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Niños perfeccionistas: cinco pautas para que se liberen de la exigencia que les bloquea

Está característica bien gestionada es un empuje para que los niños desarrollen valores como la motivación por lo que se hace y el disfrute de los retos

Un niño choca la mano con otro chaval.
Un niño choca la mano con otro chaval. GETTY

La perfección tiene dos caras, la responsabilidad y la voluntad de hacer las cosas lo mejor posible y el bloqueo por no llegar nunca a la excelencia. Los niños perfeccionistas no nacen, se hacen, “influidos por los modelos de conducta que ven en su entorno inmediato, en la familia y en los padres, sobre todo. Sin embargo, también se dan casos de niños de inteligencia elevada que, sin tener progenitores perfeccionistas, presentan ese rasgo. Son niños con un elevado nivel de exigencia, muy necesitados de orden y control. Con una imagen de sí mismos y del mundo muy idealizada. Están orientados al logro de objetivos. Como contrapunto negativo, tienen dificultades para tolerar la frustración, sobre todo cuando son pequeños y sus capacidades para calmarse y motivarse no se han desarrollado lo suficiente aún. No obstante, esto suele mejorar con la maduración”, comenta Tristana Suárez, psicóloga y terapeuta Gestalt.

Cómo funciona la cabeza de un niño perfeccionista

Los niños que esperan resultados perfectos con sus acciones se estresan frente a ese grado de exigencia y “con frecuencia, los padres comentan de manera intuitiva para intentar calmar a sus hijos, no pasa nada si no te sale o será mejor la próxima vez. Son buenos intentos y está bien que el niño escuche esto y vea que en su entorno no se le juzga ni se dramatiza si no consigue lo que pretende, pero es mucho más eficaz para calmar la ansiedad, que simplemente se sientan escuchados y reflejados en lo que les pasa, a través de comentarios como, ya veo, tú querías que te saliese bien a la primera y no lo has conseguido, qué fastidio o cuando no me sale bien algo también me enfada un poco”, añade Tristana Suárez.

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La ventaja para un niño perfeccionista es su capacidad para “conseguir metas y desarrollar capacidades y proyectos. Pero, como siempre, es el exceso lo que nos atasca y daña. Si el niño puede aprender a relativizar, a darse tiempo y comprensión, a no tratarse mal aunque las cosas no le salgan perfectas, conseguirá grandes avances.

Dentro de un niño perfeccionista suele haber siempre una imagen ideal con la que se compara y a la que quiere tender. Es la distancia entre la realidad y ese ideal lo que marca su nivel de satisfacción o insatisfacción. Por eso, si los padres son perfeccionistas, se suele entrar en un circuito difícil de dominar, porque los progenitores viven los fallos y aciertos del niño como una prolongación de sí mismos”, explica la psicóloga Tristana Suárez.

El antídoto para el perfeccionismo excesivo que puede bloquear a un niño es “comprender que la vida no se reduce a una secuencia de acierto y error, sino que hay muchos otros factores que intervienen y que no siempre podemos controlar. Conviene conseguir que el niño comprenda que él o ella no es lo que hace bien o mal, para que no se quede limitado a ser eso; un simple desempeño”, concluye Tristana Suárez.

Retrato de un niño perfeccionista

El niño que se preocupa con exceso por los resultados de sus acciones y no del camino recorrido que implica un aprendizaje satisfactorio “es rígido y nunca está suficientemente satisfecho con cómo ha hecho las cosas. Cuando no alcanza el éxito, o no cumple de manera fiel con sus expectativas, se frustra sobremanera, llegando a provocarle mucho sufrimiento. Los niños perfeccionistas suelen ser rígidos, se frustran con facilidad cuando no consiguen los resultados que quieren y son inseguros por miedo a no satisfacer sus altas expectativas. Todo ello, influye en que anticipen el fracaso, se centren solo en los resultados, tengan dificultad para disfrutar y se centren demasiado en la aprobación de los demás”, comenta, Zaida Moreno Ramos, neuropsicóloga del Instituto Psicoeducativo, Elea.

El perfeccionismo bien gestionado es un empuje para desarrollar valores importantes como la motivación por lo que se hace, el disfrute de los retos y el desarrollo de la perseverancia y la tenacidad. Para que el niño aplique de forma satisfactoria sus rasgos como perfeccionista en su día a día, desde casa se le puede ayudar con pautas, como las que explica la psicóloga Zaida Moreno:

1. Educar en el esfuerzo y no en el resultado. Transmitir al niño que hay diferentes circunstancias que influyen en el resultado y que no se pueden controlar y aconsejarle que aprenda a disfrutar de la experiencia y le sirva para mejorar en el futuro.

2. Ayudar a establecer metas realistas, que faciliten el cumplimiento de los planes del niño sin que se sienta presionado por alcanzar los objetivos.

3. Facilitar el desarrollo de la tolerancia a la frustración para que el niño aprenda a gestionar los fracasos y los sentimientos de desesperanza, ira o angustia que generan, desde la oportunidad de aprender de los errores.

4. Trasladar a los hijos que se les acepta y quiere tal y como son, independientemente de sus equivocaciones, porque lo importante es el esfuerzo.

5. Crear un clima de confianza y de seguridad para que el niño se sienta cómodo y seguro de sus cualidades y aptitudes, sin necesidad de aprobación constante por parte de las personas de su entorno.

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