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Columna
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172: el número mágico de Bolsonaro

No hay que olvidarlo: Bolsonaro es un producto de la crisis política brasileña

Carlos Pagni
Jair Bolsonaro, en el Palacio de Planalto
Jair Bolsonaro, en el Palacio de Planalto UESLEI MARCELINO (REUTERS)

El ascenso de Jair Bolsonaro ha sido tan misterioso, que también su deterioro presenta una dinámica enigmática. Las incógnitas no se deben a que su liderazgo sea excepcional. La que resulta atípica es la escena política brasileña.

Bolsonaro sufrió una crisis estratégica el viernes pasado. Sergio Moro renunció al Ministerio de Justicia y Seguridad. Explicó que se alejaba en disconformidad con las presiones del presidente para manipular a la Policía Federal como un instrumento de facción. No es un cuestionamiento más. Afecta a una de las principales promesas presidenciales: la seguridad. La identidad del nuevo ministro, Jorge Oliveira, asistente jurídico de Bolsonaro durante los últimos 15 años, vuelve más verosímil la denuncia de Moro.

Con esa salida, Bolsonaro pierde un símbolo. Moro fue el juez que mandó a la cárcel a buena parte de la dirigencia empresarial de su país. Más que eso: fue quien puso tras las rejas al ex presidente Lula da Silva, el líder del PT. Esas decisiones le convirtieron en un héroe de la regeneración institucional para una parte muy extendida de la sociedad brasileña. El resto vio en él la encarnación de la arbitrariedad.

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Con su alejamiento, Moro puso en tela de juicio otra bandera principal de Bolsonaro en su marcha hacia el poder. La lucha contra la corrupción. La alianza con el ex juez de Curitiba fue esencial para que el presidente pueda construir su imagen de cruzado anti-político. También le permitió llegar a un público que le resultaba esquivo. Moro siempre fue visto como una figura republicana. Ahora ese aspecto se exagera por las descalificaciones de los seguidores de Bolsonaro, que recuerdan la disidencia del entonces ministro con algunas decisiones del gobierno. Por ejemplo, la eliminación de restricciones para el uso de armas por parte de civiles. En las últimas horas, desde las cuentas de Twitter más fanatizadas con el presidente, se pretende insultar a Moro como “globalista”.

En las primeras encuestas de opinión posteriores a la crisis, Bolsonaro registra una caída. Un estudio sobre 2000 casos de la consultora Atlas Político, que publicó Beatriz Jucá en El País, consigna que 64% de los interrogados desaprueba su gestión. La aprueba sólo el 30%. En ese mismo sondeo, Moro presenta una adhesión del 57%. Siempre se especuló con que el acercamiento entre estas dos figuras disimulaba un duelo que, tarde o temprano, se desataría. Llegó el momento. El conflicto pone en aprietos a la oposición. La consigna dentro del PT es no aplaudir a Bolsonaro. Pero tampoco a Moro, el verdugo de Lula.

La pérdida del ex juez acaso no sea una herida irreparable para el presidente. Hay una figura indispensable de su entorno que también está en apuros. Paulo Guedes, el súper ministro de Hacienda. El gran interrogante que abre la pandemia para Brasil se refiere a cómo continuará la política económica. En el impulso que llevó a Bolsonaro hacia el poder había un mandato de reactivación económica equivalente al de la seguridad. La satisfacción de esa expectativa electoral ya era problemática antes de que se declare la pandemia. Ahora es de casi imposible cumplimiento. La economía brasileña sufrirá un derrumbe de, por lo menos, 5 puntos del PBI. Se prevé que el desempleo rondará el 11%.

Brasil está en la situación de todo el mundo. Sin embargo, la escena presenta para Guedes un desafío específico. Su plan se ha basado, como el de todo ultraliberal, en una reducción considerable del gasto público. Pero la parálisis productiva a la que obliga el Covid 19 le coloca frente a una novedad incompatible con la esencia del programa. El fisco brasileño lanzó un paquete de ayuda equivalente a 8 puntos del PBI, lo que desbarata toda la estrategia de Guedes. Los militares que integran el gabinete presentaron la semana pasada una propuesta de reanimación llamada Pro-Brasil. Pero Bolsonaro debió salir este lunes a respaldar a Guedes, quien insistió en ordenar las cuentas públicas. También en abrir la economía. Un objetivo que ahora, en un contexto global proteccionista, queda también bajo un signo de pregunta. Guedes deberá demostrar que el coronavirus no mató su programa. Es obvio que el Presidente debía respaldarle.

Estos inconvenientes se recortan sobre un paisaje inquietante. Atormentado por el enfriamiento económico, Bolsonaro polemiza con los gobernadores sobre las restricciones a las que obliga la epidemia. La negación del problema lo llevó a reemplazar a Luiz Henrique Mandetta por Nelson Teich como ministro de Salud. Mandetta se transformó, desde entonces, en la figura más prestigiosa del país.

Mientras el planeta entero demanda distanciamiento social, el presidente brasileño convoca a manifestaciones en su apoyo. Como sucede con los liderazgos que se alimentan de polarizaciones radicales, la base de Bolsonaro se vuelve cada día más fanática. Pero pierde amplitud. El mismo estudio de Atlas Político señala que la opinión favorable a un impeachment alcanzó ya el 54%, contra un 37% que se opone.

Bolsonaro está enfrentado al Poder Legislativo. Pero algunos factores le apuntalan. Uno de ellos es que pasó muy poco tiempo desde que el parlamento brasileño se tragó una presidencia, la de Dilma Rousseff. Además, el vicepresidente Hamilton Mourao es un general retirado que carece, por ahora, de un entramado propio en la dirigencia. Hay una razón más que ayuda al presidente y es la dispersión opositora. No hay que olvidarlo: Bolsonaro es un producto de la crisis política brasileña. En medio de estas coordenadas, le alcanza con sumar 172 legisladores, de los 513 que integran el Congreso, para no caer.

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