Ficciones
La incertidumbre, los riesgos, los desajustes, no dan bien en pantalla
La celebración del Brexit me ha impresionado mucho. Mientras miraba las imágenes, echaba de menos algunos rostros conocidos, Michael Caine, Angela Landsbury, Emma Thompson… Todo lo demás, los fuegos artificiales, el júbilo de la gente agolpada en las calles de Londres, sus sonrisas e incluso las canciones, parecía una puesta en escena real de ficciones muy conocidas, inspiradas por la victoria británica en cualquiera de las dos guerras mundiales. Hasta las ampulosas declaraciones de Johnson aspiran a remedar los célebres discursos de Churchill en los años cuarenta del siglo XX. La única nota discordante en tan grandiosa escenografía ha sido Farage agitando su banderita como un payaso en una fiesta infantil. Todos somos hijos de nuestro tiempo, y en este, mientras cada día es más difícil distinguir la propaganda de la información, la emoción se ha convertido en un producto industrial. La incertidumbre, los riesgos, los desajustes, no dan bien en pantalla. No se pueden mostrar, no conmueven a primera vista, requieren de análisis, de cifras y gráficos que aburren a los espectadores. La ciudadanía se ha convertido en audiencia y la cuota de pantalla manda. Preguntarse qué habría ocurrido si los británicos se hubieran pronunciado hace treinta años es absurdo, porque el Brexit es un fruto más del siglo XXI, como el retorno de la ultraderecha, el auge de los nacionalismos y la espectacularización de la información. Si llegan a confirmarse los pronósticos más pesimistas, nos enteraremos de sus efectos con imágenes dramáticas, empresas cerradas, colas de desempleados, tomates pochos a precio de gasolina, que nos recordarán otra clase de películas. Nunca la realidad ha imitado tan fervorosamente a la ficción.
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