Política
Donde no existe, hay cosas mucho peores. La crisis pasará, pero no deberíamos olvidar sus lecciones
Escuchamos a diario que ahora no es el momento de hacer política. Hay que contener el virus, salvar vidas, impedir que el sistema sanitario colapse. Eso es indiscutible, pero la política no tendría por qué pagar los platos rotos de la pandemia. El partidismo sí, pero partidismo no es sinónimo de política. La iniciativa de recortar los servicios públicos, el frenesí por adelgazar el Estado hasta dejarlo en los huesos, las medidas de privatización del patrimonio nacional, fueron decisiones políticas. Ahora, quienes las tomaron reclaman un Estado fuerte. Piden al Gobierno ayudas para los autónomos, suspensiones del IRPF, toda clase de auxilios proteccionistas que se sitúan en las antípodas no solo de su propia ideología, sino también de las actuaciones que marcaron su paso por la Moncloa. No queremos hacer política, dicen, y en efecto no la hacen, porque la política es otra cosa. La semana pasada nos dejó un pequeño ejemplo. En la marea de cifras que nos destroza cada mañana, ciento cincuenta respiradores no parecen una gran pérdida. Sin embargo, cuando Turquía retuvo un cargamento comprado y pagado por los Gobiernos de Navarra y Castilla-La Mancha, la oposición habló de vergüenza, de ineptitud, de la catástrofe de un Gobierno que arrastra el prestigio de España por los suelos. Vox llegó a pedir que se expulsara al embajador de Turquía sin contemplaciones. Pero la ministra de Exteriores optó por hacer política. Habló, negoció, acordó, y el conflicto se superó sin rupturas, sin expulsiones, sin lodo y sin fango. La política, con todas sus imperfecciones, siempre es preferible a su ausencia. Donde no existe la política, hay cosas mucho peores. La crisis pasará, pero no deberíamos olvidar sus lecciones.
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