‘La cosa’ | Bienvenidos a la nueva y agobiante normalidad paternal
Tenemos por delante el mismo tiempo que hemos estado confinados, pero ahora con el plus de más calor, más agobio con las mascarillas y menos respeto hacia las normas
Con el adiós al cole y al estado de alarma, volvemos a jugar el partido de la vida después de la media parte confinada. Quien haya sido cauto habrá comprado ya el típico bocata y refresco y a otros la segunda parte les pillará en la cola del wáter.
Sin la semirutina virtual de algunos colegios en algunos cursos, los niños tendrán que encontrar su lugar en el mundo en estos casi tres meses hasta que vuelvan las clases. Tenemos por delante el mismo tiempo que hemos estado confinados, pero ahora con el plus de más calor, más agobio con las mascarillas, menos respeto hacia las normas y más confirmación de que muchas cosas se han hecho mal.
¿Cómo lo gestionaremos los padres? Yo vivo una combinación atormentadora y constante de prudencia, desconfianza, indignación y asco. Y no creo ser el único.
Ahora nos volvemos a juntar con niños amigos, volvemos a llevar a la niña a alguna actividad, volvemos a encontrarnos con gente… y ahí está la gran pregunta: ¿te fías de ellos?
¿Todos habrán mantenido las precauciones?
¿Y si se han despistado en un momento fatal?
(Y los de “le damos un Dalsy y para clase, a ver si cuela” ¿ahora se lo tomarán en serio?)
Pienso mucho en el clásico de Carpenter, La cosa. Cualquiera puede ser el monstruo que te infecta.
El recelo te puede destruir la vida social, incluso puedes enfadarte con amigos y familiares que tengan una visión de la seguridad muy distinta de la tuya, ya sea por arriesgados o niños burbuja, pero el optimismo arcoíris no detiene el virus.
El temor a infectar o a enfermar son tan respetables como las ansias de libertad. ¿Cómo se lo comunicamos a nuestros hijos de manera equilibrada? ¿Podemos protegerlos sin meterles el miedo en el cuerpo? ¿Y seguirán siendo prudentes si les dejamos relajarse?
Quedarse aislados en el búnker no parece muy sano para la cabeza pero fiarse de todo el mundo ciegamente lo encuentro muy naif. Aunque muchísimos nos lo tomemos en serio, seguimos rodeados de gente guarra, incívica y despreocupada. Hemos salido dos días fuera y solo en 3 lugares donde hemos comido hemos visto a una cocinera con la mascarilla en la frente, a una camarera que no se lavaba las manos al salir del wáter, a camareros que se recolocaban la mascarilla constantemente o se la sacaban para hablar… Si esto es así en plena pandemia y en la restauración, veo muchas más clases virtuales por delante.
En una época donde la nostalgia vende, en vez de echar de menos los Masters del universo y los videoclubs, durante el confinamiento me entró nostalgia de este febrero, donde todo se veía fácil y lejano.
Pero es que ahora tengo nostalgia de abril, donde las normas estaban claras y las ciudades silenciosas.
En fin, bienvenidos a la nueva normalidad. Y pasadle una toallita al columpio, que desinfectar los parques no es una prioridad.
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