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Columna
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Conferencias de paz

Tenemos que aprovechar que González y Aznar salgan juntos de gira para rebajar la crispación y entender que el paso del tiempo transforma lo incompatible a la categoría de cordial si no cómplice

David Trueba
José María Aznar, segundo por la izquierda, y Felipe González, este jueves en el Congreso. En vídeo, sus declaraciones.
José María Aznar, segundo por la izquierda, y Felipe González, este jueves en el Congreso. En vídeo, sus declaraciones. Julián Rojas (ep )

Vaya por delante mi admiración por Felipe González y José María Aznar. Estoy convencido de que ambos tienen mucho que contar. Y el hecho de que sean expresidentes no inhabilita en absoluto sus opiniones sobre la política actual; es más, me parece interesantísimo que escruten a sus sucesores y los reconduzcan con la autoridad que concede la experiencia vivida. Lo que resulta más chocante es que de manera reiterativa se conviertan en pareja de conferenciantes. Sinceramente, no sé si a las personas que ahora tienen 20 años les resultará confortable sospechar que dentro de un par de décadas tendrán que asistir con naturalidad a charlas conjuntas entre Irene Montero y Rocío Monasterio, por poner un ejemplo. Ojalá suceda, porque eso querrá decir que la vida sigue igual y no ha ido a peor, que era la tendencia más probable. Pero esa especie de programa doble, que se ejecuta en foros de elevadísima reputación, no deja de provocar algo de extrañeza e incomodidad.

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Por salirnos del mundo áspero de la política, el efecto es algo así como si en su próxima y anunciada gira de actuaciones de despedida decidieran compartir escenario José Luis Perales y Extremoduro. Cada uno de ellos interpretaría una canción alternativamente y en el paroxismo final incluso podrían versionear su favorita del otro y entonar juntos la última como cierre de concierto. Estoy seguro de que musicalmente sería un acto de enorme proyección, pero quizá los espectadores asistentes permanecerían escindidos, segados en dos mitades, perplejos. Está de moda la transversalidad, pero a la gente le gusta pisar suelo firme. Cada vez que Aznar y González dan una conferencia juntos sus seguidores lo que querrían es presenciar una discusión esencial, pero a menudo lo que se encuentran es la rectificación gozosa de que no existe eso que se ha dado en llamar las dos Españas. Esa es la buena noticia para los optimistas. Nada es irreparable, y los que vivieron enfadados la mayor parte de los años noventa por razones políticas deberían pedir que les devolvieran la energía negativa y con ella fabricarse motorcitos para las bicis de ciudad.

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Aznar y González coinciden con Puigdemont en calificar de paripé la mesa negociadora del Gobierno con los representantes del Govern catalán. Lástima de trío conferenciante que nos estamos perdiendo. La mesa en sí es un partido de pimpón flotante cuyo sentido final es la pacificación por hipnotismo. González y Aznar fueron mucho más habilidosos cuando gobernaban. Resolvían estos asuntos de Estado de manera discreta, imaginativa y con una enorme capacidad de persuasión. También es verdad que no les precedió un periodo de dos legislaturas de incomunicación, desacato, represión y ficción emocional. Pero bueno, GAL, Gürtel, Roldán, Rato, Yak-42 y otras experiencias en el lado oscuro les permiten evocar un repertorio conjunto que no hay melómano que se quiera perder. En un momento en el que incluso dentro de los partidos no se tolera el mínimo reparo a la línea que dicta el líder y su guardia pretoriana, en un tiempo en el que se incita a los españoles a levantar una barricada entre los vecinos de escalera en función de su voto, tenemos que aprovechar que González y Aznar salgan juntos de gira para rebajar la crispación y entender que el paso del tiempo transforma lo incompatible a la categoría de cordial si no cómplice.

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