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VIAJES POLARES

La amenaza de los turistas en la Antártida, en el punto de mira

Investigadores españoles revelan los problemas de gestionar el aumento del turismo en el continente del sur

Un crucero turístico en Isla Decepción, en febrero de este año.
Un crucero turístico en Isla Decepción, en febrero de este año.ROSA M. TRISTÁN

La Península Antártica y las islas a su alrededor son, en los últimos años, un imán para aquellos turistas en busca de emociones, y con dinero para pagarlas. Cruceros que van y vienen por el paso del Drake y cada vez más vuelos desde Punta Arenas (Chile) hasta el aeródromo en la isla Rey Jorge son las dos vías principales de llegada a un continente que hasta hace nada era el único rincón ignoto del planeta. En la temporada veraniega de 2018-2019 se recontaron unos 55.500 visitantes, además de unos 10.000 científicos. Solo el coronavirus evitó que este 2020 se superara con creces esa cifra. Se esperaban unos 70.000. En todo caso, el año anterior ya eran un 70% más que hace 30 años.

El trasiego de cruceros, algunos con 500 o más viajeros, es una de las imágenes que se aprecian incluso antes de poner un pie en la Antártida. Basta acercarse al puerto de la isla Rey Jorge para observar que en esta gélida tierra del sur hay un negocio en auge, pero también un paraíso que proteger. Y aunque existen controles en el Sistema del Tratado Antártico, hoy por hoy los potenciales daños son analizados exclusivamente por grupos de científicos polares de diferentes países, sin una estrategia ni planificación conjunta, dado que lo suyo es la ciencia y no la gestión planificada. 

Uno de los que más tiempo llevan trabajando sobre turismo antártico es el del biólogo español Javier Benayas, catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid. Su equipo, que viaja a la Antártida desde 2009, acaba de publicar en la revista Journal Environment Management un artículo que hace hincapié en cómo debe gestionarse una actividad económica, la única permitida en el continente, que podría desbordarse y de cuyos impactos no se sabe lo suficiente. “Con la covid-19, el turismo seguramente bajará el próximo año, pero volverá y en todo caso no se trata de prohibirlo, sino de estudiar sus impactos reales, pero desde el Tratado Antártico, no desde proyectos científicos, como ocurre ahora. Solo en función de los resultados de este monitoreo continuo, habría que tomar las decisiones adecuadas sobre el turismo”, argumenta Benayas.

Turistas antárticos haciendo kayak en Isla Decepción.
Turistas antárticos haciendo kayak en Isla Decepción.ROSA M. TRISTÁN

Para buscar el origen de los pioneros en el negocio, hay que remontarse a 1966, cuando el explorador sueco Lars-Erik Lindblad ofreció los primeros viajes regulares. Enseguida se comprobó que los cruceros eran una excelente opción en un lugar donde las condiciones meteorológicas complican los aterrizajes. Y se concentraron en torno a la Península Antártica, donde hay una espectacular riqueza biológica y fácil de visitar. La presión aumentó sobre todo en los últimos años, desde que se popularizaron los tours en los que los viajeros llegan y salen en avión desde Rey Jorge, donde son recogidos por buques que les llevan de recorrido por varias islas. Todo ello hace que decenas de miles de turistas se concentren en muy pocos sitios y en apenas tres meses. De hecho, ocho de cada 10 desembarques ocurren en unas 200 hectáreas de tierra, según afirman los científicos.

Para limitar los daños, el Tratado Antártico puso en marcha hace años unas medidas de control ambiental en zonas especialmente protegidas y se han establecido directrices de obligado cumplimiento con la Asociación Internacional de Operadores Turísticos en la Antártida (IAATO). Según estas normas, no pueden bajar a tierra más de 100 pasajeros a la vez, en un horario concreto, no pueden acercarse a la fauna salvaje y deben estar siempre acompañados por un guía naturalista. Otra cosa son los veleros independientes, que también proliferan y son más incontrolables. Van a su aire.

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Salón de actos de un crucero, durante una visita a Isla Decepción.
Salón de actos de un crucero, durante una visita a Isla Decepción.

A IAATO, asegura Benayas, le interesa que sus cruceros cumplan todas estas directrices para no tener problemas, pero su función no es comprobar si son suficientes o deben ser otras. Además, están los riesgos de accidentes: este mismo año, un crucero de grandes dimensiones sufrió un siniestro por navegar por un área cuyos fondos marinos no se conocen bien. Y expertos británicos del Antarctic Heritage Trust (UKAHT) ya han alertado de que con el calentamiento global también crecerá el riesgo de toparse con más icebergs, y por tanto de tener un siniestro. Qué impacto tendría ahora no se sabe, pero lo que si se puede probar científicamente es si ya hay o no daños biológicos.

Eso es lo que ha hecho el grupo de Benayas, que tomó como referencia la isla Barrientos, una de las más visitadas en la Antártida, si bien sus conclusiones generales sirven para cualquier otro lugar. Barrientos es un paraíso que en 1990 tenía 271 visitas al año y ahora tiene 7.000, un 2.300% más. Todos concentrados entre diciembre y marzo. Para saber si causan daños, los investigadores hicieron un inventario de todas las especies de aves, mamíferos y vegetación que existen y comprobaron qué zonas eran las más recorridas: unas playas donde se reproducen los pingüinos barbijo y papúa, y otras áreas con los delicados musgos antárticos, muy sensibles al pisoteo humano. Otro lugar favorito para hacer fotos estaba cerca de una laguna glaciar.

En el caso de Barrientos, constatan que se han tomado decisiones sin mucho sentido. En el pasado los paseantes usaban un camino que cruzaba la isla por su parte superior. Al ver que se dañaba el suelo, en 2012 se prohibió el paso por allí y se delimitó otra senda, pero así se dañó un área con musgos. Total, al final, se cerraron los dos caminos. Ahora, revelan que el camino superior podría haber seguido abierto. “La realidad es que se toman decisiones sin un plan de gestión, sin que haya un seguimiento continuo. Debería haber una tasa turística, como hay en otros parques nacionales,  que sirviera para para financiar grupos que hicieran esa gestión, en la que debe primar que sea adaptativa, es decir, cambiante según se modifiquen las condiciones. Eso no es trabajo de la ciencia, sino de gestión”, argumenta Benayas.

Entre los impactos ambientales registrados en isla Barrientos, enumeran la existencia de dos especies invasoras de unos diminutos artrópodos, los colémbolos, que podrían viajar en ropas y botas de turistas o científicos, aunque también por otras vías; también han detectado metales pesados e hidrocarburos, si bien no más que en otras zonas no turísticas. Lo peor, aseguran, es el pisoteo de la vegetación antártica. "Si los guías que acompañan a los turistas señalizaran zonas de paso, se evitarían muchos problemas", asegura el biólogo.

Lo que si tienen claro es que de seguir aumentando el turismo y, además, si se diversifican las actividades (kayak o buceo), podría resultar problemático porque a más gente, más residuos que acaban en las costas, arrastrados por las corrientes. Además, más riesgo de llegada de especies invasoras, lo que podría evitarse reforzando la bioseguridad para los pasajeros y miembros de la tripulación: descontaminarse bien antes de los desembarcos.

Convencidos de que el turismo volverá  a la Antártida, el Comité Científico para la Investigación en la Antártida (SCAR, por sus siglas en inglés) ya está evaluando la posibilidad de hacer un plan que incorpore todos los sitios visitables por los turistas de cara al futuro, incorporando lugares nuevos sobre todo en el Península Antártida. Pero ¿y si falta información de esos lugares?

En su artículo, los investigadores españoles también animan al Tratado Antártico a que tome resoluciones de emergencia y proponen crear grupos de trabajo que cada cuatro años elaboren un informe en el que se recoja el estado de los valores naturales y el patrimonio histórico de cada sitio turístico antártico, así como un análisis de las tendencia del turismo, los resultados científicos en esos lugares y los del propio monitoreo, junto con propuestas de solución. “La experiencia adquirida a través del estudio en la isla Barrientos nos hace ser muy positivos sobre los beneficios potenciales de un modelo como el que proponemos, que es consistente con los esfuerzos que el SCAR y la IAATO tienen para desarrollar un Plan de Conservación Sistemática en la Península Antártica. Se trata de que haya una gestión óptima de la biodiversidad, la ciencia y el turismo en la región sin llegar a prohibirlo”, concluyen.

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