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Red de Redes
Columna
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Cuando tu parque es otro muro de pago

El turismo masivo hace creer que algunos lugares emblemáticos, como el Park Güell, ya son imposibles de visitar

Los Mossos cargan contra los manifestantes durante una concentración contra el desfile de Louis Vuitton en Barcelona la pasada semana.
Los Mossos cargan contra los manifestantes durante una concentración contra el desfile de Louis Vuitton en Barcelona la pasada semana.David Oller (Europa Press)

Me entristece la idea de no poder pasear tranquila. Aunque sé cómo es el mundo en el que vivo y acato sus reglas, me inquieta la facilidad con la que he normalizado que la experiencia, virtual o analógica, esté asediada por muros, paredes invisibles o de pago que nos acotan el camino.

Sé que si ahora ando por internet no será como cuando me conectaba con los pitidos del router en casa de mis padres a principios de los 2000, cuando transitaba sin límites ni fronteras en el modelo peer 2 peer con acceso a todo lo que mi mente podía imaginar y teclear. En una casa sin libros heredados ni capital cultural acumulado, aquella ventana a todo el conocimiento registrado fue el descubrimiento a un portal mágico en el que todo podía pasar. Envenenada por la perversión traicionera de la nostalgia, he romantizado erróneamente los días de un supuesto internet bueno que nunca existió en realidad, aquellos en los que las webs eran más feas pero más funcionales y útiles. Cada mañana, me cansa más abrir alguna de mis redes y transitar por un espacio caótico y ruidoso, embarullado de hilos absurdos que nunca pedí ver y que secuestran mi atención a cada golpe de pulgar. A veces se me olvida, pero sé que otra forma de censura es todo ese exceso de contenido banal, como cuando me pasé un día entero invadida por los memes sugeridos de la gala del MET mientras miles de enfermos y refugiados estaban bloqueados en el paso de Rafah, en la frontera de Gaza.

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Eso no implica que esté en contra de pagar por el trabajo de los demás. Entiendo la necesidad de ciertos muros de pago para la supervivencia de los creadores, pero me irrita saber que lo hago en un escenario en el que ya no se compite por crear un espacio tecnológico que vaya a mejor, sino por consolidar el monopolio y eliminar la competencia. Miedo me da calcular el número de suscripciones mensuales que abono religiosamente en newsletters, plataformas de streaming o periódicos y revistas. Ese es el jardín que, como explicó Delia Rodríguez en una de sus columnas, cultivo feliz. Poseo un cachito de la Red en el que decido qué contemplar sin que nadie me increpe. Construirme este jardín vallado frente a todo ese ruido tóxico, un oasis para reflexionar con calma en mi zona de confort, tiene un precio que no está al alcance de todos: lo pago.

Así como existe el muro de pago en internet para acotar espacios virtuales en los que los privilegiados podemos liberarnos de la intoxicación y el ruido, el geógrafo y pensador francés Guy Di Méo denomina “muros invisibles” a las “barreras mentales” que mantienen determinados lugares fuera del imaginario de sus ciudadanos. Para las personas que vivimos en Barcelona, el Park Güell es uno de ellos. Ya no se hace vida allí desde que Xavier Trias lo privatizó y se lo entregó a los turistas en 2013. Yo misma lo rodeo cada fin de semana cuando paseo con mi perrita por las pistas de tierra (públicas y gratuitas) que lo circundan hasta llegar al mirador de Joan Sales. La semana pasada, mientras el hombre más rico del mundo organizaba un desfile de lujo y la policía reprimía a los vecinos cansados de no poder cultivar recuerdos en ese parque, en X se sucedían mensajes clasistas frente a quienes sí quieren construir memoria colectiva celebrando fiestas de cumpleaños con mesas plegables (¡sin pagar!) en la playa de Badalona.

A las vecinas de las ciudades turistificadas nos entristecen, pero ya no nos sorprenden, todas estas noticias que estamos leyendo a propósito de todos esos eventos dignos de negritas en la crónica social que levantan nuevas barreras invisibles. Por eso me reí, por no llorar, cuando vi este titular en El Periódico: “Copa América de vela: gratis desde la playa”. ¡Sonríe, mujer, que en ese paseo te libras de otro muro de pago!


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