Ibrahima, el hombre que cruzó el desierto y el mar
Ibrahima Balde atravesó el Sáhara y el Estrecho en busca de su hermano. Pasó a España y acabó en Irún. Ahora ha coescrito un libro en euskera

“Yo no quería venir a Europa”, explicó Ibrahima Balde nada más llegar a Irún (Gipuzkoa) en octubre de 2018. Era un chico de Guinea Conakry, de 24 años, que había cruzado el Sáhara y el Mediterráneo en un atroz juego de la oca, avanzando y retrocediendo de casilla en casilla durante más de tres años, pasando por las manos del chófer de autobús, del soldado fronterizo, del amigo en el camino, del mercader de esclavos, del niño guerrillero, del fantasma de la culpa, del capitán de la patera. En Irún se encontró con el bertsolari Amets Arzallus. Este poeta vasco atendía a los inmigrantes que querían cruzar la frontera francesa con atención. Cuando Ibrahima le contó que él no había querido venir a Europa, Arzallus se dio cuenta de que estaba ante una historia especial. “Sentí que Ibrahima llevaba dentro un nudo muy grande. Y que su manera de soltar ese nudo era muy peculiar”.
Ibrahima, huérfano, aprendiz de mecánico y conductor de camiones en Guinea, aspiraba a sostener a su madre y sus hermanos por encima de la pobreza que los asfixiaba. Hasta que desapareció su miñán, su hermano pequeño Alhassane, un chico de 14 años y silencios desesperados. Cuando Alhassane llamó desde Libia, Ibrahima salió a buscarlo. Allí supo que el pequeño había desaparecido en el naufragio de una patera.
Su relato es el de un chaval desnudo que atraviesa océanos de arena y desiertos de agua, expuesto a los abusos, las estafas y la esclavitud. En Irún intentaba hablar con Ousmane, un joven que pasaba las horas sentado en una silla, mirando a la nada: “Cuando el espíritu se te va, no es fácil traerlo de vuelta”, decía Ibrahima. “Hay mucha gente así, yo lo he visto. Gente perdida, gente que prefiere morir pero vive. Una persona no puede soportar tanto sufrimiento. Si sufres de esa manera, tú también enfermarás. Tu cabeza te dejará en una silla y se irá. La gente pasará a tu lado y dirá que eres un loco”.
Golpeado por su historia y fascinado por su manera de narrar (“con una lógica y una poética muy especiales, una belleza extraña”), Arzallus propuso a Ibrahima que escribieran un libro: Ibrahima con la voz, Arzallus con la mano. El libro explica que en el sitio de dos cabras caben 16 inmigrantes, que los compradores de esclavos miran a los chavales africanos de arriba abajo y de abajo arriba, que las responsabilidades alargan el cuerpo de los niños…
El libro, en euskera, se titula Miñán. Va por la quinta edición y se publicará en castellano, catalán, italiano, inglés y alemán. Ibrahima vive ahora en Madrid, donde sufre el desarraigo, la soledad y la pobreza, y donde unas buenas personas le enseñan mecánica de camiones. “¿Qué esperas del futuro, Ibrahima?”. “Que la salud de mi madre mejore. Que viva bien los años que le quedan. Aunque lleves a tu madre a hombros hasta La Meca, no habrás pagado ni un céntimo de todo lo que ella ha hecho por ti”. Con los derechos de autor, Ibrahima paga ahora la escuela de sus hermanas y el piso de su madre.
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