además, eran y son frecuentes, así que los techos inclinados dieron pie para utilizar tejados de barro. De esta forma terminó configurándose el carácter del barrio.
Por motivos desconocidos, dos de los tres pequeños parques que forman el alma del lugar llevan el nombre de figuras históricas italianas: Giordano Bruno, humanista del Renacimiento, y Guillermo Marconi, uno de los inventores de la radio. El de Bruno tiene forma alargada y una estatua en honor al astrónomo napolitano en el centro. Alrededor gravitan un número importante de restaurantes y algunas tiendas de moda y decoración. La escultura de Marconi, Premio Nobel de Física en 1909, por su parte, desapareció hace diez años de su sitio, en la carrera 11 con la calle 70. Su paradero sigue siendo un misterio.
Dentro de este pequeño cosmos, y a escasos pasos del parque despojado de su busto, se encuentran dos restaurantes que son ejemplos afortunados de viviendas clásicas reformadas en su interior: La despensa de Rafael y Bruto, en los que se puede tomar una buena copa, amenizada por una buena banda de jazz, o sentarse a la mesa para probar alguno de sus variados platos.
Quinta Camacho es un barrio que se puede recorrer descendiendo por la calle 70 desde la carrera séptima, una de las arterias principales de la ciudad. Las faldas de los cerros orientales van quedando rezagadas, a espaldas del viajero. A medida que se va paseando, un paisaje familiar se perfila a su alrededor. Uno de los puntos más singulares es Casa Rústica, un hostal especializado en viajeros con mentalidad ecológica y dispuestos a dormir en habitaciones donde, salvo las camas y las mantas, todo está fabricado con materiales reciclados.
Yoga, kung-fu y baños integrados
Su dueño es Peter Preminger, un cincuentón barbado y de voz baja, hijo de austriacos que terminaron en Bogotá huyendo de la guerra. Después de trabajar en un hostal en Panamá llegó a la conclusión de que debía montar un negocio propio donde los viajeros solitarios tuvieran preferencia. El establecimiento abrió sus puertas en julio de 2011, tras una reforma que rescató los suelos de madera y los ladrillos de demolición. Los tapetes son reciclados, así como los muebles y las perchas de la entrada, que son de madera de época.
Para hospedarse en Casa Rústica hay que tener una mentalidad especial. El patio de la entrada está lleno de sanitarios convertidos en macetas y de botellas donde crecen plantas de albahaca. Suelen extrañar a los huéspedes los “baños integrados”, en palabras de Preminger, de las habitaciones: los retretes tienen adheridos los lavamanos justo encima de la cisterna para ahorrar agua. “Nosotros no ofrecemos una habitación, sino un contexto, donde se puede compartir con la gente, disfrutar de una exposición, recibir una clase de kung-fu o de yoga”, afirma el administrador, a quien algunos vecinos, en un principio, tomaron por un vagabundo o un okupa. “Esto es parte de una revolución silenciosa”, remata.
Almacenes de diseñadores colombianos emergentes como La Percha, galerías de arte, como la prestigiosa Casas Riegner, sitios como la chocolatería y casa de té Ixcacu, o la pizzería Stromboli, que merece la pena visitar sobre todo por sus cervezas artesanales y por su terraza, hacen de Quinta Camacho una amalgama de sabores y colores. Y si se quiere visitar una de las librerías más bonitas de Bogotá, basta con echarle un vistazo a Wilborada 1047, junto al Teatro Nacional Fanny Mickey.
Este espacioso establecimiento, bautizado con el nombre de la santa de los libreros (en un acto de heroísmo salvó los textos del monasterio de Saint Gall, en Suiza) se distribuye en tres plantas divididas por pasarelas industriales que permiten observar hasta la mansarda, de donde se desgajan varias lámparas redondas como copos de nieve. Esta no es una librería donde la mercancía está mezclada y los libros desordenados. Todo está en su sitio y subir hasta el ático, escarbando y manoseando a su antojo la cuidada selección, resulta una excursión aconsejable. En la primera planta, además, se puede disfrutar de una taza de buen café colombiano.
Para cerrar la jornada existe un relato que nos lleva unas décadas atrás en el tiempo. Cuentan que en 1961, durante la visita oficial de John F. Kennedy y su esposa Jackie, la pareja ordenó detener el descapotable que los llevaba a lo largo de la carrera séptima frente a un palacete de marcado estilo francés que captó su atención. Estaban en la esquina de la calle 70 frente a un edificio que lleva la firma de un arquitecto turinés, Vicente Nasi, quien repitió a sus amigos la anécdota hasta el fin de sus días. Así se tejen las historias en Quinta Camacho.
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