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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Cómo el ‘capitalismo cool’ se adueña de nuestras ciudades

Hablamos con Jorge Sequera, doctor en sociología y autor de un nuevo libro que aborda el impacto del turismo y la gentrificación y revisa los modelos económicos

Flickr

"El barrio más cool del mundo. El más "auténtico". El Soho de...  [escriba su ciudad aquí]". ¿Qué se esconde tras estas vacuas palabras, propias de gurú impartiendo una masterclass de márquetin inmobiliario? Enmascarada bajo este tipo de conceptos ambiguos, la gentrificación provoca profundas trasformaciones urbanas y socioculturales que tienen como finalidad y resultado la segregación socioespacial y una acentuación de la desigualdad en el acceso y disfrute del derecho a la ciudad. Para acercarnos mejor a estos procesos charlamos con Jorge Sequera, profesor e investigador de la UNED, que actualmente dirige el proyecto Likealocal sobre transformaciones urbanas y turistificación en cuatro ciudades de España, que acaba de publicar el libro Gentrificación. Capitalismo cool, turismo y control del espacio urbano con la editorial La Catarata

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Pregunta: Jorge, ¿nos puede acercar al fenómeno de la gentrificación? ¿Guarda relación directa con los modelos económicos que se han ido extendiendo a raíz de la globalización?

Respuesta: Las dinámicas de la gentrificación se extienden —como los diversos procesos de extracción de plusvalía urbana— con su propia estrategia. Van encaminadas a la desposesión material y simbólica de territorios urbanos concretos y tienen una fuerte relación con el modelo económico y social hegemónico como es el neoliberalismo. Se trata de un proyecto de clase encaminado, por un lado, a reproducirse bajo los sostenes del propio Estado y por otro, a capturar aquellas parcelas de la vida que aún no están a merced del mercado capitalista. En este caso, para que los barrios populares sean tomados por promotores inmobiliarios, nuevos propietarios, especuladores y nuevos residentes con mayor capital económico y cultural y expulsar a sus habitantes.

¿Desde cuándo y por qué está presente esa práctica?

Esta práctica, de sustitución de clase y en el contexto de una mirada urbana, ha tenido diversas fases dependiendo del contexto metropolitano. La práctica de la desposesión y la colonización de clase, del desplazamiento en las ciudades, de la expulsión, se repite cíclicamente en diferentes cronologías y en diferentes contextos. Lo que está ocurriendo decididamente en algunas ciudades en los últimos 50 años, algunos autores lo relacionaban en contextos anglosajones (ciudades como Londres o Nueva York) con la vuelta al centro de las clases medias blancas después de décadas de abandono del centro y del llamado White fly de estas mismas clases hacia la suburbia en plenos albores del fordismo. Una vez muerto el sueño de la vida idílica, de la arcadia feliz en ese extrarradio de vidas homogéneas, la deriva tomó su versión revanchista. Querían de nuevo el centro, lugar de encuentro, de actividad lúdica, de estímulo cultural, de cercanía con los trabajos de servicios avanzados y los negocios, etcétera.

Salvando enormemente las distancias en ciudades como las nuestras, donde nunca hubo esa gran fuga de las clases medias y altas, ya que en buena medida nunca se fueron de la ciudad consolidada, han tendido a pensar que el centro histórico les pertenecía. Siempre dividido ese centro, con una parte donde habitaba tradicionalmente la burguesía y otra, el arrabal —donde las clases populares y su hábitat popular estaba muy presente— estas políticas de la gentrificación trabajan para que este último sea olvidado, y sólo queden los retazos pop, como una postal inocua, del hábitat obrero.

 ¿En qué se basan para llevarla a cabo?

El decorado —popular— puede quedarse, pero sus gentes deben irse. En el libro atiendo a algunas de estas particularidades: cómo hacen para que el proceso parezca limpio, neutral, amigable y que se esconde detrás. En un primer momento, el lugar tiene que ser visto por todos como un lugar a rehabilitar, a reconducir. Para ello, lo primero es que el abandono llegue hasta sus últimas consecuencias: viviendas en ruina, falta de infraestructuras y equipamiento urbano, inacción de la administración pública, aliñado con algo de amarillismo estigmatizador desde medios de comunicación: si ya tienes una banda del pegamento en tu barrio según los medios, es tu turno. Posteriormente, la entrada de capital privado para reformar e intervenir en el espacio pasa a ser visto con buenos ojos: a quién hostigue estas prácticas inmobiliarias (rentas antiguas, población vulnerable) pasa a ser lo de menos. En pos de la modernidad, pasan a ser sólo daños colaterales.

Jorge Sequera Fernández, autor del libro
Jorge Sequera Fernández, autor del libro

Suele ocurrir que este discurso del desarrollo y las mejoras suelen venir de la mano de algunas asociaciones vecinales que hacen los primeros guiños al capital privado y por qué no, a la policialización de los espacios (después, ya tarde, se dan cuenta de que ellos mismos son el target a expulsar). En nuestras ciudades, la administración pública, cegada por esa transformación urbana que pondrá a la ciudad en los mejores puestos de listas que no sirven para nada, y alimentada por la fe ciega en que el progreso consiste en eso, dotará de ingentes cantidades de dinero para esa rehabilitación, que pondrá la alfombra roja para que las plusvalías de todo este proceso vayan a manos de aquellos que detentan las propiedades. Mientras, en el camino se habrá dejado de lado una rehabilitación integral y participativa, donde se tengan en cuenta los impactos sociales de introducir numerosos recursos y adecentar un barrio entero y sus viviendas: la necesaria protección a los diversos colectivos (especialmente los más vulnerables), los controles regulatorios de precios del alquiler y compra-venta, la introducción de vivienda pública, las moratorias de desahucio y desalojo y una política directa de cuidados de la población allí establecida. Pero esto no ocurre porque sí.

Y es ahí donde lo cool hace su acto de presencia. Actividades que en principio no parecen ser dañinas, se fomentan y se financian para que funcionen como ariete ideológico para conquistar espacios. Se necesita atraer a aquellos que además de ser pioneros en el proceso, como dice el colega Marc Morell, también sean objeto de la extracción de plusvalor laboral: joven, apuesto/a, con capital cultural alto, con profesiones liberales o artísticas, sin demasiadas cargas familiares, etc.

Estos perfiles, que son atraídos por diversos anzuelos (el ocio nocturno, los museos, los teatros, los campus universitarios, la diversidad étnica) comprenden un clúster dentro de la ciudad postindustrial, que los convierte en los trabajadores de la nueva fábrica flexible: trabajarán en los sectores del terciario avanzado (o se estarán preparando para ello) a cambio de pagar altas rentas por su alquiler o su hipoteca, los menos. Por detrás, entre bambalinas, rentistas multipropietarios, son los que extraerán las millonarias ganancias del suelo y las ayudas públicas para renovar sus viviendas, aumentando exponencialmente los rendimientos obtenidos, que con los anteriores habitantes del barrio no conseguían, potenciando y reproduciendo la figura parasitaria del rentista.

Algunas ciudades y algunos barrios, ¿son o han sido, durante la crisis de la covid-19, ratoneras o barrios trampa?

Sin duda. La vuelta hacia valores materialistas (de escasez y de supervivencia) en nuestro mundo avanzado está haciendo saltar los resortes y mecanismos sobre los que se sostenían. Y es que esta crisis nos pone ante el espejo social de la desigualdad. Si nos fijamos, buena parte de los vídeos viralizados que han recorrido las redes para incentivar que la gente se quedara durante el confinamiento en casa estaban protagonizados por futbolistas corriendo en sus jardines o famosos de medio pelo haciéndose selfies en sus azoteas privadas. Sin embargo, la realidad invisibilizada en el laberinto de la ciudad es otra. Ana, mi vecina de calle tiene dos años, vive con toda su familia en una habitación alquilada sin ventanas y con graves humedades. Comparte infravivienda con otras dos familias en una casa de 40 m2 con una sola ventana y una puerta a la calle. Y las normas impuestas le impedían salir de casa. Su madre, que trabajaba cuidando la hija de otra familia y limpiando otra casa sin estar dada de alta, lleva más de seis meses sin recursos. Otros, cada día se suben al vagón de metro, al tren, camino a su puesto de trabajo. Después vuelven a su piso, que comparten con otras dos o tres familias. Porque la ley y la crisis no es igual para todos.

Pero algo que también me está dando vueltas a la cabeza en plena pandemia es la coyuntural escapada de esas mismas clases colonizadoras al campo, aquellos que en su momento, y no me gusta mucho el concepto, se les ha denominado como gentrificadores. Una irrefrenable animadversión a la ciudad parece estar apoderándose de aquellos, que con y sin hijos, consideran que encontrarán su sitio en el reconfortante meandro de cualquier autovía que les conecte con la ciudad donde trabajan. No se trataría de movimientos ciudad-campo de esto que se ha dado en llamar neorrurales, sino de aquellos que siempre han deseado detentar la centralidad urbana. Me pregunto cuáles son las estrategias discursivas para configurar nuevas vidas suburbiales alrededor de condominios con jardín y piscina o la vuelta al chalet en las afueras como forma de vida ideal de los que un día eran reconocidos urbanitas.

Entiendo que la ciudad, sus violencias, sus altos precios o sus pequeñas casas expulsan sin cesar hacia la periferia de la periferia a las clases trabajadoras. Pero lo que la pandemia está cambiando es que parece que de nuevo estas clases medias urbanas tímidamente también se retiran (o sueñan con hacerlo) de la centralidad, con el alto coste de poner al coche de nuevo como protagonista de sus vidas, con las largas distancias a recorrer todos los días —cuando uno de sus privilegios de clase consistía en ir andando o en bicicleta— las horas de conducción, atascos o de imposibilidad de conciliación familiar. ¿Estamos ante el fenómeno inverso de la vuelta al centro de estas clases medias urbanas? ¿Es algo pasajero debido al confinamiento sufrido? ¿Están perdiendo interés los centros de las ciudades?

¿Es el turismo la excusa que se utiliza como retroalimentación para engrandecer y alimentar a la gentrificación en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia...?

Es un tema polémico en estos momentos. Hay colegas que en los últimos tiempos tienden a identificar ambos procesos —gentrificación y turistificación— bajo el mismo paraguas de la gentrificación. Otros entendemos que si bien pueden cohabitar en espacio y tiempo e incluso tener características similares, son dinámicas extractivas que responde a causas distintas, que tienen impactos diferentes y que en ocasiones chocan. Paradójicamente es habitual encontrar a clases medias y altas propietarias que se mudaron al barrio en pleno proceso de gentrificación, quejándose ahora de la turistificación de su barrio, ya que han visto rotas sus expectativas de detentar el barrio con su habitus ejemplar por la entrada masiva y descuidada del turista borracho y ruidoso.

En el libro trato de hacerme algunas preguntas al respecto, entre otras que me siguen dando vueltas: si la turistificación fuese un tipo de gentrificación o la acompaña, ¿por qué las clases medias y altas querrían vivir en estos barrios? ¿No huirían? ¿Tienen los turistas realmente un papel elitizador? ¿Acaso no hay fenómenos de distinción social entre turistas? Si se están gentrificando otros barrios limítrofes, por efecto de la turistificación, porque estas clases medias urbanas buscan nuevos barrios alejados del turista, ¿cómo pueden ser ambos procesos de gentrificación?

También observo que hay una tendencia a meter a residentes comunitarios y a turistas en el mismo saco, señalando que sus patrones de consumo y estilos de vida son iguales. Creo que esto no ocurre así, como demuestran otros estudios sobre consumo y espacio urbano. Y considero que es ahí precisamente donde debe entrar el análisis de los discursos, en tanto prácticas, buscando las contradicciones y las ambivalencias del sujeto como señala acertadamente Martín Criado, y no que se cumpla la hipótesis de partida lineal del investigador. Un buen ejemplo es el estudio de Daniel Malet sobre las prácticas sociales y el impacto socioespacial de los Erasmus en los barrios en los que residían en la ciudad de Lisboa.

A pesar de que a primera vista podríamos quedar cegados por el cliché del Erasmus relacionado con la fiesta nocturna, lo que encontró fue mucho más amplio. Si bien muchos Erasmus decidían residir en Bairro Alto por el ocio nocturno, otros, los bohemios, se iban al melancólico barrio de Alfama huyendo de los primeros, mientras que los activistas elegían el barrio popular de Mouraria. Lo que muestra que las prácticas y los capitales de los Erasmus (¿residentes temporales? ¿turistas? ¿población flotante?) no son similares. La brocha gorda es una tendencia que debemos combatir desde las ciencias sociales. Seguro que yo he pecado de lo mismo en más de una ocasión y creo que deberíamos cuidar más nuestras perspectivas epistemológicas y a prioris. Ser categóricos asociando clase social y turista creo que nos lleva a una confusión innecesaria. Señalar linealidad entre procesos y dinámicas urbanas capitalistas con causas e impactos dispares, cuando genera tantas paradojas, no permite atisbar las divergencias.

¿Los pisos turísticos aceleran el proceso de gentrificación?

Los pisos turísticos aceleran y aumentan el proceso de extracción de un bien inmueble a través de una economía del turismo que permite aumentar las rentas obtenidas por la vivienda. Aceleran, sí, los procesos de desplazamiento, de expulsión, de vaciamiento, de desaparición del tejido social y vecinal del barrio, de conversión del espacio urbano en espacio monofuncionalizado por el turismo.

Lo que estamos viendo, en plena pandemia, es que esos pisos eran extraídos, como ha señalado en diversas ocasiones Javier Gil, del mercado tradicional de alquiler residencial. Ahora, sin negocio turístico, han vuelto a ponerlos en este tipo de portales inmobiliarios. Lo que percibimos, sin embargo, es que pretenden mantener los mismos precios por noche que en Airbnb, lo que da como resultado precios estratosféricos en un mercado ya de por sí inflado artificialmente. Además, expectantes de que el ciclo cambie, deciden alquilarlo por temporadas, lo que rayaría la ilegalidad. Es curioso que hasta hemos encontrado anuncios en portales inmobiliarios de alquiler tradicional donde los gestores no se han molestado ni en quitar la toalla con forma de cisne ni descripciones que incluyen los horarios de entrada y salida del apartamento.

¿Ve al tejido social concienciado y con fuerzas y resortes para hacer frente a la gentrificación?

Sin duda, es uno de los leitmotiv de las luchas barriales. Parar los desahucios, contener la entrada de grandes capitales a los barrios, pelear por la protección de las familias más vulnerables, exigir el control y regulación de precios para hacer frente a dinámicas como la gentrificación y tantas otras prácticas de solidaridad, políticas de calle, de confianza y colectivas, que las políticas de partido y del espectáculo suele ensombrecer y en ocasiones minusvalorar.

¿En qué está trabajando en estos momentos?

En la actualidad dirijo un proyecto de investigación que precisamente se acerca a la diversidad de discursos, prácticas y estrategias que rodean el modelo Airbnb. Este proyecto busca poner la mirada, no sólo en la remercantilización de la vivienda, las subidas de precios o en el desplazamiento de población, que ya otros colegas han explicado con claridad, sino acercarnos a la cotidianeidad del circuito: cómo operan los anfitriones, qué piensan los huéspedes, qué tipo de trabajo racializado y/o sexualizado está detrás, cuáles son las consecuencias de este modelo sobre éstos; en definitiva, qué tipos de paradojas encontramos en los residentes del barrio.

Además, y dado el impasse del turismo en este verano con la covid-19, estamos realizando una investigación sobre las consecuencias e impactos de la pandemia sobre Airbnb en varias ciudades donde el proyecto trabaja con grandes colegas del ámbito de la geografía, la antropología, la arquitectura o la sociología en Sevilla, Palma, Barcelona y Madrid. Espero que podamos publicar pronto los resultados.

Entrevista de Susana Anglés, miembro del proyecto de Difusión Cultural de Cazarabet. 

Jorge Sequera es doctor en Sociología por la UCM, profesor en la UNED e investigador colaborador en el Instituto CICS.NOVA de la Universidad Nova de Lisboa. Sus líneas de investigación abordan fenómenos claves de la sociedad posfordista y la metrópolis, como el consumo, los estilos de vida, las nuevas clases medias, la segregación residencial, la exclusión social, la sociedad de control, la gentrificación, la turistificación, los movimientos sociales urbanos y la protesta social (jorgesequera.me).

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