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harry pater
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Descubriendo nunca jamás’ | Paso de los toros y las discotecas, yo me voy con la niña de turista a Las Ramblas

Trece semanas de confinamiento infantil y, pese a toda la desgracia mundial, emociona que nuestros hijos puedan redescubrir la magia de nuestras ciudades

Tranquilo, pequeño, no puedes jugar en el parque pero podemos hacer turismo en nuestra propia ciudad.
Tranquilo, pequeño, no puedes jugar en el parque pero podemos hacer turismo en nuestra propia ciudad.

A los padres el buenismo del confinamiento se nos pasará a final de mes, cuando se haya reactivado todo el país y el tema infantil siga en la lista de pendientes. Pero de momento la desescalada nos ha devuelto pequeños placeres, como redescubrir nuestra ciudad más allá de un kilómetro y más allá del toque de queda. Y, sobre todo, sin turistas.

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Me sabe mal por todos los esfuerzos del Gobierno, pero a la niña no la llevaré ni a las discotecas ni a los toros. Preferimos volver a lugares emblemáticos, como Las Ramblas, ese territorio que nos robaron todas las franquicias. (Y donde digo Ramblas cámbialo por tu zona querida que hace tiempo que no visitas porque era insoportable).

Pasear sin aglomeraciones, sin tantos vendedores ambulantes, pudiendo parar un minuto para enseñarle edificios o detalles curiosos del paisaje, como hacían nuestros padres cuando éramos pequeños. Y, ya puestos, incluso sentarnos en una terraza. Sí, en esas terrazas de cocina precocinada y precios infladísimos ahora podemos disfrutar de algo que hacía décadas que nos estaba privado.

Si el hambre agudiza el ingenio, la falta de turistas agudiza la profesionalidad o el respeto de esos camareros que miraban mal a los niños y hasta el verano pasado no te dejaban sentar si no era para comer o cenar. Y los de tatuajes y barba hipster que te hacían esperar mucho rato para traerte frías raciones pequeñas ya han aprendido a sonreír a las criaturas mientras apuntan su pedido.

Pese a toda la desgracia mundial, emociona que nuestros hijos puedan redescubrir la magia de nuestras ciudades y apreciarlas sin estrés ni pisotones, que para algo vivimos y pagamos los impuestos aquí.

Estos días también hemos vuelto al transporte público. Concretamente, el autobús, porque yo no me vuelvo a meter en un metro en meses y menos con la niña. De momento, los buses en horas tranquilas no van llenos y pese al calor y el agobio de la mascarilla nos podremos ir adaptando. (Porque ir en taxi a todas partes solo lo hacen los tertulianos profesionales). Veremos si pasa lo mismo cuando todos volvamos a trabajar.

Y la tercera recuperación de la desescalada ha sido el regreso de restaurantes y heladerías de confianza. Ahora las ganas de comprar comida ya pueden concretarse en el plato, en la cartera… y en la barriga. Hemos visto esas persianas bajadas tantas semanas que necesitamos contribuir con los vecinos. Y hemos cocinado tantísimos días seguidos que ahora un menú que no tengamos que pensar ni preparar y una cocina que no se tenga que limpiar suena fascinante. Si un helado le alegra la mañana a la niña, bienvenido sea, que bastante tendrá con medio año sin colegio.

Si algo han aprendido también nuestros críos con la pandemia es que está muy bien planificar y prepararse, pero como en cualquier momento te puede venir un virus y destruirte los planes, mejor disfrutar mientras se pueda. Buen provecho.

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