Días para ser gato (I)
Ahora sabemos lo difícil que es racionar las visitas a la nevera-comedero si estás todo el día en casa y lo fácil que es quedarse dormido en el sofá una vez terminada la jornada laboral
“¿Tú crees que los patos saben que es Navidad?”. Esa fue la pregunta que lanzó mi amigo Miguel una Nochevieja, mientras cruzábamos el Campo de San Francisco de Oviedo. Ni las horas ni el frío invitaban a quedarse allí a filosofar sobre el asunto, pero el debate continuó en el camino. Dimos por hecho que los peces del estanque desde luego que no; los patos y pavos, a lo mejor un poco (tampoco mucho); pero los que seguro que se enteraban eran los perros y los gatos. (No entramos en la fauna salvaje, ya que el camino era corto. Era Oviedo, no Nueva York),
Años después, los dos adoptamos una gata. El miércoles por la mañana le mandé un mensaje para preguntarle si Lola, la suya, se daba cuenta de que estaba pasando algo. “Sí, sí, sí, más cariñosa que nunca, si cabe. Flipando de que estemos todo el día en casa”, fue su respuesta.
Mía y Atún —mis gatos— también están sorprendidos. De hecho, he ido a recoger la ropa de la lavadora y, al salir, me los he encontrado a los dos esperándome en el pasillo, sentados juntos, mirándome con cara de “oye, ¿tú por qué te pasas todo el día en casa? ¿tienes algo que contarnos?”. Normalmente, cuando llego a casa, se acercan a recibirme y me hacen un poco de fiesta (se tumban panza arriba, se restriegan contra mí). Estos días se dedican a seguirme por el piso, como si sospecharan de mis actos. Y me hacen la fiesta cuando salgo de casa a bajar la basura o a la compra, claro. Noto cierta cara de insatisfacción cuando ven que vuelvo a los cinco minutos.
Hay quienes dicen que los que convivimos con animales y estamos un poco derivados de la cabeza les atribuimos capacidades humanas que no tienen. Puede ser. Pero el caso es que algo notan. A ver, tampoco hay que ser un hacha para darse cuenta de que tu dueño lleva tropecientos días sin salir de casa, de que en la calle solo se ve gente con perros (de eso hablamos luego) o de que se oyen perfectamente los pájaros o las campanas de las iglesias. No sé a ustedes pero a mí, cuando lloro, Mía se me acerca y pone su cara contra la mía. No sé si se da cuenta o qué, pero los cambios de humor le llaman la atención.
Estos días están sirviendo también para conocer mejor a nuestros animales de compañía. Los dueños de gatos nos preguntamos muchas veces qué harán cuando no estamos en casa. Ya se lo digo yo: dormir, básicamente. Duermen entre 12 y 16 horas al día. Es decir, son seres casi perfectos para el aislamiento. Lo que no sé es si, al estar yo en casa, están dejando de hacer las cosas que normalmente hacen. En estos días, no los he visto rascar el sofá en ningún momento. A lo mejor no quieren darnos pistas.
También se están llevando mejor. Mía tiene cuatro años y Atún diez meses. Están todo el día a la gresca. Cuando no es uno, es la otra. Atún tiene la energía de la niñez y Mía es aplicadamente sinuosa para montar lío: siempre consigue que la culpa parezca de Atún. Estos días las broncas son más esporádicas. Incluso duermen juntos y se asean el uno al otro.
Pero, ojo, eso no quiere decir que vayan a adaptarse a las nuevas circunstancias. Atún me despierta cada día a las 7:25, es decir, cinco minutos antes de lo que suele hacerlo el despertador. Decía Jim Davis: “Los gatos saben por instinto la hora exacta a la que van a despertarse sus dueños, y los despiertan diez minutos antes”. Atún me deja esos cinco minutos de cortesía, pero incluso en confinamiento, sigue siendo puñeteramente gato.
Porque no dejan de ser gatos, claro. En estos días he comenzado una partida de ajedrez virtual pero real con mi amigo Jaime. Esto es: el tablero es físico, y nos vamos enviando fotos con los movimientos de ambos, de tal manera que hay que mover las blancas y las negras (yo ya me entiendo). Pues bien, ahora mismo mi casa es un ajedrez. Una torre en la habitación, un peón en el baño, el rey forzosamente enrocado tras una planta y Mia, claro, sentada en el centro del tablero, entre blancas y negras. Jaque mate.
También están siendo días para profundizar en el debate sobre si es mejor mascota un perro o un gato. No nos dejemos llevar por la euforia del momento. Hoy, los perros son un bien preciado, pues te permiten salir a pasear. Una especie de salvoconducto. Tengo amigos que lo sacan cinco veces al día. Pero no son tiempos de enfrentamiento, sino de estar unidos. Los perros, por lo que me dicen, también flipan con lo que está pasando. Sólo ven perros por la calle y se encuentran los parques cerrados. Tampoco hay que ser un lince (felino) para darse cuenta de que algo pasa. Desde la altivez que otorga convivir con un gato, los que compartimos vida con uno saludamos a los dueños de perros y nos congratulamos de que los ayuden en esta situación que, aunque sea poco, compensa de alguna manera todos esos madrugones y esas noches de lluvia en las que también hay que salir a la calle.
Son días raros. De 24 horas en casa. De los gatos apareciendo en las reuniones de teletrabajo (y arrancando una sonrisa a los participantes), que ya se sabe que no hay nada que se deba interponer entre la atención de uno y el felino. En el fondo, todos nos estamos convirtiendo un poco en gatos. Ahora sabemos lo difícil que es racionar las visitas a la nevera-comedero si estás todo el día en casa. Y lo fácil que es quedarse dormido en el sofá una vez terminada la jornada laboral. Pero son días precisamente para eso: para ser gatos. No es tan mala estrategia: es el único animal que ha logrado dominar Internet sin necesidad de manejar la tecnología. Por algo les estará yendo tan bien.
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