Venezuela
Estamos ante un siniestro viraje hacia la nada, y se entiende la alegría de Maduro
El extraño viaje de la número dos de Maduro vino a turbar la paz en la política de imagen del Gobierno. Desde su formación, el tándem formado por Iván Redondo y Pablo Iglesias venía administrando sin dificultades su hegemonía en el espacio de la comunicación política, con el viento a favor de las reiteradas exhibiciones de torpeza de sus adversarios. Tanto Pablo Casado como Inés Arrimadas se entregaban con entusiasmo a plantear exigencias y a pronunciar diagnósticos catastrofistas, de modo que sofocaban lo que pudieran haber sido críticas eficaces. Muchos españoles, entre ellos dirigentes socialistas, podían mirar con desconfianza una política catalana cuya apariencia es que Pedro Sánchez está dispuesto a hacer concesiones de todo tipo, por ahora procesales y económicas, a un independentismo muy dividido en tácticas pero convergente en fines. Sin que en el plano político ofrezca otra cosa que signos de inseguridad, tales como la consulta no vinculante —el brexit también lo— o la "soberanía compartida". Pero en cualquier caso, una vez convertido el "diálogo" en un mantra de general aceptación, y sobre todo ante el callejón sin salida que supondrían los sucedáneos del 155, sería útil que Cs y PP imaginasen alternativas a un choque de trenes electoral que va a resultarles desastroso, a ellos y a los catalanes constitucionalistas. Vía libre así para el dominio total sobre el mercado político para el Gobierno UP-PSOE.
Una situación muy ventajosa que hacía aconsejable aflojar la presión sobre la opinión pública, ya que de otro modo el "todo va hacia lo mejor en el mejor de los mundos" coloca al Gobierno en situación difícil apenas surge algo incontrolado. Nuestro sistema de manipulación de la opinión no se aproxima a la Bestia de Salvini en Italia, un montaje informático que digiere masivamente opiniones, guía la acción del líder y aplasta a los adversarios políticos, pero sí incluye un control estricto de mensajes en los medios y en las situaciones —Álvarez de Toledo increpa a Ábalos y el telediario emite la réplica, no la crítica; Sánchez protagonista solitario en la UE—, hasta montar combinatorias imaginativas, como la clausura de un necesario debate público sobre las ofertas a Cataluña, apenas realizadas, cubriendo los informativos con el espectáculo familiar del Gobierno en excursión a Toledo. Hubiera sido estupendo discutir allí las diferencias: inmigración, igualdad, presión de Trabajo sobre Educación en formación profesional.
Y en esto llegaron el indeseado Guaidó en visita cuasi-presidencial, Delcy Rodríguez en vuelo de no-se-sabe-qué por Barajas, y para cerrar la fiesta, el mediador desautorizado Zapatero en visita a su amigo Maduro. Esto último ha pasado indebidamente al olvido, pero los otros dos acontecimientos estropeaban el guión panglossiano. Así empezaron las dudas y las falsas explicaciones traídas por los pelos, si bien Pablo Iglesias en el caos se maneja bien y fue el primero en dar la clave: Guaidó es el jefe de la oposición. El pequeño problema era que los comportamientos simultáneos del Gobierno, rebajando a Guaidó y hablando con Delcy, más la posterior degradación del primero por Sánchez, iban en contra de las decisiones de la UE. Solo que para Europa, Venezuela nada significa. Y como nuestra derecha y Trump se alinean con Guaidó, todo resuelto.
En popularidad del Gobierno, el coste ha sido escaso. Ahora resulta más progre que antes. La factura es pagada por Venezuela en primer plano, por la democracia española en segundo. Pocas posibilidades había de derrocar al tirano con el Ejército y la policía organizados según el modelo cubano, más los grupos paramilitares que tuvimos el honor de contemplar gracias al desembarco de Guaidó. Pero si la presidencia se había convertido en algo imposible, guardaba su valor simbólico, y en todo caso Guaidó es "jefe de la oposición democrática", no de la oposición, calificación que sugiere un régimen democrático inexistente en Caracas. Luego estamos ante un siniestro viraje hacia la nada, y se entiende la alegría de Maduro. A lo mejor nos baja el precio del petróleo, como prometía Chávez
Fue peor querer arreglarlo. Carece de sentido hablar de diálogo y de impulsar la democracia, como hacen las ministras (Calvo y González Laya), cuando tenemos delante un régimen que ha aplastado la victoria electoral de la oposición mediante una violación sistemática de los derechos civiles, sin excluir algún crimen. Hasta el sarcasmo en la detención del tío de Guaidó. La única salida democrática son elecciones libres bajo control internacional, evitando previamente toda tutela sobre ellas de Maduro. ¿Está Sánchez dispuesto a exigir eso ? La miseria forzosa de los venezolanos descalifica el cinismo. El mercado reinante de las imágenes, sí.
En cuanto a nuestros viejos discípulos de Chávez, nunca rectificarán su añeja pasión chavista, lo cual sería útil cuando increíblemente Iglesias pasa a poder controlar el CNI, tras sus contactos pasados con el chavismo y con el Irán de los ayatolás. Ejerce vetos e impone decisiones y nombramientos de cara a Cataluña. ¿Adónde vamos?
Antonio Elorza es profesor de Ciencia Política.
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