Minerales con leyendas de deseos, amor y muerte
La Universidad de Sevilla recopila historias asociadas a piedras convertidas en símbolos para acercar la geología al público general
“Creemos que conocemos nuestro planeta. Los mapas detallados, las fotos aéreas y las imágenes por satélite nos dan la impresión, aunque falsa, de que no hay lugar en la Tierra sin explorar. Pero ¿quién sabe lo que hay bajo nuestros pies?”. De esta forma, el investigador del Centro de la Geociencia alemán Brian Horsfield llama la atención, en el último plan científico internacional de perforación, sobre el deficiente conocimiento de la diversidad geológica. El Departamento de Cristalografía de la Universidad de Sevilla ha querido acercar ese mundo con una iniciativa que humaniza las rocas al detallar leyendas que asocian algunos minerales con historias de deseos, amor y muerte y que han servido para elevarlos a simbólicos y objetos mitológicos.
Ana María Alonso, investigadora y presidenta de la Sociedad Geológica de España (SGE), admitía durante una visita a la litoteca de Peñarroya (Córdoba) con motivo de la última sesión científica de la SGE, que hay más conciencia general sobre la biodiversidad y las amenazas que sufre que sobre la geodiversidad. Fernando Muñiz, profesor de Cristalografía y Mineralogía de la Universidad de Sevilla, tuvo una idea para romper esa distancia durante su trabajo en Chile: recoger en unos marcapáginas del Museo de Geología de la entidad académica las historias vinculadas a minerales que, en algunos casos, se han convertido en símbolos nacionales y, en otros, han alimentado leyendas populares durante siglos. “La idea es leer a través de la lectura”, comenta Muñiz. Estas son algunas de las historias recopiladas con la colaboración del departamento en el que trabaja ahora, el fallecido Emilio Galán (Universidad de Sevilla) y otros geólogos de Iberoamérica:
Ópalo de fuego (Tectosilicato). Cuenta una leyenda mexicana que una mariposa lloraba por su vida efímera mientras envidiaba la milenaria supervivencia de la piedra y que esta, a su vez, lamentaba su existencia subterránea, oculta e inmóvil con ningún otro destino que convertirse en polvo. La naturaleza hizo que ambas hablaran y el insecto le contó al mineral cómo eran los ríos, los bosques y los otros seres mientras que la roca le reveló los secretos del subsuelo. La mariposa deseó que sus alas se convirtieran en polvo y este en piedra. Mientras, la roca soñó con que el tiempo la hiciera tierra y de ella naciera una flor que se convirtiera en mariposa. La naturaleza se compadeció y para cumplir con sus deseos creó el ópalo.
Rodocrosita (Carbonato). La creencia popular sitúa el origen de esta piedra, considerada símbolo de Argentina, en el guerrero inca Tupaa Qanai, quien quebrantó la barrera formada con un lago y rocas para blindar el lugar donde se reunían las sacerdotisas del sol. La Ñusta (princesa) Aklla y Tupaa Qanai se enamoraron y huyeron del santuario para fundar con sus hijos los pueblos diaguitas. Los incas nunca llegaron a darles caza, pero la maldición llevó a la muerte a la princesa y el guerrero durmió para siempre sobre una roca. De la tumba de Aklla surgieron rosas petrificadas del color de la sangre y la piedra se convirtió en símbolo del perdón y el amor.
Bolivianita (Tectosilicato). El soldado español Felipe de Urriola levantó las iras del pueblo ayoreo al casarse y pretender volver a su país con la princesa Anahí, quien murió en los brazos de su amado al ayudarle a escapar de la muerte. De Urriola consiguió volver a su tierra y llevó consigo una extraña gema morada y amarilla única en el mundo y convertida en símbolo de amor dividido.
Olivino (Nesosilicato). El mineral toma su nombre del de la sobrina del lanzaroteño Tomás, El Viejo. La joven, de piel morena y ojos verdes, perdió una oveja mientras recogía flores y la encontró muerta en un precipicio. Cuando regresó junto al resto del ganado, Olivina lloró lágrimas verdes que se petrificaron en la playa y conformaron una roca que simboliza la bondad.
Andalucita (Nesosilicato). Durante las guerras entre mapuches y españoles, un guerrero araucano capturó a una joven cristiana española con la que convivió, en contra de la voluntad de los toquis (jefes militares). Tras una batalla, el hombre fue capturado, pero los jefes de la aldea cercana al río Laraquete le dijeron a la mujer que su amado había fallecido en la contienda. Ella, desesperada, vagó por el estero y lloró lágrimas que se convertían en cruces al caer al agua. Una machi (chamán) recogió las piedras y celebró un ritual que permitió la liberación del hombre y el matrimonio.
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