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Combat rock
Columna
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Nosotros y la pandemia

El Covid-19 no es cosa de chiste. Lo que resulta tragicómico, como siempre, es la naturaleza humana

Antonio Ortuño
Un traje epidemiologico en Estados Unidos.
Un traje epidemiologico en Estados Unidos.Andrew Harnik (AP)
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Hemos sido puestos en cuarentena. Nuestros movimientos sociales, laborales y hasta familiares se encuentran restringidos o a punto de estarlo. Seguir las precauciones de higiene y aislamiento es indispensable. El Covid-19, desde luego, no es cosa de chiste. Lo que resulta tragicómico, como siempre, es la naturaleza humana. Una pandemia, una guerra o cualquier catástrofe, nos pone a prueba, como supieron voyeurs morales del tipo de La Bruyere o La Rochefoucauld (y, luego de ellos, Freud, Jung, Lacan y compañía), y sirve para revelar quiénes somos. Un servidor no es ni moraliste ni psicólogo, pero sí un observador aficionado. Por ello, me atrevo a esbozar unos apuntes sobre los caracteres más pronunciados que he percibido ante el avance del coronavirus, a través de esos medios y esas redes públicas y privadas que, por ahora, son nuestro periscopio al mundo:

El “Nostradamus”: aquel que aventura profecías avasalladoras y busca en cada despacho periodístico o chisme por red la huella del Apocalipsis. “Uy, las muertes no son nada; espérate a la crisis que se nos va a venir después”, dice. O también: “Si allá en China, que el gobierno da una orden y todos obedecen, se murió hasta el perico, pues imagínate aquí”.

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El “Agárrense de las manos”: alguien cuyo carácter se torna religioso (o cuando menos místico) por culpa de la ansiedad y que trata de exorcizarla compartiéndonos toda clase de pensamientos fraternales: “A ver si ahora entendemos que somos hermanos y tenemos que ayudarnos”. O: “Este es un aviso ‘del de arriba’ para que nos dejemos de cosas y nos respetemos entre todos”.

El “Venga ese meteorito”: contrario simétrico del anterior, es quien aprovecha estos momentos para confesar que nos odia como especie y anhela el momento de nuestra extinción (existe una variante que, para paliar lo gélido de la misantropía, se excusa al decir: “Ojalá desaparezcamos todos, pero para que los pobres animalitos se recuperen”).

El “Dedo flamígero”: aquel que jamás se acuerda de los miles y miles que cada día mueren por hambre, violencia o enfermedades diversas en el mundo, pero lo hace ahora solo para darse el gustazo de decirnos que los muertos por culpa del coronavirus no son importantes y deberíamos enfocarnos en los demás.

El “Bien enterado”: aquel que transmite, con aire profesoral, toda clase de datos distorsionados o abiertamente falsos. “Ya hace meses que los gringos tienen medicinas y vacunas listas y están esperando lo peor para soltarlas y ser los héroes”. O: “Es un complot de los chinos para quedarse con las miles de empresas que van a quebrar”. O por qué no: “Este es un virus de ingeniería genética que lanzaron los gringos sobre los chinos [o los chinos sobre los gringos] por la guerra comercial que se traen”. O incluso: “El virus no existe, es una gripa y se cura con buches de agua de cebolla y un bocado de ajo”. Es muy importante recordar que, aunque hable como si estuviera sentado al lado de Trump en el Despacho Oval, quien sostiene estas cosas lo hace desde la sala de su casa y sus fuentes son oscuras: “Una persona muy conectada”, “Un amigo que sabe de eso”, “Un pariente de mi comadre que anda en esas cosas”, etcétera.

El “Orquesta del Titanic”: aquel que, incluso a estas alturas, sigue compartiendo en sus redes y grupos de mensajería familiares y amistosos toda clase de memes y chistes sobre la enfermedad, la muerte y la destrucción.

El “Karma camaleón”: el que se enfada con el que comparte chistes porque, en el fondo de su alma, piensa que así se le falta al respeto al virus y teme que, al reírse, atraerá su ira.

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