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Columna
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Colesterol

No descubro nada nuevo si digo que la salud moral de una sociedad está en relación directa con su educación

Julio Llamazares
Una persona conversa por videollamada durante su trabajo mientras consulta las noticias online.
Una persona conversa por videollamada durante su trabajo mientras consulta las noticias online.Miguel Angel Molina (EFE)

Después de cinco semanas de cuarentena y sedentarismo obligado por más que muchos paseen por el pasillo de casa durante horas o hagan gimnasia en el dormitorio, el colesterol ha debido de aumentar bastante en la población española, con lo que ello supone para su salud. Pero hay otro colesterol que también ha ido en aumento en este mes de confinamiento y que debería preocuparnos más. Me refiero al colesterol moral que circula por las redes y por ciertas plataformas digitales —algunas, autodenominadas periódicos— y que ha aumentado en estas semanas amenazando con infartar un sistema, el de la democracia, que no está ya para muchos trotes. El odio y la frustración son materiales que unidos taponan nuestras arterias y las de la sociedad entera.

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No descubro nada nuevo si digo que la salud moral de una sociedad está en relación directa con su educación, como la individual de cada persona con su estilo de vida. En ambos casos, su nivel de colesterol está sujeto a condiciones endógenas, esto es, al metabolismo propio, pero sobre todo a factores exógenos. En el caso de las personas, la alimentación sobre todo, y en el de las sociedades, la información. Una buena información disuelve las grasas, o sea, los apriorismos, mientras que una mala las aumenta ¿Y que es una información mala? Pues la que se sustenta en bulos, acusaciones sin contrastar y mentiras, prejuicios ideológicos y opiniones tendenciosas. O sea, todo lo que alegremente circula sin control alguno por las redes sociales y telefónicas desde que se inventó Internet.

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En épocas como la presente, con la población confinada en sus casas y la angustia ante la situación de emergencia instalada en ella, ese torrente grasiento se ha acrecentado todavía más hasta el punto de que la información de verdad apenas puede circular por las arterias de una sociedad estresada y convulsa, ávida de noticias y bombardeada continuamente por bulos y falsas informaciones, la mayoría de ellos malintencionados. Combatir ese colesterol es difícil, pues su capacidad de propagación es mayor que el de la sangre limpia y sin contaminar. Si a ello le añadimos la propensión de muchas personas a consumir opiniones hipercalóricas porque su metabolismo ideológico se lo requiere, como a otras el digestivo les reclama la bollería industrial y las hamburguesas, tendremos un cuadro clínico tan preocupante como el del coronavirus, pues el colesterol social aumenta la agresividad de la población.

Cómo saldremos de esta es una pregunta que todo el mundo se hace a medida que van pasando los días tratando de imaginar las dificultades que a nivel económico principalmente se nos presentan. Pocos son los que se preguntan, además, por las consecuencias del confinamiento en la salud moral de una sociedad como la española cuyas arterias, que ya estaban sometidas antes de él a un nivel de colesterol mayor de lo razonable, han recibido en todo este tiempo una sobredosis de grasa que difícilmente van a poder soportar. Como todo sistema circulatorio, el de cada país de tiene un límite, y el de España hace tiempo que ya lo ha superado, lo que hace temer que acabe por colapsar. Por ello, tan importante como que las autoridades combatan los efectos del coronavirus en la economía del país es que hagan lo mismo con los de todo ese material tóxico que circula libremente por las redes, convertidas últimamente en cloacas llenas de odio.

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