Habilidades sintácticas
Hay gente que, si no se inaugura todo el rato, cae en el convencimiento de que ha sido olvidada y se sume en profundas depresiones
Por fortuna para los temperamentos inauguradores, hay pocas cosas no inaugurables. Nadie, por poner un ejemplo, inaugura un cadáver cuando cierra la tapa del ataúd, aunque puede inaugurar la estatua del finado unos meses más tarde. Los parques públicos están llenos de próceres desaparecidos incluso de la memoria de los ciudadanos: o sea, que no sabemos quiénes son. Inaugurar, en pocas palabras, consiste en abrir una puerta, destapar una placa o cortar una cinta. El trozo de cinta y las tijeras se guardan durante algún tiempo, pero luego desaparecen por el agujero negro de la historia. Y es que lo que importa de la inauguración es la foto. La gente se mata por aparecer en la foto incluso con el rostro embozado, como en el caso que nos ocupa.
Observen cómo la jefa de la inauguración se vuelve hacia el fotógrafo como dándole órdenes de que su presencia destaque entre quienes la rodean. Tiene sentido ese gesto si pensamos que cuando uno (o una: déficits del genérico) inaugura cualquier cosa, se inaugura a sí mismo (o a sí misma, claro). Hay gente que, si no se inaugura todo el rato, cae en el convencimiento de que ha sido olvidada y se sume en profundas depresiones. Díaz Ayuso está ahora inaugurando un hospital sin quirófanos que nos ha salido por un ojo de la cara, pero cuando salga de esta foto se meterá en otra por esa compulsión inauguradora de la que es víctima, pobre. La presidenta de la Comunidad de Madrid tiene la habilidad de inaugurar también construcciones sintácticas agramaticales por las que se merecería una estatua ecuestre que inauguraría, lógicamente, un caballo.
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