Niños entre los restos de una cama elástica quemada en Conjola Park.
_ Australia vive un infierno sin precedentes estas semanas. Aunque los incendios forestales son frecuentes durante el verano austral, los que arrasan desde noviembre parte de los Estados de Nueva Gales del Sur y Victoria son de los más feroces, devastadores y letales que se recuerdan. A principios de enero habían consumido más de 10 millones de hectáreas de superficie, destruido 2 millares de edificios y matado al menos a 28 personas (con muchos más desaparecidos), además de causar daños descomunales en la fauna. Decenas de miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares según avanzaban las columnas de fuego y acorralaban núcleos rurales. Las nubes tóxicas amenazan la calidad del aire en grandes ciudades como Sídney o Melbourne, donde se tuvieron que suspender los entrenamientos para el Open de Australia por el alto nivel de partículas dañinas para la salud suspendidas en el aire. En medio del debate global y nacional sobre el cambio climático —y tras una de las peores sequías en décadas y temperaturas máximas en diciembre—, los incendios forestales han adquirido dimensiones bélicas. Son muchos quienes expresan su preocupación estos días, ya que aún queda por delante otro mes caluroso: febrero.