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La caída del rey Juan Carlos

<b>Juan Carlos I, descolgado.</b> Dos operarios retiran el retrato del rey emérito Juan Carlos I de la Sala de Gobierno del Legislativo foral del Parlamento de Navarra, el pasado 15 de junio.
Juan Carlos I, descolgado. Dos operarios retiran el retrato del rey emérito Juan Carlos I de la Sala de Gobierno del Legislativo foral del Parlamento de Navarra, el pasado 15 de junio.Eduardo Sanz (Europa Press)
Manuel Vicent

En agosto de 2020, seis años después de abdicar, el ex jefe del Estado se marchó de España. Una historia cuyo final está aún sin escribir

Después de superar con éxito el desafío que el golpe militar del 23- F le impuso ante la historia, hubo un tiempo feliz en que al rey Juan Carlos todo le era perdonado. La gran mayoría de los ciudadanos decidió olvidar que había sido designado como sucesor a título de rey por el dictador y que el 22 de julio de 1969, siendo príncipe, había jurado de rodillas los Principios del Movimiento Nacional y a continuación había expresado de forma solemne ante las Cortes Orgánicas que recibía de su excelencia el jefe del Estado y generalísimo Franco su legitimidad política surgida del 18 de julio de 1936.

Ese día el padre del príncipe, don Juan de Borbón, acompañado por Pedro Sainz Rodríguez, cruzó la frontera desde Estoril, donde permanecía exiliado, para contemplar la ceremonia que transmitía TVE, cuyo único canal en blanco y negro no llegaba a Portugal. Fue en el primer bar de carretera de la provincia de Badajoz donde don Juan, legítimo heredero de la Corona, sentado en un taburete de la barra entre camioneros, ante un vino y un pincho de tortilla, después de verlo arrodillado ante el dictador, pudo escuchar la declaración que el príncipe leía con su lengua redonda: “Pertenezco por línea directa a la Casa Real española y en mi familia, por designios de la Providencia, se han juntado las dos ramas. Confío en ser digno continuador de quienes me precedieron”. Con estas palabras el príncipe se saltaba el orden sucesorio, un elemento primordial en cualquier dinastía. Según contaba Pedro Sainz ante aquella puñalada que su hijo le acababa de asestar por la espalda, don Juan no pudo evitar las lágrimas, pero finalmente pidió otro vino y exclamó: “Al menos hay que reconocer que Juanito ha leído muy bien”.

El golpe de Tejero paradójicamente había legitimado a don Juan Carlos ante la mayoría de los españoles por su defensa de la Constitución, de la democracia y de la libertad. La opinión pública dio un vuelco ­inesperado y se hizo juancarlista e incluso los artistas e intelectuales más reacios pugnaban por acudir a sus fiestas a darle la mano. Era simpático, superficial, un poco ganso y atrabancado, cuartelero de carcajada fácil, que no paró de darse leñazos a lo largo de su vida. Siendo todavía príncipe se partió la crisma; después, ya como rey, se ha roto toda clase de huesos, rótulas, pelvis, cadera, y pese a todo se movía con soltura y beneplácito entre los líderes políticos extranjeros. De hecho, su simpatía personal fue un valor de cambio a la hora de mediar entre las pasiones políticas, de aunar voluntades y de propiciar grandes contratos con empresas multinacionales.

El rey emérito Juan Carlos I baja del avión a su llegada a Abu Dabi, el 3 de agosto. Por Juan Pedro Valentín, director de NIUS. "El sueño de todo periodista es estar presente en el lugar de la noticia cuando esta se produzca. Por eso a los periodistas nos gusta arrimarnos. Siempre intentamos estar cerca para preguntar, para escuchar, para ver… Pero no siempre lo logramos. Cada vez es más difícil estar allí y, sin embargo, cada vez es más fácil que alguien esté por nosotros. No son periodistas, pero hacen actos de periodismo. Alguien estaba allí cuando el rey emérito bajó del avión que le llevó a su exilio voluntario. Era un momento histórico y lo sabía. Sacó su móvil y disparó. Hizo la foto del año".
El rey emérito Juan Carlos I baja del avión a su llegada a Abu Dabi, el 3 de agosto. Por Juan Pedro Valentín, director de NIUS. "El sueño de todo periodista es estar presente en el lugar de la noticia cuando esta se produzca. Por eso a los periodistas nos gusta arrimarnos. Siempre intentamos estar cerca para preguntar, para escuchar, para ver… Pero no siempre lo logramos. Cada vez es más difícil estar allí y, sin embargo, cada vez es más fácil que alguien esté por nosotros. No son periodistas, pero hacen actos de periodismo. Alguien estaba allí cuando el rey emérito bajó del avión que le llevó a su exilio voluntario. Era un momento histórico y lo sabía. Sacó su móvil y disparó. Hizo la foto del año".NIUS

Hubo un tiempo feliz en que su vida privada era inmune a la maledicencia. Mataba elefantes y osos drogados, tenía amantes, navegaba por aguas de Mallorca en el yate regalado por un jeque saudí sin que un presente tan obsceno dañara en absoluto el orgullo español; recibía dádivas de empresarios y banqueros dispuestos a hacerle una pequeña fortuna para no tener que pagarle un día el whisky, como sucedía con su padre, don Juan, en Estoril, y a su vez parecía ser el único capaz de abrir el grifo de oro que los jeques de Arabia tenían entre las piernas. “Hace tiempo que no me lleváis a Kuwait”, suplicaba al presidente del Gobierno de turno, pensando, tal vez, en sacar tajada tanto para él como para el país. Pero algo comenzó a torcerse. En cierta ocasión se quejó ante el ministro de Asuntos Exteriores Francisco Fernández Ordóñez de que unos periodistas le habían fotografiado desnudo en la cubierta de su yate Fortuna. El ministro le dijo: “Majestad, solo hay una forma de que no lo saquen desnudo. No estar desnudo”. Fue el primer aviso. Todo le era perdonado o silenciado, pero un día, por algunos excesos no controlados, su buena estrella comenzó a apagarse. La máquina de picar carne de la opinión pública ya estaba a punto de entrar en acción para convertir su egregia figura en pasta para albóndigas.

Fue a raíz de la infausta cacería de elefantes en Botsuana, en abril de 2012, cuando se levantó la veda. En ese momento el país atravesaba una angustiosa crisis económica de efectos devastadores y precisamente el 14 de abril era el día en que todos los años los enemigos de la Monarquía celebraban la llegada de la II República. Fue suficiente un ligero traspiés en una alfombra para que esta vez se le rompiera mucho más que la cadera, puesto que en ese safari se quebró su figura moralmente toda entera. De hecho, dejó de ser rey cuando, apoyado en una muleta, tuvo que pedir excusas, que no perdón, a sus ciudadanos, muy humillado, como un cazador cazado. Humano, demasiado humano. Perdido el honor, don Juan Carlos pasó a estar sometido por la opinión pública a las reglas de la honradez como un ciudadano corriente; los españoles fueron invitados por los medios a la fiesta del desguace de un monarca que un día encarnó felizmente la democracia en España. Más allá de la presunción de inocencia, sus finanzas ocultas al fisco entre la codicia, la frivolidad, el despilfarro y la venganza de una amante despechada se han convertido para la opinión pública en una atracción de feria. No hay nadie que pueda resistir semejante descarga.

Juan Carlos I ha pasado en varias ocasiones por el quirófano, pero ninguna operación quirúrgica ha sido tan encarnizada como esta que el 2 de junio de 2014 le obligó a abdicar para establecer un cortafuego con su heredero, Felipe VI, de forma que su conducta irresponsable no acabara por pudrir del todo a la Monarquía. Finalmente, el 3 de agosto de este año 2020, por propia decisión o aconsejado de forma ineludible, decidió desaparecer de la escena española. Acogido en Abu Dabi por su amigo el jeque Mohamed Bin Zayed, un silencio sólido le protege. Esta es la historia de la caída de un rey cuyo desenlace aún no está escrito.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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