Dos espadas de Damocles sobre Europa
La Unión esta amenazada por la frágil existencia del euro sin el aumento significativo del presupuesto europeo y por el auge del nacional populismo como reacción rabiosa de defensa
Del Consejo Europeo del pasado 23 de abril se esperaban decisiones importantes después de las últimas y amargas sesiones sobre la activación del fondo de rescate europeo. Sin embargo, no es sino un acuerdo más a medias tintas, que camufla mal profundos enfrentamientos: la línea de fracturas abiertas entre los países del frente norte (Austria, Dinamarca, Países Bajos, Finlandia, Alemania y ahora Suecia) y los del frente sur (Francia, España, Italia, Portugal, Grecia) sigue siendo el principal vector de desencuentros.
La reunión ha sido decepcionante y misteriosa. Nada se sabe ciertamente sobre el contenido del acuerdo, la cantidad en juego y su condicionalidad. Se ratificaron las decisiones del Eurogrupo del día 9 —mecanismo de solidaridad, préstamos para empleo, avales gestionados por el BCE—. Pero el fondo prometido y otros detalles significativos quedan pendientes de discusión, previa propuesta de la Comisión Europea antes del 6 de mayo.
En realidad, el problema no es solo de cantidad, sino político. No se ha tenido en cuenta que los países del Sur, ya tremendamente endeudados, deberán ahora endeudarse más y hacer frente a un sistema de “mercados” emboscados para atacar su deuda soberana. Mientras tanto, el ala norte, que se autocalifica “frugal”, atribuye el aumento de esta deuda a las políticas de “prodigalidad” del Sur. Se olvida que el endeudamiento se originó principalmente, desde la crisis económica de 2008, por la implantación desigual de la moneda única, el euro sobre el patrón del marco alemán rebajado, que castigó severamente a los países menos desarrollados. Es decir, nunca se optó por la idea de una moneda común como precaución del conjunto de las monedas de los Estados miembros, bajo la previsión inicial de mecanismos de creación de una “zona monetaria óptima” para ayudar a la convergencia. Alcanzar este objetivo requería un presupuesto europeo elevado, fondos de cohesión, y una gran solidaridad entre los socios frente al mercado mundial. Sin embargo, el irrisorio presupuesto adoptado para asumir el reto de la moneda única (1% del PIB europeo) no permitió a ninguno de los países vulnerables recuperar su retraso.
Sin aquellas premisas apuntadas, el matrimonio entre los socios ha venido a menos. Si la moneda única permite un buen funcionamiento del mercado (el objetivo real), también profundiza las divergencias entre las economías europeas. Enriquece a los más ricos, endeuda a los demás. Aquí estriba la inauguración viciada de fondo de la cadena de conflictos entre norte y sur de Europa. Se refleja en todos los aspectos del conjunto. El frente norte, buscando evitar legítimamente la crisis del euro, aboga por políticas de recortes permanentes para sortear los gastos y la deuda; mientras que el Sur no puede asumir restricciones tan drásticas sin peligrar su propia estabilidad política. Sobre Europa penden ahora dos espadas de Damocles: la frágil existencia del euro sin el aumento significativo del presupuesto europeo y el auge del nacional populismo como reacción rabiosa de defensa.
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