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Columna
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Adoctrinada

No existen conspiraciones secretas, sino algo que da más miedo: la normalización de un programa económico neoliberal aplicado a lo educativo

Marta Sanz
El aula de un colegio público de Madrid, en una imagen cedida por el Ayuntamiento.
El aula de un colegio público de Madrid, en una imagen cedida por el Ayuntamiento.

Yolanda, profesora en un instituto de Las Rozas, me envía un vídeo de 2017 del proyecto Asalto a la educación. Mi negociado no es el de la última hora espectacular, sino el de los problemas estructurales, y la columna de hoy no es mi columna, sino que asume una autoría colectiva: Jurjo Torres dice que la educación no puede ser un supermercado; Christian Lavall disecciona la segregación —gente rica con gente rica, inmigrantes con inmigrantes, chicos con chicos…—; Xabier Bonal explica cómo los valores empresariales sustituyen a los de la ciudadanía democrática; Rocío Anguita denuncia que las compañías proveedoras de materiales al sistema público tributan donde les da la gana: lo correcto sería que pagaran aquí sus impuestos para repercutir en la mejora de los servicios.

En el vídeo se repasan las implicaciones de la naturalización de la ideología neoliberal en la enseñanza siguiendo el modelo norteamericano. No existen conspiraciones secretas, sino algo que da más miedo: la normalización de un programa económico neoliberal aplicado a lo educativo. La educación pública comienza a hablar de clientes y no de ciudadanía; se expresa en términos de rentabilidad reforzando materias instrumentales y dando por buena la penetración en un espacio común, supuestamente ineficiente, de un capital privado “filantrópico” que promociona sus productos y transmite sus valores: éxito, excelencia, emprendimiento, el que vale puede llegar… La posibilidad de construir conciencia crítica se sustituye por una actitud resiliente. El primer paso consiste en demonizar lo público subrayando su pésimo funcionamiento. Los informes PISA, dependientes de la OCDE, operan como “termómetro de calidad” de la educación mundial, y el mercurio de este termómetro depende de los intereses de bancos y entidades financieras que, a través de fundaciones, promueven cursos de formación del profesorado.

La “degradación” de la enseñanza pública —de la sanidad, también— se solventa con el remedio de lo privado y/o concertado, y se asumen modelos autodestructivos: se identifica la libertad con la libertad de riñón bien cubierto de decidir lo que se compra —lo demás es… ¡socialismo!— y, mientras se recortan los presupuestos en educación, se impulsa la entrada de capital privado en las esferas públicas a través de la externalización de servicios —comedor, mantenimiento, etcétera— o de la firma de convenios con grandes corporaciones que proveen de material informático. Esta estrategia reporta beneficios a las compañías tecnológicas y además fideliza clientes infantiles que, cuando sean mayores, no podrán trabajar sin determinadas herramientas... Movimientos como Empieza por Educar se integran en Teach For All, que impulsa un paradigma de escuela neoliberal. El arqueológico vínculo Iglesia-Estado que se perpetúa soterradamente en parte de las subvenciones de la escuela concertada en nuestro país también requeriría una severa pasteurización doctrinal. Qué quieren que les diga: si adoctrinar es mostrarle a la infancia la diversidad y riqueza de la sexualidad humana, adelante con los faroles. Algunas malas personas pensamos que hay adoctrinamientos más peligrosos para el bien común. Espero haber sido hoy una buena ventrílocua. Y que el Gobierno sepa quiénes son sus verdaderos aliados.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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