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Columna
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Del Rey abajo

El gran capital de confianza política de Felipe VI comenzó a desgastarse. Los que esperaban una declaración rompedora, se fueron frustrados a su puesto en la cuarentena

Jorge M. Reverte
Una mujer escucha el discurso televisado de Felipe VI este miércoles en Madrid.
Una mujer escucha el discurso televisado de Felipe VI este miércoles en Madrid.Bernat Armangue (AP)

Tenía muchos balones que despejar. Pero lo cierto es que despejó muy poquitos. Incluso dejó sin despejar los que los vecinos desocupados de mi barrio, que ahora son muchos, le pusieron como a su pariente no tan lejano Alfonso XIII le colocaban en las calles vacías de coches del centro de Madrid.

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La verdad es que se trata de una prueba de la que es difícil salir airoso. Pero el presupuesto de la Casa del Rey da de sobra para incluir en él a alguien encargado de que los mensajes a los españoles, a todos los españoles, tengan su poquito de picante, o de originalidad, o de vaya usted a saber qué, de modo que los casi 50 millones de oyentes potenciales tuviéramos algún motivo que justificara haber perdido tanto tiempo en escuchar obviedades. Y lo único que tuvimos es que se nos dieran más motivos para salir a hacer una nueva cacerolada.

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Ayer posiblemente empezaron muchas cosas, muchas más de las que Felipe VI desearía, aunque también es posible que menos de las que querría el president de Cataluña, Quim Torra. Sobre todo una: el gran capital de confianza política del Rey comenzó a desgastarse. Los que esperaban una declaración rompedora, se fueron frustrados a su puesto en la cuarentena.

El mensaje más poderoso fue inane: España es una gran nación. Eso nos vino a decir el Monarca tras algunas vacilaciones que habrían resuelto con facilidad el nuevo ministro de Sanidad, Salvador Illa, o Fernando Simón, que puede ser que sea quien más sepa sobre la expansión del coronavirus, que está empeñado en exterminar los grupos de riesgo que quedan en el país amontonados en residencias geriátricas, unas de más calidad que otras. Ni las estúpidas declaraciones de la fugada Clara Ponsatí sirvieron para dar brillo a unas declaraciones tan romas.

Cabía otra posibilidad, pero era poco menos que revolucionaria: que Felipe VI nos explicara dónde estaban los 100 millones de euros que sirvieron, al parecer, para ayudar a que el AVE llegara hasta La Meca. En ese punto, el rey Felipe bordeó la complicidad, que es una palabra más que fea. Felipe VI sabe sobre ese dinero, que la gente desde los balcones de cuarentena le exige, mucho más de lo que dijo. Y ya van unas cuantas.

Suena muy fuerte, pero no estaría de más alguien que, por debajo del Rey, pudiera decir, como un redactor jefe cualquiera: “Este texto es infumable”.

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