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A flor de piel

Carmen García Huerta
Eduardo Barba

El confinamiento nos ha reconectado con la naturaleza más cercana y la indiferencia que parecíamos sentir hasta ahora por las plantas ha dejado paso al interés por su cultivo en casa.

SIN DARNOS cuenta, hemos reverdecido. Este año de cosechas truncadas, de floraciones malogradas, han llegado las plantas a nuestras vidas, y parece que lo han hecho para establecerse. Creíamos que eran ellas las que nos necesitaban, pero resulta que no, que se las apañan perfectamente sin nosotros. Y que nosotros, sin ellas, nos quedamos en menos.

Esta pasada primavera las hierbas regresaron a las grietas de las aceras, como cada año. Pero, a diferencia de otros anteriores, aquellas semanas de silencio callejero mantuvieron las suelas de nuestros zapatos lejos de sus tiernos tejidos. Y crecieron. Libres del retumbar de nuestras prisas, se hicieron más grandes y arraigaron más profundamente que nunca. Porque sus raíces colonizaron nuestros deseos de libertad cuando, confinados, las mirábamos desde las ventanas. Seríamos distintos cuando saliéramos a la calle, eso es seguro. Pero, finalmente, las seguimos arrancando.

Lo que sí es cierto, no obstante, es que ha habido un cambio en la conciencia de muchas personas hacia las plantas. También hay muchos testimonios de macetas caseras agradecidas y sorprendidas por haber visto mucho más a sus dueños. Las han cuidado con esmero, han vuelto la mirada hacia ellas. Los potos de tantos salones recibieron más mimos, los troncos del Brasil desecharon el polvo de sus hojas. De repente nos faltaban hojas verdes por todos lados. “¿Cómo he podido vivir sin ti tantos años?”, se repetía una mujer observando a su costilla de Adán, mientras veía una nueva hoja desplegarse al lado de su televisor apagado.

Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre, 1611, de Clara Peeters.
Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre, 1611, de Clara Peeters.Museo Nacional del Prado

La indiferencia hacia las plantas ha dejado paso al interés por su cultivo, en una de las duras ganancias que hemos obtenido a cambio de que el barro se secara bajo nuestros pies, dejándonos quietos. Al parar, pudimos apreciar los placeres sencillos de la naturaleza cercana.

Entonces, reverdecimos. Y ahora, retoñamos. Dos verbos donde la savia fluye y trae nuevos tejidos: hojas y flores. Como las de color rojo intenso que pueblan estas semanas las ramas del granado enano de mi terraza. Al final de la estación tirará sus hojas y quedará desnudo, dejándome sus frutos. El otoño es una época en la que recogemos todo lo sembrado en la primavera, para lo bueno y para lo malo. Si no nos preocupamos entonces de preparar los semilleros, poco cosecharemos ahora. Pero con las plantas siempre se está a tiempo si somos pacientes. Este retoñar nos ayuda para recuperar lo que no hicimos tan bien antes. Podemos planificar lo que queremos que ocurra la próxima primavera. Porque parece que ahora necesitamos cuidar de las plantas para que ellas nos cuiden a nosotros.

En el Museo Nacional del Prado cuelga uno de esos bodegones tan jugosos, lustrosos, con una botánica rozagante. Estos días y hasta el 29 de noviembre sigue luciendo en la maravillosa exposición Reencuentro en la pinacoteca, que bien merece una visita. Es una naturaleza muerta barroca de Clara Peeters llena de flores, que pintó hace 400 años.

Lo vemos y pensamos inconscientemente en la primavera. Ahora ya no podemos creer que eso sea fruto de ella. Es una consecuencia de un otoño bien planificado. Porque la gran mayoría son especies que se plantaron o semillaron en esta estación en la que estamos. Bulbos de tulipán, de jacinto, campanilla blanca o de narciso, tubérculos de anémonas. O las semillas de las caléndulas, con ese naranja que desprende luz, como en el cuadro de esta gran artista flamenca nacida a finales del siglo XVI. Todo se prepara en el otoño para que, durante el invierno, las raíces permanezcan sanas y fuertes, al abrigo de la tierra, disponiéndose para lo que vendrá. No necesitamos un jardín para sentir este latir botánico, tan solo una planta en una maceta. La primavera siempre llega. Y las plantas también llegaron para quedarse, quizás también, a tu lado.

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Sobre la firma

Eduardo Barba
Es jardinero, paisajista, profesor de Jardinería e investigador botánico en obras de arte. Ha escrito varios libros, así como artículos en catálogos para instituciones como el Museo del Prado. También habla de jardinería en su sección 'Meterse en un jardín' de la Cadena SER.

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