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“Soy un potro desbocado, pero me quiero desbocar sola”

Anatxu Zabalbeascoa

Es una actriz en su mejor momento. Sigue diciendo lo que piensa sin tapujos. Lamenta que las mujeres mayores de 40 no abunden en la ficción: “Somos alegres y follamos mejor”, dice. Ahora regresa al cine y a la tele. Viajamos hasta la isla canaria de El Hierro, donde pasó el confinamiento, para conversar con ella

Su vida arranca como una novela de Marsé. María del Pilar Peña Sánchez se crio en Gavà, un pueblo de playa cercano a Barcelona, donde sus padres, Pepa y Antonio, regentaban el Frankfurt Dusseldorf, junto al cine Maragall. El acomodador, el señor Ramón, la dejaba entrar al universo que dibujaría su imaginario. Con 15 años encontró nombre artístico leyendo La casa de Bernarda Alba, donde las velas eran candelas. Con tres premios Goya —solo Carmen Maura y Verónica Forqué la superan—, Candela Peña, de 46 años, es una de las actrices más versátiles del cine español y una de las más desconocidas por el control que establece sobre su vida privada. Su deslenguada manera de hablar le ha creado fama de fuerte, cuando es vulnerable: una niña osada que dice lo que piensa. Se estrenó en el cine como prostituta en Días contados; tras 34 películas, protagoniza La boda de Rosa, la nueva comedia de Iciar Bollain sobre las madres que se olvidan de vivir. Y retoma la serie Hierro (de Movistar +). En esta isla lleva cuatro meses aislada escribiendo una serie sobre mujeres de más de 40 años.

¿Su madre todavía trabaja en el bar?

Lo cerraron hace ocho años, cuando mi padre se cayó. Tenía cáncer de pulmón. La metástasis le llegó al cerebro, le falló una pierna y un cliente lo llevó al hospital. No salió.

¿No conoció a su hijo?

Murió el día que salí de cuentas.

Tampoco existe el cine Maragall…

Hasta que tuve edad para ayudar en el bar vi demasiado cine. De todo: de Holocausto caníbal a Godard. No me ha hecho bien, pero me ha salvado. En casa no había televisión. No es que mis padres fueran hippies, trabajaban todo el día.

¿En el bar tampoco había tele?

Qué va. Era el típico bar supercutre —aunque para mí no lo fuera— donde podías comer las mejores gambas de Palamós. Lo cuento porque las historias pueden salvar vidas. Pienso en las mujeres de 13 años del entorno rural. Es necesario decirles que hay más mundo.

¿Es hija única?

No les daba la vida para más. Mi padre, un autodidacta de Lora del Río [Sevilla], se convirtió en un ser muy interesante. Mi madre llegó de Caravaca de la Cruz, en Murcia, como muchos de sus 13 hermanos.

¿Les gustaba el cine?

No consumían. Estaban siempre trabajando. De ellos aprendí la exigencia con la calidad de la comida. Es la herencia: si hubieran sido escaladores tendría pies de gato.

¿Qué más aprendió de ellos?

Demasiado. Mi padre era el presidente del club de fans de mi madre. Se murió diciéndole: te quiero, eres guapísima. Y eso es heavy metal. Nos fumábamos un porro en la terraza y él me decía: “Yo sin esta mujer me moriría”. Y yo: “Sí, pero se pasa bastante conmigo”. Y él: “Pórtate mal que me quedaré con ella. Ella es mi plan de vida”. Hay tíos que son oro molío. Y el Peña lo era.

Eran más pareja que padres.

Absolutamente. Como hijo sabes que estás en otro nivel y como referente de pareja tienes lo inalcanzable. Cuando murió mi padre, descubrí a mi madre. Y… cometí el error de decirle a los 40 cosas que debí haberle dicho con 15.

Por lo menos lo dijo.

Pero lo dije mal. Ahora solo quiero que esté feliz. Y amarla.

“Necesitamos instalarnos en la alegría de vivir”, dice la actriz.
“Necesitamos instalarnos en la alegría de vivir”, dice la actriz. Mirta Rojo

La juez Montes lleva su nombre. ¿Ha pasado de pedir trabajo a que le hagan los papeles a medida?

Es casual. Hubo muchas candidatas a interpretarla. Yo no era la primera opción. No les gusta que lo cuente, pero es así.

En La boda de Rosa interpreta a una mujer abrumada por lo que todos esperan de ella que decide pensar en sí misma.

La veré en Málaga cuando se estrene. No tengo vanidad para verla sola en un ordenador. Disfruto siendo un instrumento para contar la historia de otro. Me dejo el alma, pero de la peli tiene que hablar Iciar Bollain. Ella es muy de tijera. En el montaje corta muchísimo. Ah, y también probaron a muchas actrices para ser Rosa.

¿No la llamó a usted?

Qué va. Quiero contarles a las actrices de 19 años que tengo 46 y sigo haciendo castings. Con Iciar he trabajado y ganado premios y también me hizo pruebas para películas para las que no me cogió. Un actor convive con la incertidumbre.

Incluso con quien la conoce.

Es que no me conoce. Hicimos Hola, ¿estás sola? hace 30 años. Ni ella ni yo somos las mismas. Hasta esta película, tenía la fantasía de que le gusto como actriz. Esta vez no lo he sentido.

¡Pero la eligió!

Soy de trabajar con el otro. Y en esta película están Nathalie Poza, Sergi López, Ramón Barea y Paula Usero, a la que no conocía y ojalá la vida me diera hijas como ella. Es más lista que el hambre: vio lo que yo no veía.

¿Qué?

Cosas íntimas. Tengo el carácter que tengo.

¿Y la ciega a veces?

Bueno, como la canción: no voy a pedir perdón por sentir como siento. Quiero que respeten mi manera de vivir. Yo esto me lo creo.

Su personaje, Rosa, aprieta el botón nuclear: detiene su vida para pensar en ella. ¿Usted lo ha apretado?

Cuando me eligieron no había sido capaz. Pero estaba en un momento en el que necesitaba comprometerme conmigo misma y lo apreté antes de empezar.

¿Qué hizo?

Con Rosa he intentado construir a Sancho Panza, el eterno escudero, una persona que se olvida de sí misma. Engordé y me hubiera gustado hacerlo más, pero no soy Robert De Niro. Donde no llegué con gordura me afeé. Me compré el peor champú para que el pelo se me quebrara. Voy sin maquillar. Le decía a la maquilladora: “No te preocupes que con actuación embelleceré”. A ver, no vais a ver a Amaia Salamanca, pero el espectador tenía que ver que la fuerza de haber tomado esa decisión embellece.

¿Qué botón tuvo que apretar?

Tomar las riendas de mi vida. Me pierdo en lo emocional. Quiero encontrarme a gente que me dé el valor que tengo como ser humano. El confinamiento aquí ha sido duro, pero he escrito una serie que llevaba años dentro de mí: Puerto y Camino.

¿De qué va?

En la ficción cuesta encontrar mujeres interesantes de más de 40. Nos cuentan tristes, aburridas o amargadas. Y somos alegres y follamos mejor porque tenemos más experiencia, y dejamos atrás la bronca de lo que nos gustaría ser para aceptar lo que somos. Veo series de gente joven dirigidas a las treintañeras en las que el problema es que ella no llega al orgasmo. Una mujer tiene que aprender a decir: más arriba, más abajo. A nosotras ellos nos llevan incluso con la cabeza y todas sabemos dónde está el pene. Hay que contar la sexualidad femenina. La serie habla de la mujer que me gustaría ser. La noticia es que la va a producir Isabel Coixet.

¿Por qué Coixet?

Ella y Rosa Maria Sardà me han educado. Rosa decía: “Léete esto”. Isabel te hace volar. Ha confiado en que actuara, escribiera y dirigiera. He perdido mucho tiempo de mi vida enredada en lo emocional. Ahora estoy centrada en el trabajo, en mí y en ser feliz.

Como la protagonista.

Hay veces que uno pelea por instalarse en la infelicidad. La Sardà me ayudó a ver que esa no era mi naturaleza, que soy una persona alegre.

La boda de Rosa habla de poner límites a los demás. ¿La cultura del esfuerzo es autoexplotación?

Soy autoexigente porque mi madre lo era. Lo he mamado. Pero lo he cambiado gracias a ver morir y nacer gente. He aprendido lo contrario: disfrutar, celebrar. Vivimos en la cultura cristiana de la culpa, pero no hay culpa, hay responsabilidad. Me recuerdo diciéndole a mi madre “voy a hacer esto” y ella respondiendo “tú verás”, una frase que detestaba. Nunca te decían: “Pásatelo bomba”. Yo quiero educar desde el disfrute, que luego lo chungo ya viene.

¿Cuántos años tiene su hijo?

Ocho.

¿Su abuela no le dice “tú verás”?

No. Ya estoy yo para frenarla.

¿Por qué se llama Román?

Cuando era pequeña, el señor Román, que dirigía una sucursal del Banco Central delante del bar de mis padres, me ayudaba a hacer los deberes porque ellos no podían. Fumaba en pipa y tomaba cerveza en copa balón.

¿Sabe que su hijo se llama como él?

No. Murió.

Es muy leal.

Me guio por las emociones.

En el discurso del Goya de 2013 pidió trabajo para dar de comer a su hijo. ¿Por qué cree que sorprendió tanto?

Porque resulta más impúdico hablar de dinero que de sexo. En mí es una deformación porque mis padres han manejado muchísimo.

¿Muchísimo?

Mi madre no ha entrado nunca a un Zara. A ella le interesan los carruajes porque ha tenido ese príncipe azul… Solo lee a Barbara Cartland, que creo que le ha hecho mucho daño, pero fue la que me enseñó quién era Valentino.

Es muy privada para algunos asuntos, pero habló de masturbación en el programa La resistencia.

¿Qué tenemos que pensar? ¿Que solo los chicos se masturban para poder dormirse tranquilos? Es importante que las chavalas no se traguen eso. Siempre vi a mis padres en pelotas. Igual no hemos sido muy cultos ni de leer —mi padre leía a Jiménez del Oso, no a Capote—, pero nunca nos hemos escondido.

Que no se note que estamos mal, que no se note que tengo cáncer, que no se note que soy gay… ¿Por qué mostramos lo contrario de lo que nos pasa?

En la película de Coixet Ayer no termina nunca un personaje lo explica: “La gente huye de la mierda ajena”.

¿Las relaciones más estrechas no se establecen desde la vulnerabilidad?

Soy de las que si estoy mal prefiero no dar la brasa. Lo que me acerca a las personas es que me acepten como soy.

¿A su hijo lo mantiene sola?

Sí.

En La resistencia dijo que le debe dinero a su madre. ¿Gana poco incluso ahora que trabaja tanto?

Uno se va creando sus propios lastres. Apuntas a tu hijo a este colegio… Pero ya he pagado a mi madre.

¿A qué colegio va?

Es que no lo quiero decir. Lo único que quiero es ser actriz. Hacerlo muy bien para que me vuelvan a llamar. Aunque no funciona así. Lo puedes hacer bien y que no te llamen más. El sueño de mi vida sería no hacer prensa.

Pero aquí estamos. Ha aceptado que vengamos a El Hierro y, para no gustarle, ha salido en muchos programas.

Era importante decirle a un grupo de mujeres: yo, Candela Peña, estoy con vosotras que tenéis más de 40, que tenéis hijos, que os han dejado tiradas, que no podéis follar si no es por Tinder, que llegan las dos de la madrugada y queréis ver un capítulo de una serie y la vida no os da.

Se ha hecho adicta a La resistencia.

Me dijeron: “No te hagas la graciosa”. Pero conocí a David Broncano y conecté. Me pilla grande, pero me chifla. El público del programa es joven. Empezaron a enviarme mensajes privados. Incluso con penes. David me lo explicó: “No están acostumbrados a que en televisión se diga la verdad. Como tú la dices, conectas”. No tengo ningún síndrome de bienquedismo ni con mi jefe, ni con el zapatero ni con Letizia, esposa de Felipe.

En su novela Pérez Príncipe, María Dolores, cuenta que escribió a la reina Sofía para ofrecerse como esposa de su hijo. ¿Le gustaba de verdad?

Tenía 12 años, pero ya ves qué ínfulas. Había visto mucho cine. La comedia romántica nos ha hecho daño a todas. Lo que pides de alguien no es que sea un príncipe azul, sino que te ayude a gestionar tus tonterías. ¿No?

Candela Peña: “Me pierdo en lo emocional
Candela Peña: “Me pierdo en lo emocional

¿Alguien la llama Pilar?

Bueno, en Gavà soy la Pili del Frankfurt. Para el resto soy Candela desde que fui a la escuela de Nancy Tuñón con 16 años. Mentí para poder entrar.

Ha trabajado con Imanol Uribe, Pedro Almodóvar, Cesc Gay… ¿Qué ha aprendido de ellos?

De algunos, cosas que no me gustaría hacer, y de otros, cosas que querría llegar a ser.

¿Concretamos?

No quiero ser una persona que no se alegre de lo bueno que les pasa a otros. Ni alguien incapaz de enfrentarse a un conflicto, que escurre el bulto. A muchos, como Almodóvar, los admiro. Pero profundamente, solo a Coixet. Si su carrera fuera la de un hombre… Es la única que ha hecho indistintamente películas en Estados Unidos, Japón, Inglaterra… Se busca la vida. Escribe espectacularmente, tiene un enorme sentido de la estética. La ves con la cámara y te caes. No puede tener más gusto para comprarse gafas o bolsos. Es exquisita en todo. No puede tener mejor madre, hija más estupenda, o novio más brillante… Todo en ella es fuera de serie. Es el camino a seguir.

También adora a Jordi Mollà.

La ilusión de su vida es vivir en una casa grande, cada uno en su lado, con una cocina común y que yo lo llame: “¡Bájate, he hecho guacamole!”. Nos contamos nuestras mierdacas y volvemos a nuestras cosas. Jordi tiene mala fama porque muy poca gente le parece interesante. Y tiene razón, gente fascinante hay poca, pero otros disimulamos. La gente no es ni brillante ni buena, ahora: nos damos todos unas ínfulas…

¿A los actores se les prejuzga por el físico?

No sé. A Penélope le dije que me encantaría tener su físico tres meses. A ver qué pasaba. Cambiaría tener el rostro más bonito del cine español por mis tres Goya, pero no por mi cerebro.

¿Ha sabido domar más su físico que su psique?

El cuerpo lo adapto a las historias que tengo que contar. Domar la cabeza es más difícil, pero no quiero que me domes tú. Soy un potro desbocado, pero me quiero desbocar sola.

Se declara más igualista que feminista.

¿Por qué tengo que asumir un conjunto de ideas en bloque? Lo único que pido es ser libre. Y dejar respirar. Tengo amigos de todo tipo. Solo con respeto vamos a todos lados.

Para su hijo quiere colegio privado y vida de barrio.

No quería colegio privado. Pero me pilló la ley Wert y no quería una escuela masificada. Hace oratoria de Shakespeare mejor que yo. Para eso pedí el dinero a mi madre. Pero claro, te quedas sin currar y cómo lo pagas. Ahora es feliz en ese colegio. Y lo amenazo con que lo sacaré si se porta mal. O sea que es probable que sea mala madre.

¿Tiene hipoteca?

Fernando Fernán Gómez quería una casa con columnas. Y yo siempre quise tener una piscina. Donde más barato sea el terreno, allí la haré. Soy ambiciosa del tener por dentro. Ahora quiero seguir escribiendo historias.

¿Qué queda por hacer en el cine?

Mostrar cómo las mujeres y los hombres vamos creciendo. Pieles, de Eduardo Casanova, empieza con una mujer de 70 años desnuda. Cuando la vi con el chochete rosa, pensé: qué hermoso cuerpo. Los chavales no han visto eso en su vida. Necesitamos instalarnos en la alegría de vivir. —eps

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