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Ideas / Trabajar cansa
Columna
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Pérdida

En este jaleo de naciones y grupitos, al final solo te puedes fiar de algunas personas que van a su bola.

Una mujer lee el periódico.
Una mujer lee el periódico.Burak Akbulut (Getty Images/ Anadolu Agency)
Íñigo Domínguez

En toda minoría inteligente hay una mayoría de imbéciles, decía Malraux. Y eso lo decía antes de los grupos de WhatsApp, donde esa combinación de adjetivos se altera notablemente. Lo peor es que, aun así, me pregunto cada vez más dónde están al menos esas minorías, porque mayorías de imbéciles las hay por todas partes, y ya ni quiero saber lo que se cuece dentro. ¿Pondrían ustedes la mano en el fuego por sus congéneres, así, en masa? ¿Qué país se percibe, por ejemplo, a través de sus anuncios, cuando uno se levanta por la mañana, pone la radio y se enfrenta a la realidad? Pues, si creemos a la publicidad, en teoría somos un pueblo de propietarios de pisos que vive de las rentas. Todos poseemos al menos uno que alquilamos, pero nos pone nerviosísimos que se nos meta gente rara, extrañas personas que no tienen vivienda propia, y necesitamos que alguien nos garantice el dinero a fin de mes y echarlos si hace falta. También, eso parece, vivimos aterrorizados porque nos entren a robar en casa y es ineludible instalar una alarma para vivir tranquilos, y sobre todo dormir, porque al vecino, fíjate, le entraron en casa anoche. Hablando de instalar, un compañero una vez propuso instalar un detector de cretinos en la puerta de la redacción. Sería un éxito en cualquier ámbito, y no digamos en la entrada del Congreso, con el riesgo de que salten los plomos y dejen sin luz a medio Madrid.

También, según la publicidad, es más excitante hacer apuestas, incluso de la Liga islandesa, que jugar al mismo fútbol. Es casi como un deporte más, qué digo, mucho mejor, ahí, en tu casa, lleno de emociones. También la mejor salida para arreglarse la vida es la lotería, hay millones de euros esperando a caerte encima cada día, eso también es una cosa segura. Pero es mucho más seguro que necesitas un seguro, nunca se sabe. El azar, lo imprevisible, domina nuestras vidas, no hay derecho. Está el seguro del coche, por supuesto, esos bólidos con financiación a tu medida. En esos anuncios nunca hay tráfico, solo extensiones naturales o calles de domingo por la mañana. Pero también hay que tener seguros de salud, que es lo más importante, y para los tuyos, quieres lo mejor para ellos. Todos estamos superconectados con ofertas de tropecientos megas, sin límites, para ser más libres, libérrimos. Nos preocupa constantemente el tiempo que va a hacer, la previsión. Sueño con un cártel de compañías de móviles para una broma: en un día de sol espléndido, acuerdan que todos los teléfonos digan que llueve a cántaros, y nadie sale de casa, porque a nadie se le ocurre mirar por la ventana.

Luego llegan, no ya un temporal tropical, muchas otras cosas que no sabemos ni por dónde nos vienen. O tiene que venir un relator de la ONU, australiano de las antípodas, para que descubramos que aquí hay muchos pobres, quizá incluso demasiados, porque generalmente hablamos de otras cosas que no siempre, quizá incluso muy a menudo, son tan importantes. Mientras siga así, la información política debería ir en suplemento aparte, como el color salmón, para poder tirarlo tranquilamente en la confianza de no perderse nada. En todo caso, después de leer las más importantes noticias falsas de la semana te haces una idea ajustada de cómo está la realidad. Si lees las auténticas, te despistas.

En este jaleo de naciones y grupitos, al final solo te puedes fiar de algunas personas que van a su bola. Cada mañana, por ejemplo, podías mirar qué decía David Gistau. Te podías apoyar en su columna. Ahora es como si el periódico hubiera salido mal, con una página menos, y te sientes un poco más perdido.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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