Opinar por opinar
¿Sufrimos una oleada de pensamiento 'fast food', empacado y listo para llevar, pero, asimismo, superficial y poco nutritivo? Sin duda
Habrá usted detectado durante estos días un aumento vertiginoso de los artículos de opinión escritos en torno al Covid-19 en los medios tradicionales y también un crecimiento exponencial de esos otros editoriales que son los posteos, tuits, etcétera, en redes sociales. Es evidente que, ante la emergencia mundial, muchos tienen ganas de hacer oír su voz. Y la levantan. Y dicen que el virus esto y aquello, que la pandemia así y asado, que las etapas de prevención y atención por aquí y por allá.
Pero me temo que este curioso florecimiento de la libre expresión encierra una trampa: la inmensa mayoría de los que abren la boca no tienen (sí, de acuerdo, no tenemos, ¿para qué excluirse?) una idea demasiado clara de lo que pasa. O ninguna idea en absoluto. Así, con todas las letras. Y no, tampoco es verdad que se esté reflexionando a fondo. Quizá se intenta, pero en general se carece de los elementos necesarios para hacerlo con seriedad. Y sucede así por la sencilla razón de que los opinadores de ocasión (y aquí no hay que hablar solamente de los relativos amateur de las redes, sino, visto el panorama, de veteranos con mil credenciales en otras áreas y hasta de algunos prestigios mundiales) no somos médicos o científicos con datos relevantes a la mano y, en la mayoría de los casos, ni siquiera tenemos un nivel básico de educación científica como para andar soltando frases que no sean disparates, o mímesis y distorsiones de lo que dijo antes alguien mejor enterado. Y, francamente, dar una opinión impresionista sobre la gravedad de una epidemia es tan acertado, en estos momentos, como sería darla sobre un tsunami que estuviera por ahogarnos: el resultado no pasará de estampa o testimonio, cuando no de ejemplo de histeria delirante...
Alguien argüirá que no todos andan dando juicios sin el sustento necesario (o de plano sin sustento alguno) sobre los ángulos médicos de la enfermedad, sino que abordan sus impactos y los de la cuarentena desde las perspectivas de su experiencia o su área de conocimientos. Muy bien. Solo que la filosofía, la sociología, la politología, la economía, entre otras, suelen requerir datos y tiempos de estudio y reflexión que no se condicen en lo absoluto con la velocidad inimaginable de esta pandemia, que en enero aún no llegaba a los encabezados principales fuera de China y para marzo ya ha dejado miles de muertos en el planeta entero.
¿Sufrimos, pues, una oleada de pensamiento fast food, empacado y listo para llevar, pero, asimismo, superficial y poco nutritivo? Sin duda. Tan veloz que uno pudiera pensar que incluso ciertos grandes maestros del pensamiento se están entregando a la neurosis opinadora y han terminado por despachar parrafadas bastante cuestionables… Tal y como hacemos el resto de nosotros, los mortales (increíble: ya circula un libro sobre el Covid-19 de Slavoj Zizek, que ha roto todos los récords de velocidad de pensamiento, escritura, edición y publicación; y eso por no hablar del gran Giorgio Agamben, quien básicamente llamó “gripita” al coronavirus y calificó de “histéricas y exageradas” las medidas de prevención pocos días antes de que miles de personas en su Italia comenzaran a morir).
Quizá podemos acordar una clave de interpretación muy simple: si un pensador esencialmente concluye lo mismo que ha concluido siempre cuando pretende analizar la actual crisis mundial, es decir, si solo retuerce la realidad para hacerla entrar en los marcos en los que ya ha tratado de ceñirla antes, leerlo en este contexto dará lo mismo que leer los mensajes de Whatsapp del más alarmado de nuestros tíos: ninguna novedad allí. Busquemos, mejor, lo que tengan que decir los científicos y esos poquísimos articulistas que opinan con datos e investigación, así sean preliminares, sobre esta nueva realidad.
Sin duda que la filosofía, la sociología, la economía, la politología y hasta la historia tendrán mucho que decir sobre esta catástrofe. Pero hay que darles el tiempo y exigirles la claridad de miras suficientes para que lo hagan con rigor. Porque para reflexiones de café, la verdad, nos basta y nos sobra con los memes, que también son impresionistas y espontáneos pero que, además, son divertidísimos.
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