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Estas son las razones por las que debes dejar que tu hijo se equivoque

Permitir que los niños cometan errores fomenta su autonomía, aumenta su tolerancia frente a la frustración y les enseña a gestionar adecuadamente sus emociones

Un niño se da una voltereta.
Un niño se da una voltereta.Getty
Nacho Meneses

Equivocarse es una parte natural de cualquier proceso de aprendizaje, y resulta clave en el desarrollo de la personalidad en la infancia y adolescencia. Pocos adultos albergan dudas al respecto y, aun así, muchos padres intentan evitar a toda costa que sus hijos caigan en el error y la consiguiente frustración. Una intención perfectamente natural y entendible que, no obstante, puede causar el efecto contrario: “Cuando se sobreprotege a un hijo, no se entrena la tolerancia a la frustración. Y eso es algo muy necesario en la infancia, para que poco a poco vayamos haciendo frente a los inconvenientes que nos trae la vida”, argumenta Amalia Gordóvil, profesora de la UOC y psicóloga familiar del Centro GRAT en Barcelona.

Evitar que los niños cometan sus propias equivocaciones es un error que puede tener graves consecuencias en su futuro: “Es meterles en una burbuja que lo único que consigue es que no sean capaces de enfrentarse al mundo. Pero algún día tendrán que salir solos, y si retrasamos ese momento, las capacidades no serán las mismas y la frustración será mayor, porque su capacidad para gestionarla no se habrá entrenado”, explica Gordóvil.

Su opinión coincide con un estudio de 2018 que, publicado en Developmental Psychology, aborda las consecuencias de la sobreprotección en el desarrollo del menor. Esta investigación analizó, durante ocho años, la evolución de 422 niños y niñas en las interacciones con sus padres. Una de las observaciones de los autores de la misma fue que, cuando los padres sobreprotegían a los niños sin darles la opción de que resolvieran sus propias dificultades, los hijos tenían problemas para manejar sus emociones, lo que entre otras cosas ocasionaba intolerancia a la frustración.

Ya sea al realizar tareas escolares, establecer amistades o practicar un deporte, el aprendizaje se ve beneficiado por los errores, que nos estimulan a buscar formas de hacer las cosas de diferente manera. La sobreprotección, por el contrario, hace que nos encontremos a niños más miedosos, menos autónomos y más dependientes de los padres; mientras que, en la edad adulta, puede derivar en personas más vulnerables: “A veces, se traducirá en una mayor ansiedad, el desarrollo de algún tipo de fobia social y depresión, e incluso hacer que se caiga en relaciones de dependencia”, sostiene Gordóvil.

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Mejor predicar con el ejemplo

Como con cualquier otro aspecto relacionado con la crianza, es necesario ser consciente de que, como padres, no solo importa lo que se dice, sino también (y aún más) lo que se hace. Por mucho que le digamos a nuestros hijos: “¡Venga, que tú puedes hacerlo!”, si luego al final se lo hacemos nosotros, el mensaje indirecto que le puede llegar es: “Tú no sabes”, “no eres capaz de hacerlo...”, con el correspondiente impacto en su autoestima. A esa misma conclusión llegó otra investigación de la Asociación Americana de Psicología, que comparaba dos estilos diferentes de crianza: el controlador y el que fomentaba la autonomía del menor. En ella, se observó que, cuando sus madres no estaban presentes, los niños de familias que fomentaban la autonomía se esforzaban por completar la tarea que les habían encomendado, mientras que los menores de entornos controladores se daban rápidamente por vencidos.

Situar al error en su lugar natural es fundamental para que los pequeños no dejen de esforzarse e intentar nuevas cosas, por miedo a equivocarse. “Cuando tengo niños así, siempre les pregunto a los padres cómo llevan ellos eso de equivocarse, porque los adultos muchas veces no lo llevamos bien, lo tapamos y queremos ser padres perfectos. Pero, precisamente por eso, acabamos teniendo niños estresados”, cuenta Gordóvil. Los padres se equivocan como cualquier otra persona; y más que ocultarlo, hay que explicárselo a los hijos para que estos asuman que es algo natural.

“Si yo tengo un hijo al que le cuesta la resta llevando, y le digo siempre que es tonto, o que parece mentira que no se entere, el hecho de equivocarse lo va a vivir como algo punitivo e inaceptable, porque papá se enfada”. Y es que entrenar la tolerancia a la frustración no algo exclusivo de los niños; también hay que ver cómo los padres llevan la suya propia. “Muchas veces, trabajando con ese padre o madre para que pueda gestionarlo de diferente manera, tenemos resultados en los hijos”.

Otro factor importante es el de tener una visión positiva del intento. “En la medida en que la persona sienta que puede, realizará por sí sola acciones dirigidas a lograr aquello que desea o necesita. Es un proceso de aprendizaje y entrenamiento” en el que también se han de reconocer los éxitos parciales, las aproximaciones a ese objetivo final que se quiere alcanzar, explica Marta Reinoso, doctora en Psicología. “Por ejemplo, quizá un niño sepa ya coger bien la cuchara (éxito), pero tuerce el brazo y derrama el contenido al llevárselo a la boca (fracaso).”

¿Cómo fomentar la autonomía?

Otro de los motivos para dejar que los hijos se equivoquen sin que los adultos intervengan es que así se entrena la flexibilidad ante imprevistos con los que no se contaba, algo esencial en la vida adulta. Es por ello que los especialistas recomiendan fomentar la autonomía del menor, pidiéndoles cosas propias de su edad, como que hagan tareas de la casa o recados fuera de ella, cuando son algo más mayores: “Si tú le enseñas a un niño de cuatro años que la ropa sucia va a un determinado sitio, lo puede hacer. Si tira la leche, o tiene una rabieta y decide desmontar y tirar un puzle al suelo, pues lo tiene que recoger”, esgrime Gordóvil. Dentro de lo posible, es conveniente evitar situaciones en las que sean mamá o papá quienes lo hagan, a pesar de que a veces quieran hacerlo para solventar la situación rápidamente.

Evidentemente, tampoco se trata de coger a un niño de tres o cuatro años y ordenarle que recoja, porque todavía no saben. Por tanto, la mejor manera de hacerlo es empezar por acompañarle y servirle de modelo; si no sabe hacer la mochila del cole, por ejemplo, ayudarle a prepararla, luego hacer juntos una lista para que lo pueda hacer él solo y que entonces el padre o la madre lo supervisen. Ante todo, conviene recordar que los niños pueden hacer muchas cosas, y que su manera natural de aprender es jugando, por lo que introducirlo de una manera divertida (como recoger los juguetes cantando una canción) puede ser de gran utilidad.

Diez maneras de conseguir que aprendan de sus errores

La psicóloga Marilyn Pierce-Mitchell recomienda 10 maneras en las que los adultos pueden ayudar a que niños y adolescentes aprendan de sus errores, en un entorno en el que las alabanzas que reciben se centran en fortalecer su personalidad y conseguir que comprendan sus habilidades internas:

  1. Déjale claro que no esperas que sea perfecto.
  2. Asegúrate de que entiende que tu amor es incondicional, independientemente de sus equivocaciones y errores de juicio.
  3. No le rescates de sus errores; céntrate en ayudarle a encontrar una solución.
  4. Usa ejemplos de tus propios fallos y equivocaciones, qué consecuencias tuvieron y cómo aprendiste de ellos.
  5. Anima a los niños a aceptar las responsabilidades de sus propias acciones, en vez de culpar a otros.
  6. Evita referirte a las equivocaciones pasadas de tu hijo, y limítate a la que os ocupa ahora.
  7. Felicítale por su habilidad para admitir sus errores.
  8. Reconoce los esfuerzos que haga y anímale a superar los obstáculos que se le presenten.
  9. Enséñale a disculparse siempre que sus fallos hayan hecho daño a otras personas.
  10. Ayúdale a descubrir el lado bueno que tiene el equivocarse.

(Fuente: Roots of Action)

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Sobre la firma

Nacho Meneses
Coordinador y redactor del canal de Formación de EL PAÍS, está especializado en educación y tendencias profesionales, además de colaborar en Mamas & Papas, donde escribe de educación, salud y crianza. Es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid y Máster de Periodismo UAM / EL PAÍS

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