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Columna
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Familismo latino

Nuestros jóvenes precarizados, como no pueden emancipase, se ven forzados a contagiar sus virus tanto a sus familias como a los abuelos que cuidan de los nietos

Enrique Gil Calvo
Un hombre usa una mascarilla en las calles de Sevilla.
Un hombre usa una mascarilla en las calles de Sevilla.CRISTINA QUICLER (AFP)

Contra todo pronóstico, dada la fama de nuestra sanidad, somos los campeones mundiales de fallecidos por Covid-19 junto con Italia. Las principales explicaciones avanzadas son estadísticas: uno, la ingenuidad al realizar el cómputo de decesos atribuidos, pues las metodologías foráneas son más hábiles al camuflar las causas de muerte; y dos, la insuficiencia por escasez de test en la detección del número de contagiados, que en realidad sería muy superior a la detectada, por lo que si se contase a todos los contagiados con síntomas débiles o asintomáticos obtendríamos una tasa de mortalidad inferior. Pero de ser esto así, sigue sin explicarse por qué hay aquí muchos más infectados que en el norte de Europa. Y aquí es donde aparece el familismo latino, que suele atribuirse a la cultura, los bares, el callejeo, etc.

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Vale, pero eso no es todo. El problema no es la cultura sino nuestro régimen de bienestar de tipo latino-mediterráneo. Los expertos distinguen en Europa la existencia de cuatro tipos de Estado del bienestar según a qué institución se confía la protección social: al mercado (modelo anglosajón), al Estado (modelo nórdico), a la familia con alta protección pública (modelo continental) y a la familia sin protección estatal. Este es el modelo de Italia y España, que delega en las mujeres toda la responsabilidad del cuidado sin política familiar, política juvenil ni red de servicios sociales, con tres consecuencias dramáticas: la nula conciliación del empleo con la maternidad, el bloqueo de la emancipación juvenil y el abandono de los mayores.

En mi anterior columna (Marea blanca, 17 de marzo) ya señalé que el problema de nuestra sanidad no se debe solo a los recortes del austericidio sino a su diseño de escaparate político, que le hace dedicar sus escasos recursos a la medicina de vanguardia mientras mantiene en la indigencia la red de atención primaria, y lo mismo ocurre con la atención a los mayores, infradotada y casi toda privatizada, factores que explican buena parte de nuestra alta mortalidad por Covid concentrada en los mayores. Pero aún hay más, pues nuestro familismo latino también multiplica el contagio de la Covid, ya que al tener la emancipación bloqueada, el 90% de nuestros jóvenes de 20 a 24 años, y el 40% de los de 25 a 29, permanecen conviviendo con sus familias frente a unas cifras suecas del 33% y el 5% respectivamente.

La tragedia es que los jóvenes son quienes más se contagian del virus y quienes más lo contagian aunque no sufran —prácticamente— sus síntomas. Si Suecia ha evitado confinar a la población por sus bajas tasas de contagio y letalidad, eso es debido no solo a la potencia de su red de atención primaria y de servicios a los mayores, sino también a que sus jóvenes se distancian de sus familias a temprana edad. Mientras que los jóvenes españoles precarizados, como no pueden emancipase, se ven forzados a contagiar sus virus tanto a sus familias como a los abuelos que cuidan de los nietos. Familismo latino, familismo letal.

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