Hay razones
Yo conozco esta forma de desamparo, créanme. He entrado a lo largo de mi vida en multitud de habitaciones muertas, con escaras en la piel de las paredes y heridas secas en el suelo. Habitaciones con recortes de periódicos viejos, con fragmentos de cartas que comenzaban con un “Queridos todos”. Se utilizaba mucho esta fórmula cuando el hijo se iba al seminario o la mili y escribía a la familia con aquellas caligrafías afectadas que intentaban enderezar el mundo. Su mundo, el mundo desde el que se deseaba que los padres y los hermanos se encontraran bien.
“Yo quedo bien gracias a Dios”, se solía añadir.
Yo he visto esas mesillas de noche enfermas iluminadas por un rayo de sol que parecía un rayo de sol de atrezo. También las telarañas de la habitación de la foto imitan con una exquisitez notable a las artificiales, a las de las películas, construidas con resinas sintéticas capaces de reproducir hasta la pegajosidad de las reales. En esas telarañas abandonadas por sus moradoras, igual que la vivienda, caían en su día decenas de moscas. Constituían una despensa inagotable. Pero ya no es lugar ni para los insectos porque no queda un solo gramo de materia orgánica que llevarse a la boca.
Yo he visto cadáveres con las costillas descubiertas y secas que recordaban estos dormitorios ensimismados y vacíos. A veces, incluso, me he sentido así. ¡Cuántos de ustedes mismos se habrán sentido así! La foto sirvió para ilustrar un reportaje sobre lo que venimos llamando “la España vacía” y a la que deberíamos denominar “la España vaciada”. Si usted se ve en ella, es porque hay razones.
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